“Deseo que el primer Domingo después de Pascua sea la Fiesta de la
Misericordia” (Diario, 299). “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea
un refugio para todas las almas y
especialmente para los pobres pecadores. En ese día se abren las
profundidades de mi Misericordia. Yo derramo un océano entero de gracias
sobre aquellas almas que se acercan a la fuente de mi Misericordia. El
alma que irá a la Confesión y recibirá la Sagrada Comunión obtendrá el
perdón completo de los pecados y el castigo. Ese día todas las
compuertas divinas a través de las cuales la gracia fluye se abren. Que
nadie tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como el escarlata”
(Diario, 699). Estos textos, tomados del Diario de Santa Faustina Kowalska
nos abren a la Gracia del día que celebramos. Abrámonos con confianza
al Amor Misericordioso de Dios y celebremos con gran alegría este II
Domingo de Pascua.
Pablo Martínez – Bienvenida tu Misericordia https://youtu.be/idQtFf7m4xw
Los APLAUSOS de las ocho aclaman a DIOS, proclaman su MISERICORDIA…
¡¡¡Aleluya!!! Lo más noble del alma humana se une al final de cada
tarde en los aplausos de reconocimiento, agradecimiento y bendición para
quienes están entregando su vida por el bien de todos. El Espíritu
Santo es quien está detrás. Él es el Agua Viva que riega las semillas de
BONDAD, BELLEZA y VERDAD plantadas en el corazón de todos los hombres y
mujeres.
Esto es lo que ven nuestros ojos, lo que sale en las televisiones, la
realidad “virtual». La realidad “real” es mucho más impresionante.
Hemos de contemplarla desde arriba, donde está Jesús sentado a la
derecha del Padre. Y veremos que, tras los millares y millares de
ángeles en fiesta, y de las almas que han llegado a su destino, los
héroes y sus aplaudidores de la Tierra (muchos sin saberlo siquiera) no
son sino los últimos de la fila en una multitud de toda lengua, raza,
pueblo y nación. Desde nuestra orilla, tenemos la impresión de que el
Enemigo nos ha confinado a las tinieblas. Ha conseguido aislarnos y
amedrentarnos. Y nos planta ante la foto fija de hombres y mujeres
inocentes abandonados a su suerte ante el sepulcro.
Desde la otra orilla, vemos a Jesús que se levanta victorioso de ese mismo sepulcro, y sostiene con ternura infinita, uno a uno, a los que el mundo ha abandonado a su destino fatal. «Estando cerradas las puertas, se apareció ante ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros‘» (Juan 20, 19). En la comunión de los santos no existen ni finales ni despedidas. No es Dios de muertos sino Dios de vivos, porque para Él todos están vivos. Pueblos todos, batid palmas… ¡Aplausos para el Corazón traspasado! ¡La victoria es de nuestro Dios, y del Cordero!
Javier de Montse · Comunidade Caná
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