Agradezco la invitación de vuestro Obispo y me alegra celebrar esta Eucaristía con la presencia y participación de todos vosotros, al venerar a nuestra Señora, la Virgen de los Milagros, acontecimiento vivido con hondura religiosa, que ha sido siempre faro orientador en medio de las zozobras de la vida, tradición viva que se renueva, y madura en frutos de vida cristiana, y manifestación de una piedad popular mariana en este santuario. Desde distintas procedencias son muchas las personas que llegan implorando la salud del alma y del cuerpo por intercesión de Nuestra Señora. Esta devoción alienta el alma sencilla y generosa, y es fuente de la nueva sabia que hace fructificar la existencia del hombre para no perderse en el anonimato. Este hombre de nuestros días que ya casi no sabe pedir, agradecer y sufrir. Y pedir, agradecer y sufrir son expresiones de vida humana y del sentir cristiano. También yo hoy, uniéndome a vosotros, he venido con la ofrenda de dolor, de gratitud y de súplica como expresión sencilla pero sincera de los sentimientos religiosos que encuentran siempre en María una respuesta materna.

Cada cristiano debe contemplar su vida a la luz de la vida de María, mujer sencilla cuya riqueza era su sencillez, siempre atenta a las preocupaciones y a las necesidades de los demás; mujer profundamente religiosa, envuelta en la misma clase de situaciones desesperanzadoras y con frecuencia insolubles en las que también nosotros nos vemos en un mundo siempre predispuesto a los malos entendidos.

Hoy contemplamos a María como la mujer creyente por excelencia. “Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1,45). Imposible elogiar a María con palabras más justas que las de Isabel, palabras motivadas por la fe de su prima. En María aparece la fe como agradecida aceptación de aquel que es el camino, la verdad y la vida, alegrándose en Dios su Salvador y asumiendo la misión que se le confía.

La fe en María es gozo pero a la vez humilde búsqueda de la voluntad de Dios. Es apertura a la Palabra de Dios, abandonándose a Dios, manifestando la obediencia de la fe y respondiendo con todo su ser. La obediencia en fe lleva a María al compromiso con los demás, de ahí la visita a su prima Isabel.

“Sin la fe es imposible agradar a Dios”. María complace a Dios como nadie, pues su fe y su confianza en él prevalecen sobre toda otra cosa. “Por la fe Moisés construyó un arca para salvar a su familia. Por la fe María se convierte en arca de nuestra salvación, mostrándonos al Salvador del mundo.

djulian_milagros2La fe de María es mayor que la de Abraham y la de todos los patriarcas al estar dispuesta a abandonar sus planes para abrazar el futuro enteramente nuevo y desconocido, como madre y sierva del Señor. Obediente a su fe inicia el gran éxodo junto con Cristo que a través de Egipto y del desierto, le conducirá hasta la cruz. María sigue a su Hijo con radical entrega de sí misma.

No pensemos que le fue fácil a María vivir la fe. Su fe que fue progresando en el acontecer de su vida, experimentó la espada del escándalo y el desgarramiento interior, la contradicción y la prueba ante la cruz. “Lo que Eva ató con su incredulidad, la Virgen María lo desató con la fe”, creciendo en gracia y aceptando la oscuridad de la fe. “El hágase en mí según tu palabra” se iba convirtiendo día a día en plenitud a través de las vicisitudes de la vida de cada día. La actitud de la fe de la Virgen es ejemplo para cada cristiano, que camina por la fe hacia la casa del Padre. No le faltaron noches oscuras como tampoco nos faltan a nosotros. Toda la vida de María transcurrió bajo el velo de la fe, fiándose en medio de la oscuridad sin otra luz que la de la confianza en Dios. Ahí está la verdadera grandeza de la vida de la Virgen. El elogio de esa mujer sencilla a María por haber engendrado a Jesús, el mismo Jesús lo recoge, pero aclara que la bienaventuranza de su madre debe basarse en que ha oído, ha creído, confrontado y guardado la palabra de Dios. Es necesario descubrir la voluntad de Dios a través de la escucha de su Palabra, porque aunque nos parece recto nuestro camino es Dios quien pesa el corazón. Acoger la voluntad de Dios es recibir una palabra distinta a la que estamos acostumbrados a decirnos, es interrumpir nuestros planes y proyectos, es dejarnos turbar por Dios, sin olvidar que Jesús aprendió sufriendo a obedecer. Esta es la brújula que ha de orientar nuestra espiritualidad.

¿Qué significa esto para nosotros? Rodeados por tantas personas para las que tenemos que ser testigos de nuestra fe, hemos de sacudir todo lastre de pecado que nos asedia y correr con fortaleza la carrera que hemos iniciado, fijos los ojos en Jesús de quien depende por entero nuestra fe (cf. Heb 12,11). Miremos a Jesús con la fe de María que se entrega y consagra sin reservas al Siervo de Dios y de los hombres. María pone su fe en Jesús que hace personales en sí mismo las promesas de Dios. Todo cuanto ella hace y dice nos recuerda que sólo en nombre de Jesús tenemos la salvación.

¡Oh María! Cada vez que te saludamos diciendo “bendita tú entre las mujeres” te alabamos por tu fe. Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, para que nuestra propia fe sea firme y luminosa, llena de esperanza y pronta a transformarnos al igual que a ti, en el evangelio vivo de la paz para toda la humanidad.

“Baixo teu amparo nos acollemos, Santa Nai de Deus, non deixes de escoita-la oración dos teus fillos necesitados”. Amén.
Secciones:

    Web oficial de San Juan de Ávila

    Sobre San Juan de Ávila