«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16).

Acerquémonos con confianza a Aquel que nos ha amado tanto que ha entregado la vida por nosotros. A Aquel que ha resucitado y nos ha regalado la vida eterna. Acerquémonos con confianza a Aquel que es la Luz del mundo. Presentémosle nuestras oscuridades, nuestras tinieblas, nuestras velas a medio gas… y que Él nos inunde con su Luz resucitada y resucitadora. ¿Queremos una vida plena, una vida nueva resucitada? ¿Qué hacemos buscando en charcos de agua sucia? ¡Jesús está vivo!

Marco López – Jesús está vivo  https://youtu.be/lEH7BiBbZi4

Nuestro Dios es Dios de vida, no de muerte. En estos días, las lecturas nos hablan de hazañas, de prodigios, de maravillas que Dios realizaba. Nos hablan de testigos de la Resurrección: nos dirigíamos hacia una tumba, hacia la muerte; y, sin embargo, aquel sepulcro nos da una noticia de vida eterna. Muerte y vida lucharon, y la muerte fue vencida: ¡Cristo, nuestra vida! ¡Aleluya!

Esta batalla entre muerte y vida continua hoy en el interior de cada hombre y mujer, y en la sociedad. Para el cristiano hay una alegría que nace de la Resurrección: ¡la muerte ha sido vencida! Es decir, nosotros conocemos el final del partido; aunque no se nos exime de jugar el partido y disfrutar de la victoria sin más. Cristo, coronado de gloria por su pasión y muerte. «Alegraos, aunque de momento tengáis que pasar por pruebas diversas» -dirá San Pedro-. La Cruz no es un paréntesis en nuestra vida y… ¡a otra cosa! Los discípulos de Jesús -que somos ahora tú y yo- debemos unir dos estaciones: la del Calvario y la de la Resurrección. Se llega a la alegría de la mañana de Pascua solamente pasando a través de las tinieblas del Viernes Santo. El que se queda parado en el Calvario va con retraso tras el Viviente. Y quien salta por encima de la Cruz, no podrá «reconocer» al Resucitado.

¿Estás dispuesto a comunicar esta noticia de vida? Pues ten en cuenta que solo una persona viva -esto es, que vive en plenitud- es capaz de anunciar al Viviente. San Ireneo nos dice: «La gloria de Dios es que el hombre viva». Jesús ha venido para que tengamos vida y vida abundante. No se complace en la muerte. Nos invita a anunciarle, a ser «celebrantes» de la vida.
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