(“Un cuerpo sano es una habitación de invitados para el alma; un cuerpo enfermo es una prisión”. Francis Bacon).
Es bien conocida de todos la afirmación “mens sana in corpore sano”,
una llamada al equilibrio y al orden de la vida. En nuestro tiempo, en
nuestra historia, parece ya una moda el respeto por la salud, que no lo
es tanto, puesto que constantemente llevamos a nuestro cuerpo al
desequilibrio en el corto plazo, con sus consecuencias a largo plazo. Y
cuando falla una parte del cuerpo, falla todo él. Empujamos y
empujamos más allá de sus capacidades con formas diversas de consumo,
con alcohol, comidas procesadas, ocio de plástico, compras compulsivas…
causándonos una fatiga psicológica que genera todo tipo de síntomas
(avisos) para los que buscamos soluciones rápidas y formas de alivio,
como si la salud fuese una ausencia de enfermedad en lugar de un estilo
de vida y una actitud mental saludable en todo, en el conjunto. No
tardan en aparecer el cansancio, las alteraciones bioquímicas, la
lentitud, la falta de creatividad… ¿dónde vamos a vivir si no cuidamos
nuestro cuerpo? Al final, un “dolor mental” más dramático que el dolor
físico y más difícil de soportar. La cuarentena descubre que la salud
también es una tarea espiritual, para hacer de la vida propia en su
totalidad un espacio que pueda ser habitado recíprocamente por los
demás, por la creación y por Dios. La exigencia del día a día, etapa a
etapa, nos va demandando una forma de austeridad donde lo necesario gana
sentido, una sobriedad dónde descubrimos tantas cosas que nos sobran,
una circunstancia nueva y sensibilizada con lo que nos rodea hasta el
asombro y la sorpresa más agradecida por la solidaridad que descubrimos.
Una auténtica oportunidad para uno mismo.
Padre Roberto
pastoralsantiago.es