Chema e Irene son un matrimonio de Valladolid que tiene once hijos, con edades comprendidas entre los 14 años del mayor y los 18 meses del pequeño de la casa. Si la situación de confinamiento obligatorio debido a la pandemia es ya de por sí complicada para una familia de estas características lo es muchísimo más si además el coronavirus ha entrado en casa.

Con este panorama de tener que atender a 11 hijos mientras sufren los síntomas del virus, esta familia se aferra a su fe como su mejor “antibiótico”.  “Es lo que mejor nos funciona”, afirman. Y así, a las 8:30 escuchan cada día misa. Explican que “lo seguimos en la televisión a través de Apple TV y te puedo prometer que eso te ayuda muchísimo”, convencida de que “nuestras casas son ahora más que nunca iglesia doméstica”.

Tal y como explican al Diario de Castilla y León, los Cebrián Gervas rezan todas las tardes el Rosario en familia, aunque sea entre el jaleo provocado por niños que llevan semanas sin salir a la calle. Irene afirma que “te sirve para recolocarte. Se lo aconsejo a todo el mundo, aunque no sea religioso, que aproveche estos días para hacer un parón, aunque sea a su manera porque te ordena las cosas en tu cabeza, te recoloca”.

"Escuchar más a nuestros hijos"
Dos de los niños, mellizos, iban a recibir su Primera Comunión el próximo mes, celebraci´ñon que casi con total seguridad será pospuesta. Pero aún así se siguen preparando con las catequesis a través de Youtube.

Esta madre ha llegado a la conclusión de que “lo que ha conseguido el coronavirus es que se ordene todo. Las familias estamos normalmente un poco rotas; vamos corriendo a todas partes, del trabajo al cole, del cole a casa. No tenemos tiempo para nada. Esto nos está sirviendo para escuchar más a nuestros hijos y a parar un poco”.

Irene cuenta que empezó a encontrarse mal el 14 de marzo, el mismo día que se decretó el estado de alarma. Cefaleas, conjuntivitis y dolor en los ojos… Al principio pensó que se debía a la situación de tensión que se vivía
Sin embargo, la insistencia de su hermana y su padre, ambos médicos, le llevo a solicitar la prueba. “En 4 horas supimos que había dado positivo”, sostiene.

La imposibilidad de aislarse completamente
Todavía recuerda el momento en el que lo supo: “Cuando me dijeron que me tenía que aislar en un cuarto con baño me entró la risa, el virus ya flotaba por la casa. De hecho, mi marido ya empezaba a encontrarse mal, es una situación muy especial”.

Tras Irene le tocó a Chema, que ha pasado noches malas pues “le ha costado más respirar, a mí me dan apagones, tienes que dosificarte muchísimo porque te ralentizas”.

Por su parte, los niños han sufrido una sintomatología más leve, con vómitos “en escopeta” y diarrea, tal y como explica. “Tengo lejía en los baños porque la carga viral es muy alta”, añade. Dos de los pequeños les dio más fuerte pero en 24-48 horas se recuperaron, “eso te alivia mucho”, argumenta.

La ayuda de la familia
Esta madre asegura que después de dos semanas todavía sufren las secuelas del coronavirus. “Parece que no termina de marcharse, todavía no lo hemos soltado porque somos muchos. Es como si las fuerzas hubieran bajado”, relata.

Para poder salir adelante en esta situación han tenido un fuerte apoyo de su familia.  “Nos está ayudando todo el mundo muchísimo, tengo una hermana que todas las mañanas a las 9 de la mañana les pone a hacer deberes durante dos o tres horas por Facetime”, afirma ella.

Además, su madre que también crió una familia numerosa y tiene ya 41 nietos les hace muchos días la comida y luego su hermano tomando todas las precauciones se las deja en el garaje.
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