“Querido Papa Francisco, a veces mi mamá no cena de noche y me dice que está a dieta, pero no es cierto; ella come lo que dejamos nosotros”, escribe Matteo. “¡Acuérdate de que tú y Totti sois mis héroes!”, asegura Raffaelo en una postdata. “Siento mucho lo de la pareja de cristianos quemada viva… Por favor, perdóname a mí y a Paquistán”, escribe Aziz. Son algunas de las miles de cartas de niños de todos los rincones del planeta que llagan cada semana al Vaticano, dirigidas al Papa.
Está a punto de publicarse en Italia el libro Pequeñas cartas a Papa Francisco”, una antología editada por la vaticanista del telediario Tg5 Alessandra Buzzetti. Las ganancias de la venta del volumen irán por completo a los niños que asiste el Dispensario Santa Marta, que se encuentra justamente al lado de la residencia de Francisco, en el que cada día unos 500 niños en dificultades o sus familias reciben ayuda.
Los protagonistas del libro son ellos, los niños. Su sencillez y concreción. Son los pequeños “amigos de pluma” del Pontífice, que escriben a mano sus cartas y las adornan con dibujos y errores ortográficos, que las acompañan con pequeños regalos o muñecos. Todas las mañanas, a las ocho de la mañana, un sacerdote, una monja y dos mamás italianas de la Oficina de la correspondencia abren los paquetes postales y separan las cartas. Envían las que están en diferentes lenguas a las diferentes secciones de la Secretaría de Estado y se quedan solo con las que están escritas en italiano.
Los niños tienen preferencia, sobre todo cuando confían sus problemas o piden oraciones por su salud. Los dramas del mundo son vistos con sus ojos simples y sin filtros. Está Aiden, por ejemplo, que desde el campo de refugiados de Erbil escribió que sentía mucho haber tenido que abandonar su bicicleta en Qaraqosh, la principal ciudad cristiana en el Valle de Nínive, conquistada por el Califato islámico.
Está Matteo, desde la periferia de Nápoles, que escribe: “Tengo 11 años. Te cuento que mi padre fue arrestado porque lo obligaban a ganar dinero ilícitamente para que nosotros pudiéramos vivir… A veces mi mamá no cena en la noche y dice que está a dieta, pero no es cierto, ella come lo que dejamos nosotros. Mi mamá siempre llora y cuando le pregunto por qué ella dice que le queman los ojos. Pero yo sé porqué llora, le falta mi papá y mi hermano, que también para ganar dinero trabajaba para las personas malas… ¿Tú puedes ayudarme, y cuando apenas salga de la cárcel le puedes dar un trabajo?”.
Hay niños que piden oraciones para que se cure un padre enfermo o para ellos mismos, como Mónica de Franciacorta: “Querido Papa Francisco, hice este dibujo pensando que dirás una oración especial para que me cure, pero va a tener que ser larga, hasta que cumpla 28 años. Ahora ya tengo 9. Cuando estuve muy mal, mi abuela con mi primito de 3 años con la coronilla en la mano van todos los jueves a la Iglesia para la ora de la adoración. Jesús hizo que estuviera mejor. En la tele vi que se subieron al papamóvil unos niños, y pensé qué bonito sería si yo también hubiera estado, te habría dado la mano durante el camino y así me habrías protegido”.
También está Giuliana de la Valganna, que cuenta las peleas de sus abuelos: “Cuando llega la noche, siempre rezo por el mundo, para que se vuelva un lugar mejor, pero sobre todo por los que no creen en Dios, para que encuentren mucho amor. Mi abuela se enoja a menudo con mi abuelo porque blasfemia. No es justo poner con los cerdos a los que te protegen, pero cuando el abuelo se enoja no sabe qué dice”.
Lucio, desde el estrecho de Messina, manifiesta a Francisco su preocupación: “Estoy muy contento de escribir a una persona que admiro mucho por lo que hace. Pero estoy muy preocupado porque a usted lo quieren matar los del EI y me da mucha pena, pero espero que no suceda nada. Un beso caluroso y buen día de mi parte, espero que no se haya aburrido con la carta”.
“Letterine a Papa Francesco”, di Alessandra Buzzetti, Carlo Gallucci editore, 2015, pp. 156, 12,90 euros.
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