Refiere San Lucas lo acontecido en el día de Pentecostés, transcurridas siete semanas desde la Pascua. Estaban entonces juntos todos los que habían seguido de cerca al Maestro a lo largo de su vida. Había además en Jerusalén muchos forasteros, llegados de los diversos lugares de la tierra.

Invade la casa donde ellos estaban un viento impetuoso. No hemos de olvidar que el mismo vocablo designa en hebreo el viento y el Espíritu. Lo que se cernía antes del comienzo de la humanidad sobre las aguas, ahora se deja sentir como un viento impetuoso, que llenó toda la casa. Además aparecen como lenguas de fuego. Tampoco hemos de olvidar que Dios se presenta una y otra vez en la Biblia como nimbado de fuego, un fuego que Jesús ha querido traer a la tierra. Ese fuego se posa en forma de lenguas sobre las cabezas de los allí presentes.

Las lenguas tenían que ver con lo que iba a suceder inmediatamente: Pedro sale hacia fuera y les habla a aquellos extranjeros. Todos escuchan las palabras del Apóstol, como si les transmitiera el mensaje en su propia lengua. Es el fruto del Espíritu, el don de lo alto, transmitido a los seres humanos. El Espíritu da testimonio de Cristo.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es
Foto: Miguel Castaño

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