El viernes 27 de enero se conmemora el 72º aniversario de la liberación del campo Auschwitz-Birkenau, jornada reconocida por Naciones Unidas como el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Para que la memoria no se entumezca, Annette Cabelli, griega de 91 años afincada en Niza, dio este miércoles su testimonio en el Retiro, de la mano del centro Sefarad-Israel y el Ayuntamiento.
“Cuento mi historia porque el mundo entero debe saber lo que pasó. Tuve suerte de salir viva y debo contarlo”, explica la anciana, acompañada en todo momento por su amiga y confidente Linda Sixou, cantante francesa de música sefardí que la ayuda a expresarse, a recordar.
No hace mucho que Cabelli ha dado a conocer su historia. Sus hijas, Denise y Jacqueline, hasta el año pasado no escucharon de boca de su madre qué ocurrió durante los dos años que estuvo en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. O durante la marcha de la muerte hasta Ravensbrück. O el día de abril de 1945 que despertó y la guardia alemana por fin había desaparecido.
Nacida en la comunidad hebrea de Salónica, en Grecia, Annette se quedó huérfana de padre con tan solo 4 años. Su madre, trabajadora en una fábrica de pantalones, apenas podía pasar por casa a cuidar de sus tres hijos. Annette era la pequeña y “pronto aprendió el oficio de costurera, aunque no le gustaba mucho. Esto es lo único en lo que se pudo formar antes de que llegaran los alemanes”, explica su amiga Linda en conversación con este semanario.
Hambre y estrellas amarillas
La invasión trajo consigo hambre y estrellas amarillas en el brazo, aunque durante el primer año no se tomó ninguna otra medida antisemita, lo que trajo una falsa sensación de seguridad. Pero un caluroso sábado de julio, coincidiendo con el sabbat, convocaron a los cerca de 9.000 varones judíos de entre 18 y 45 años en la plaza de la Libertad y les obligaron a hacer ejercicios físicos humillantes a punta de pistola.
4.000 de ellos fueron enviados a trabajar para una empresa alemana que fabricaba carreteras en una zona griega donde abundaba el paludismo. En diez semanas, una cuarta parte de los hombres fallecieron. Al término de la guerra, solo quedaron 2.000 judíos de Salónica. 45.000 desaparecieron.
Mientras, a las mujeres, ancianos y niños “nos montaron en trenes que eran para bestias. Yo era joven y pude aguantar, pero las ancianas morían unas encima de otras”, recuerda Cabelli en su testimonio. Ella, a partir de ahora la prisionera 4.065, iba con su madre y una prima. “Mi mamá lloraba todo el rato. En una de las paradas del tren nos recogieron en camiones con el símbolo de la Cruz Roja para engañarnos”.
“Mi amiga tuvo mucha suerte”, o un ángel de la guarda con una misión muy clara. “Al bajar del camión en Auschwitz eran las cinco de la mañana. Había dos filas. Una iba directa a las cámaras de gas. Otra, a la zona de trabajos. Ellas estaban en la fila de las mujeres que iban al crematorio, pero un guardia nazi, nunca sabremos por qué, cogió a Annette y a su prima y las cambió de fila.
Este hombre las salvó en varias ocasiones, las vigilaba desde lejos e impedía –cuando podía– que acabaran muertas”, explica Linda. De hecho, gracias a él Cabelli trabajó en la enfermería. “Allí al menos se mantuvo bajo techo”.
El humo de la muerte
Su familia había muerto. Lo supo casi al inicio, cuando “una noche vi mucho humo en el cielo que no desaparecía. Me dijeron que uno de mis hermanos y mi madre estaban allí, que los que no veíamos en los campos de trabajo habían sido reducidos a cenizas”.
Eso la sumió en una profunda depresión de la que todavía, en ocasiones, se resiente. Aunque “fue una gran luchadora. Contrajo el tifus, convivió con gente que moría, dormía junto a ancianos que gritaban cada noche llamando a su mamá, sobrevivió a una marcha de la muerte de Auschwitz a Ravensbrück y logró salir viva del último campo en el que estuvo, el de Malchow”, afirma su amiga.
Harry Cabelli, judío y griego como ella, volvió a cruzarse por los caminos de Auschwitz con su amiga de la infancia en un par de ocasiones. La tercera vez que la vio los dos huían hacia Francia. Llegaron juntos, se casaron y tuvieron dos hijas.
Durante todos estos años de estudio pormenorizado ha sido imposible definir una cifra exacta de muertos durante la Shoá, pero se estima que fueron entre 15 y 20 millones de personas. Para no olvidar el horror ni cada una de estas vidas, cada año, comunidades judías de todo el mundo organizan actos de recuerdo de Holocausto. En la capital será este viernes, 29 de enero, a las 12:30 horas en la Asamblea de Madrid.
Cristina Sánchez AguilarArtículo originalmente publicado por Alfa y Omega
No hace mucho que Cabelli ha dado a conocer su historia. Sus hijas, Denise y Jacqueline, hasta el año pasado no escucharon de boca de su madre qué ocurrió durante los dos años que estuvo en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. O durante la marcha de la muerte hasta Ravensbrück. O el día de abril de 1945 que despertó y la guardia alemana por fin había desaparecido.
Nacida en la comunidad hebrea de Salónica, en Grecia, Annette se quedó huérfana de padre con tan solo 4 años. Su madre, trabajadora en una fábrica de pantalones, apenas podía pasar por casa a cuidar de sus tres hijos. Annette era la pequeña y “pronto aprendió el oficio de costurera, aunque no le gustaba mucho. Esto es lo único en lo que se pudo formar antes de que llegaran los alemanes”, explica su amiga Linda en conversación con este semanario.
Hambre y estrellas amarillas
La invasión trajo consigo hambre y estrellas amarillas en el brazo, aunque durante el primer año no se tomó ninguna otra medida antisemita, lo que trajo una falsa sensación de seguridad. Pero un caluroso sábado de julio, coincidiendo con el sabbat, convocaron a los cerca de 9.000 varones judíos de entre 18 y 45 años en la plaza de la Libertad y les obligaron a hacer ejercicios físicos humillantes a punta de pistola.
4.000 de ellos fueron enviados a trabajar para una empresa alemana que fabricaba carreteras en una zona griega donde abundaba el paludismo. En diez semanas, una cuarta parte de los hombres fallecieron. Al término de la guerra, solo quedaron 2.000 judíos de Salónica. 45.000 desaparecieron.
Mientras, a las mujeres, ancianos y niños “nos montaron en trenes que eran para bestias. Yo era joven y pude aguantar, pero las ancianas morían unas encima de otras”, recuerda Cabelli en su testimonio. Ella, a partir de ahora la prisionera 4.065, iba con su madre y una prima. “Mi mamá lloraba todo el rato. En una de las paradas del tren nos recogieron en camiones con el símbolo de la Cruz Roja para engañarnos”.
“Mi amiga tuvo mucha suerte”, o un ángel de la guarda con una misión muy clara. “Al bajar del camión en Auschwitz eran las cinco de la mañana. Había dos filas. Una iba directa a las cámaras de gas. Otra, a la zona de trabajos. Ellas estaban en la fila de las mujeres que iban al crematorio, pero un guardia nazi, nunca sabremos por qué, cogió a Annette y a su prima y las cambió de fila.
Este hombre las salvó en varias ocasiones, las vigilaba desde lejos e impedía –cuando podía– que acabaran muertas”, explica Linda. De hecho, gracias a él Cabelli trabajó en la enfermería. “Allí al menos se mantuvo bajo techo”.
El humo de la muerte
Su familia había muerto. Lo supo casi al inicio, cuando “una noche vi mucho humo en el cielo que no desaparecía. Me dijeron que uno de mis hermanos y mi madre estaban allí, que los que no veíamos en los campos de trabajo habían sido reducidos a cenizas”.
Eso la sumió en una profunda depresión de la que todavía, en ocasiones, se resiente. Aunque “fue una gran luchadora. Contrajo el tifus, convivió con gente que moría, dormía junto a ancianos que gritaban cada noche llamando a su mamá, sobrevivió a una marcha de la muerte de Auschwitz a Ravensbrück y logró salir viva del último campo en el que estuvo, el de Malchow”, afirma su amiga.
Harry Cabelli, judío y griego como ella, volvió a cruzarse por los caminos de Auschwitz con su amiga de la infancia en un par de ocasiones. La tercera vez que la vio los dos huían hacia Francia. Llegaron juntos, se casaron y tuvieron dos hijas.
Durante todos estos años de estudio pormenorizado ha sido imposible definir una cifra exacta de muertos durante la Shoá, pero se estima que fueron entre 15 y 20 millones de personas. Para no olvidar el horror ni cada una de estas vidas, cada año, comunidades judías de todo el mundo organizan actos de recuerdo de Holocausto. En la capital será este viernes, 29 de enero, a las 12:30 horas en la Asamblea de Madrid.
Cristina Sánchez AguilarArtículo originalmente publicado por Alfa y Omega
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