La Iglesia nos ofrece en las lecturas de la Biblia que se proclaman
en la Eucaristía las palabras que Dios quiere hacer llegar a nuestra
mente y a nuestro corazón. Esas palabras no caen del cielo, sino que, a
lo largo de la historia, las ha puesto en boca de Moisés o de otros
hombres llamados profetas, porque, unos y otros proclamaban lo que el
Señor les transmitía. El Señor, al hacer Alianza con Moisés, le mandó
cumplir los diez Mandamientos, expresión de su voluntad, y para bien de
la persona humana. Al cumplir los mandamientos heredarían la tierra que
el Señor había prometido a Abraham para él y su descendencia. Esa tierra
prometida sería como una prefiguración de la patria celestial, que el
Señor nos dará si vivimos unidos a Él.
En la plenitud de los tiempos, el Señor nos ha hablado por medio de
su Hijo, constituido en Palabra encarnada. San Pablo dice, en su 2ª
Carta a Timoteo, que esa palabra, inspirada por Dios, es provechosa para
enseñar, para corregir, para educar en la justicia. Como dice un
salmista, a lo largo de nuestra vida, la palabra de Dios es luz para
nuestro camino y fuerza para nuestros pasos.
A diario la Iglesia establece que en la Eucaristía se proclamen dos
lecturas, siendo siempre una de ellas un pasaje evangélico. Los domingos
nos ofrece una más, sea del Antiguo o del Nuevo Testamento. A lo largo
de la Cuaresma se proclaman muchos pasajes de los libros proféticos.
Ahora, en el Tiempo Pascual, se tiene siempre una lectura del libro de
los Hechos de los Apóstoles, referida a los primeros pasos de la Iglesia
y a su expansión por el Imperio Romano.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es