La oración hace milagros e impide endurecerse al corazón, olvidando la piedad. Lo ha repetido Papa Francisco en la homilía de la Misa de la mañana celebrada en la Casa Santa Marta. “La oración de los fieles, ha afirmado el Papa, cambia la Iglesia. No somos nosotros, los Papas, los obispos, los sacerdotes”, los “que levan adelante la Iglesia”, sino los “santos”.

Podemos ser personas de fe y haber perdido el sentido de la piedad bajo las cenizas del juicio, de las críticas. La historia que cuenta la página de la Biblia comentada por el Papa es un ejemplo de ello. Los protagonistas son Ana, una mujer angustiada por su propia esterilidad que le suplica a Dios con lágrimas que le dé un hijo, y un sacerdote, Elí, que la observa distraídamente desde lejos, sentado en un sillón del templo.
“La apuesta” de la oración

La escena descrita por el Libro de Samuel relata primero las palabras de Ana y después los pensamientos del sacerdote, que con malévola superficialidad no consigue escuchar nada del sordo murmullo de la mujer: para él es solo una “borracha”. Y, sin embargo, como después sucederá, este ruego lacrimoso consigue arrancarle a Dios el milagro que ha pedido.

Ana rezaba en su corazón y movía los labios, pero la voz no se le escuchaba. Esta es la valentía de una mujer de fe que con su dolor, con sus lágrimas, pide al Señor la gracia. Hay muchas mujeres valientes en la Iglesia ¡muchas! Que van a rezar como si fuera un desafío… Pero pensemos solo en una: Santa Mónica, que con sus lágrimas consiguió tener la gracia de la conversión de su hijo, San Agustín. Hay muchas así”.

Pelear de rodillas

Elí, el sacerdote es “un pobre hombre” hacia el que, admite Francisco, “siento un poco de simpatía” porque “en mí encuentro defectos que me acercan a Elí y a entenderlo bien”. “Con cuánta facilidad, afirma el Papa, juzgamos a las personas, con cuánta facilidad no tenemos el respeto de decir: ‘¿qué tendrá en el corazón?’ No lo sé, pero no diré nada”. Cuando “falta la piedad en el corazón, siempre se piensa mal” y no se comprende a quien reza con dolor y con angustia” y “confía ese dolor y angustia al Señor”.

“Esta oración la conoció Jesús en el Huerto de los Olivos, cuando era tanta la angustia y el dolor que incluso le hizo sudar sangre. Y no ha reprendido al Padre: ‘Padre, si tú quieres, quítame esto, pero que se haga tu voluntad’. Y Jesús respondió igual que esta mujer: con mansedumbre. A veces, rezamos, pedimos al Señor, pero muchas veces no sabemos llegar a esta lucha con el Señor, a las lágrimas, a pedir la gracia”.

Los fieles santos, no los Papas

El Papa recuerda la historia del hombre de Buenos Aires que, con la hija de 9 años, que está muriendo en el hospital, va por la noche a la Virgen de Luján y se pasa la noche cogido a la cancela del Santuario pidiendo la gracia de la curación. Al día siguiente, cuando vuelve al hospital, la niña está curada.

“La oración hace milagros. También a los que son cristianos, sean laicos, sacerdotes, obispos, que han perdido la devoción de la piedad. La oración de los fieles cambia la Iglesia. No somos nosotros, los Papas, los obispos, los sacerdotes los que llevamos adelante la Iglesia, ¡son los santos!. Y los santos son estos, como esta mujer. Los santos son los que tienen el coraje de creer que Dios es el Señor y que es capaz de hacerlo todo”.
Aleteia
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