Después de la visita relámpago del Papa Francisco a los Estados
Unidos en septiembre, a veces existe la sensación de que el denominado
“efecto Francisco” ha desaparecido sin dejar huella.
Pero tal vez el “efecto Francisco” sea sólo el comienzo; tal vez estamos tan hechizados por este hombre que aún no hemos procesado lo que lleva de papado.
Si Netflix sirve de indicativo, entonces todavía no hemos entendido mucho. Se
están emitiendo ahora mismo nada menos que tres documentales sobre el
histórico ascenso de Francisco al balcón de la Basílica de San Pedro: The Rise of Hope (El ascenso de la esperanza, en inglés), El Papa del fin del mundo y Francisco, el Papa de todos.
Todos estos breves documentales giran en torno a una pregunta que
todos los comentaristas plantean pero en realidad nunca responden, que
viene a ser: ¿qué tiene de especial Jorge Mario Bergoglio?
Aunque todos los documentales parten de esta básica pregunta (y usan
en gran medida el mismo metraje y las mismas entrevistas para
responderla), dos de ellos terminan haciendo presunciones generalistas
sobre quién es el Papa Francisco y por qué su papado es tan importante.
The Rise of Hope plantea una visión profunda y bien
elaborada de los años de Francisco en Argentina e incluye una entrevista
a una de sus hermanas.
Sin embargo, no tarda en pintar a Francisco como un agente de la justicia social divorciado de los dictados de la ortodoxia.
La película, de forma lenta pero firme, nos va dirigiendo hacia la
conclusión de que, a causa de su obvio compromiso con los pobres,
Francisco también está comprometido (en secreto, según parece) con otras
cuestiones críticas progresistas dentro de la Iglesia.
El Papa del fin del mundo, por otro lado, empieza casi desde
el primer momento con mal pie y ofrece una lectura hiperpolítica de la
renuncia de Benedicto y de los primeros años de Francisco en Buenos
Aires.
Los vídeos sesgados y la banda sonora melodramática nos hacen
aterrizar en medio de un revoltijo de histerismo en relación a los
jesuitas y las profecías de Malaquías y Nostradamus, dando la impresión
de que Francisco es, en el mejor de los casos, un astuto estratega político y, en el peor, un heraldo del fin de los tiempos.
Este dueto de pensamiento paranoico y simplista para intentar
explicar al Papa Francisco resulta, por desgracia, demasiado familiar.
Cuando el Papa llegó a orillas de Estados Unidos, empezaron a
circular de forma interminable dos narrativas sobre Francisco: la una lo
reducía con un entusiasmo exagerado a su énfasis en la justicia social;
la otra, le restaba importancia como si fuera todo fruto casual de su
característica personalidad, sin ningún tipo de relevancia para la
doctrina de la Iglesia.
Algunos miraban más allá de Francisco, otros lo miraban de reojo pero, en realidad, nadie lo miraba de frente. De haberlo hecho, se habrían encontrado con un hombre que, como el mismísimo san Francisco, encarna la relación entre fe y activismo de la misma forma que se entrelazan la fe y la razón.
En este sentido, Francisco, el Papa de todos vuela mucho más alto que los otros dos documentales y debería ser la elección predilecta.
Incluye todos los antecedentes de la fascinante historia de Buenos
Aires e incorpora un extenso vídeo sobre un fogoso sermón de Bergoglio
en la calle hablando sobre la esclavitud moderna.
(El papa denuncia vehementemente en este discurso a los hombres que
se benefician de la carne de sus hermanos, “la misma carne que asumió el
Hijo de Dios” y por la que Jesús está hoy aquí, una carne a la que dan
menos valor que a la de su mascota; así critica la trata de personas y
la explotación humana).
Y a través de los cuatro capítulos de El Papa de todos (Su
Vida, Humildad y Pobreza, Cultura del encuentro, Su misión), vemos el
énfasis incansable de Francisco por construir puentes a través del
diálogo cara a cara, por la renovación de la evangelización con una
simplicidad práctica, y por inundar las calles y los barrios pobres con
la misericordia de Dios.
Y mientras explica todo esto, el documental nunca pierde de vista el
hecho de que Francisco está impulsado por, y razona parejo a, las
enseñanzas de la Iglesia, su liturgia y sus sacramentos.
Cuando Bergoglio “se hace carne” en el sufrimiento de su pueblo
(parafraseando la narración del documental), se enfrenta a los problemas
terrenales con una aguda conciencia de la realidad espiritual, reflejo
de la lógica sacramental del catolicismo.
Así es Francisco, el Papa de todos, como sólo podía ser un hijo devoto de la Iglesia.
Aleteia