El nombramiento de un nuevo Postulador y Vicepostulador, junto al traslado de los restos mortales, se da en el curso pastoral que la Diócesis está dedicando a reflexionar sobre la llamada a la santidad y, en particular, a impulsar la plena vivencia de la vocación laical

El pasado miércoles, 9 de abril, los restos mortales del Siervo de Dios, Antonio Rivera Ramírez, fueron trasladados de la sepultura del Cementerio Municipal de Toledo, en la que se encontraban, a la Parroquia de San Julián, sede del Centro Diocesano de Apostolado Seglar de la Archidiócesis, lugar en el que podrá recibir culto privado al ser Siervo de Dios.

En presencia del Notario diocesano, de dos jueces del Tribunal Eclesiástico y del Vicepostulador de su causa de beatificación, se procedió a la exhumación del cadáver para, tras una oración en la Capilla del Cementerio, ser conducido a la Iglesia parroquial de San Julián, donde tuvo lugar la identificación de los restos por parte de un facultativo especializado y el depósito de los mismos en una urna sellada que ha sido situada junto a la pila bautismal del Templo. 

Antonio Rivera nació en Riaguas de San Bartolomé (Segovia) el 27 de febrero de 1916. Apenas seis meses después, por motivos laborales de su padre, médico de profesión, toda la familia se trasladó a Toledo. Con apenas 18 años, fue nombrado Presidente Diocesano de la Juventud Católica, dedicando los poco más de dos años que le restaban hasta su muerte a recorrer la extensa Archidiócesis toledana para impulsar la creación de nuevos centros parroquiales de Acción Católica (llegó a organizar más de 30), a participar activamente en el impulso de esta Asociación Apostólica a nivel nacional y a animar a los jóvenes católicos a descubrir y vivir el ideal de la santidad.

  El lema de vida del Siervo de Dios Antonio Rivera lo dejó escrito en unas reflexiones durante los últimos Ejercicios Espirituales en los que participó, en marzo de 1936: “En Dios lo puedo todo”. Apóstol incansable, simultaneó sus estudios en Derecho, que concluyó en enero de 1936, con el impulso de la juventud católica y el ejercicio de la caridad, llevando a cabo además diversas iniciativas para la atención de los más necesitados. El 20 de noviembre de 1936, como consecuencia de una infección provocada por las heridas sufridas tras la detonación de una granada en el Alcázar de Toledo, murió sin dejar de alentar en la fe a quienes le acompañaban, confiado en la certeza de la vida eterna.

En el año 1962 se inició su proceso de beatificación debido a los datos objetivos de santidad que rodearon la vida de este joven de nuestra Diócesis, así como a la influencia decisiva que tuvo tanto sobre su familia (su hermano pequeño, D. José Rivera, Sacerdote diocesano, también tiene abierto un proceso de beatificación), como sobre la juventud española de la época.

La decisión del traslado de sus restos ha sido adoptada tras la reapertura del proceso de beatificación, con el nombramiento de un nuevo Postulador y Vicepostulador de la causa. Se ha hecho, además, en el curso pastoral que la Diócesis está dedicando a reflexionar sobre la llamada a la santidad y, en particular, a impulsar la plena vivencia de la vocación laical.
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