El pasado jueves 21 de enero, el Papa Francisco recibió en audiencia al cardenal Angelo Amato S.D.B., prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y autorizó la promulgación del decreto mediante el cual, por un milagro atribuido a su intercesión, el beato José Sánchez del Río, mexicano (1913-1928), mártir, será santo.
La noticia resonó en todo México, pero especialmente en la atribulada tierra de Michoacán, misma que visitará el Papa Francisco el próximo 14 de febrero. Ahí, en Sahuayo, nació “Joselito”, el 28 de marzo de 1913. Ahí, en Sahuayo, el pequeño beato mexicano ha realizado su primer milagro. Por su intercesión, Dios curó a “Lupis”, a Jimena Guadalupe Magallón Gálvez.
La noticia resonó en todo México, pero especialmente en la atribulada tierra de Michoacán, misma que visitará el Papa Francisco el próximo 14 de febrero. Ahí, en Sahuayo, nació “Joselito”, el 28 de marzo de 1913. Ahí, en Sahuayo, el pequeño beato mexicano ha realizado su primer milagro. Por su intercesión, Dios curó a “Lupis”, a Jimena Guadalupe Magallón Gálvez.
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaLa historia del milagro de Joselito la narró para Aleteia su mamá, la joven madre Paulina Gálvez, Pau, absolutamente feliz por recordar lo que José hizo por su hija; porque se extienda la veneración por su paisano y porque se conozca la fe profunda del pueblo mexicano en Dios y en la intercesión de la Virgen de Guadalupe.
Lupis tiene ahora 7 años de edad, vive integrada con su familia en Sahuayo. No registra ninguna secuela de lo que le pasó y que los médicos no pudieron explicar jamás. Ella se presenta como “Lupis, la niña del milagro de Joselito”. ¿Y qué fue lo que le pasó?
Pau, su madre, lo cuenta alborozada: “A los 4 meses de edad: infarto cerebral, meningitis, tuberculosis y convulsiones epilépticas”. El cuadro se daba en terapia intensiva de un hospital de Aguascalientes, a donde había sido trasladada Lupis para ser atendida por un equipo de especialistas, encabezado por el doctor Rosendo Sánchez.
Paulina tuvo problemas fuertes durante el embarazo de la pequeña Lupis, incuido desprendimiento de la placenta. Vivían –como muchos michoacanos—en Los Ángeles (California), al este de la inmensa ciudad, en el barrio de Santa Ana. A los 2 meses de edad Paulina regresó a Sahuayo con Jimena Guadalupe en brazos. Fueron otros dos meses más de sufrimientos.
De una neumonía atípica; de broncoaspirar y llenársele de agua los pulmones, a tuberculosis, el calvario de Pau y Lupis y de toda la familia las llevó al hospital de Aguascalientes. Antes, había sido bautizada por el padre Agustín Patiño, en Sahuayo, por indicación del pediatra: era muy probable que volviera sin vida.
El 22 de enero de 2009, Lupis fue sometida a una delicadísima operación. Salió viva pero con vida artificial. Pau no cejó en su empeño. El cariño por Joselito Sánchez del Río le venía de familia. Su tía Magdalena Sánchez y su abuelita Guadalupe Sánchez, les inculcaron cercanía y veneración por el beato, víctima de la barbarie del ejército federal durante la persecusión religiosa y la “guerra cristera” en México (1926-1929).
“Nos contaban de su vida, de su martirio, nos llevaban a su tumba, a la Iglesia a tocarlo (a tocar sus reliquias)”, cuenta Paulina, quien ni en Los Ángeles, cuando nació Lupis, ni en Sahuayo o Aguascalientes, se separó de la imagen de Joselito. Le rezaba, le pedía a él y a la Virgen de Guadalupe que intercedieran ante Dios para que la niña viviera.
“Nunca tuve duda de que mi hija viviría, de que iba a estar bien, narra Paulina a Aleteia, aunque los doctores, y en especial las enfermeras me mirarán un poco raro; es más, una de ellas, cuando Lupis estaba totalmente entubada, desde sus piecitos hasta la cabeza, me dijo que mejor me prepara, porque mi hija no iba a vivir, que no podía vivir.”
La respuesta de Paulina a la enfermera, aquel 25 de enero de 2009, después de tres días de avances perceptibles solamente para ella, que veía que el beato Joselito estaba haciendo su trabajo, fue muy sencilla: “Señorita, yo creo en Dios y no creo en usted”.
Entonces, fue el milagro aprobado siete años más tarde por el Papa Francisco. Los doctores le retiraron respiración artificial y todos los aparatos que la mantenían con vida. Pero no desentubaron a su madre de Dios ni de la intercesión de Joselito. Y la reacción fue inmediata: “abrió los ojos, me sonrió”.
Los doctores tenían dudas sobre las secuelas. Al quinto día su cerebro funcionaba al cien por ciento. ¿Broncoaspiraría de nuevo? Paulina preparó 5 onzas de leche. Se las dio a beber a Lupis. Completo el biberón. Otras 6 onzas. Acabadas por una hambrienta niña, que desde entonces vive plenamente, y le ha “pagado” –con su felicidad– el milagro a José Sánchez del Río.
Lupis tiene ahora 7 años de edad, vive integrada con su familia en Sahuayo. No registra ninguna secuela de lo que le pasó y que los médicos no pudieron explicar jamás. Ella se presenta como “Lupis, la niña del milagro de Joselito”. ¿Y qué fue lo que le pasó?
Pau, su madre, lo cuenta alborozada: “A los 4 meses de edad: infarto cerebral, meningitis, tuberculosis y convulsiones epilépticas”. El cuadro se daba en terapia intensiva de un hospital de Aguascalientes, a donde había sido trasladada Lupis para ser atendida por un equipo de especialistas, encabezado por el doctor Rosendo Sánchez.
Paulina tuvo problemas fuertes durante el embarazo de la pequeña Lupis, incuido desprendimiento de la placenta. Vivían –como muchos michoacanos—en Los Ángeles (California), al este de la inmensa ciudad, en el barrio de Santa Ana. A los 2 meses de edad Paulina regresó a Sahuayo con Jimena Guadalupe en brazos. Fueron otros dos meses más de sufrimientos.
De una neumonía atípica; de broncoaspirar y llenársele de agua los pulmones, a tuberculosis, el calvario de Pau y Lupis y de toda la familia las llevó al hospital de Aguascalientes. Antes, había sido bautizada por el padre Agustín Patiño, en Sahuayo, por indicación del pediatra: era muy probable que volviera sin vida.
El 22 de enero de 2009, Lupis fue sometida a una delicadísima operación. Salió viva pero con vida artificial. Pau no cejó en su empeño. El cariño por Joselito Sánchez del Río le venía de familia. Su tía Magdalena Sánchez y su abuelita Guadalupe Sánchez, les inculcaron cercanía y veneración por el beato, víctima de la barbarie del ejército federal durante la persecusión religiosa y la “guerra cristera” en México (1926-1929).
“Nos contaban de su vida, de su martirio, nos llevaban a su tumba, a la Iglesia a tocarlo (a tocar sus reliquias)”, cuenta Paulina, quien ni en Los Ángeles, cuando nació Lupis, ni en Sahuayo o Aguascalientes, se separó de la imagen de Joselito. Le rezaba, le pedía a él y a la Virgen de Guadalupe que intercedieran ante Dios para que la niña viviera.
“Nunca tuve duda de que mi hija viviría, de que iba a estar bien, narra Paulina a Aleteia, aunque los doctores, y en especial las enfermeras me mirarán un poco raro; es más, una de ellas, cuando Lupis estaba totalmente entubada, desde sus piecitos hasta la cabeza, me dijo que mejor me prepara, porque mi hija no iba a vivir, que no podía vivir.”
La respuesta de Paulina a la enfermera, aquel 25 de enero de 2009, después de tres días de avances perceptibles solamente para ella, que veía que el beato Joselito estaba haciendo su trabajo, fue muy sencilla: “Señorita, yo creo en Dios y no creo en usted”.
Entonces, fue el milagro aprobado siete años más tarde por el Papa Francisco. Los doctores le retiraron respiración artificial y todos los aparatos que la mantenían con vida. Pero no desentubaron a su madre de Dios ni de la intercesión de Joselito. Y la reacción fue inmediata: “abrió los ojos, me sonrió”.
Los doctores tenían dudas sobre las secuelas. Al quinto día su cerebro funcionaba al cien por ciento. ¿Broncoaspiraría de nuevo? Paulina preparó 5 onzas de leche. Se las dio a beber a Lupis. Completo el biberón. Otras 6 onzas. Acabadas por una hambrienta niña, que desde entonces vive plenamente, y le ha “pagado” –con su felicidad– el milagro a José Sánchez del Río.
Aleteia