Jean Etève es sacerdote del Instituto Notre-Dame de Vie [Nuestra Señora de la Vida], que agrupa sacerdotes diocesanos para misiones comunes con una espiritualidad carmelita, esto es, centrada en la oración.
Oración que no es entendida como un “método”, pues todo movimiento
hacia Dios (la adoración, el rosario, la lectura espiritual) es oración.
“Cuando uno se dirige a Dios ya puede hablarse de oración”,
explica el padre Etève: “Rezo con todo lo que soy, con mi temperamento,
mi cultura, en la angustia o en la alegría. El mejor método de oración
es el que a mí me permite encontrar a Dios”. Según el carisma de su
Instituto, uno descubre la oración cuando entiende que es algo que no
va de uno mismo, sino de Él: “Rezar es el mayor servicio que puedo hacer a mi prójimo, a quienes me rodean, al mundo entero”.
Pero ¿cómo hacerlo? Él mismo ofrece algunos consejos muy sencillos y prácticos en un artículo en Famille Chrétienne
que resulta de especial utilidad ahora que, sobre ser Cuaresma, buena
parte de los cristianos del mundo se encuentran recluidos en cuarentena
por el coronavirus y son exhortados por el Papa y los obispos a
aprovechar este periodo como un "tiempo de gracia" para profundizar en
la relación con Dios.
¿Cuándo y dónde? La fidelidad es más importante que la cantidad
Si esperamos a tener tiempo para rezar, lo más probable es que no lo
hagamos nunca, dice el padre Etève con realismo. Y eso, a pesar de que cualquier momento que dediquemos a Dios “nunca es tiempo perdido”. Cada cual debe decidir el momento que pueda dedicar, de forma que luego pueda ser fiel a ese propósito.
Se puede comenzar por poco, unos diez minutos. ¿Parece mucho? Quince
minutos son solo un 1% de las 24 horas de las que consta un día. Pero “no importa la cantidad de tiempo, sino el hecho de dedicarlo”.
El sacerdote propone hacerlo por la mañana (salvo quienes trabajen de noche), levantándose si es preciso un poco antes, porque “Dios es entonces el primero a quien servimos,
y nos aseguramos de que es la fuente de nuestra jornada”. Pero tampoco
está mal interrumpir las actividades cotidianas para rezar –siempre que
podamos ser fieles a la decisión de hacerlo– porque para ello hay que
parar de hacer lo que estemos haciendo y poner el teléfono en modo
silencio, y “eso nos obliga a escogerle a Él”, y además “es una forma de decirle al Señor que sin Él no podemos hacer nada”.
Etève recomienda dedicar un espacio concreto a la oración, ya
sea una iglesia ante el Santísimo o la propia habitación o un lugar
determinado, porque si ese lugar es reconocible, “cuando pase delante de
él a lo largo del día recordaré el encuentro que tuve con Él…¡o que no
tuve!”.
¿Cómo? Con una actitud de oración
Para rezar hay que disponer un entorno que favorezca el recogimiento:
un icono, un crucifijo, una imagen de Cristo o de la Virgen, una vela…
“todo puede ayudar”, porque “se reza físicamente, con el cuerpo”, y por
eso también es bueno adoptar una actitud específica para la oración, ya sea “de rodillas, sentado, apoyado sobre los talones…”
Lo importante, dice el sacerdote, es “encontrar una actitud corporal
que indique que estoy atento para Dios”. Además, habrá ocasiones en las
que, “por mi estado interior o por mi cansancio, la actitud de mi cuerpo será mi única oración”.
¿Qué? Abrir la puerta a un encuentro
A veces, al pensar en qué hacer en la oración, “¡uno se olvida de Dios, de que Él también interviene! La oración es un intercambio de amistad”. No se trata tanto, dice, de “concentrarse y pensar en Dios”, como simplemente en “permitir que Dios entre en mi vida”. Decía San Juan de la Cruz que Dios es como el Sol: basta abrir las ventanas para que ilumine y caliente.
¿Cómo abrir esas ventanas? Eso ya depende de cada cual: puede ser un
canto, una invocación al Espíritu Santo, hacer la señal de la Cruz, orar
a la Virgen María, rezar el rosario… “Uno puede exponer sus peticiones o
dar gracias, ¿qué importa? El objetivo es orientarme hacia Aquel que viene a mi encuentro”.
Ahora bien, ¿qué mejor compañía en ese camino que Jesús mismo? Y “para encontrar a Cristo, ¿qué mejor que el Evangelio? A condición de abrirlo para escuchar a Cristo, no solamente para leerlo. En la oración, la lectura está al servicio del encuentro. También vale el Antiguo Testamento,
donde Él está tan anunciado que está presente, aunque esté escondido.
Los salmos me hablan de Cristo. También podemos coger el Evangelio del
día, en el Magnificat
o en otro lugar, y hacer la lectura y luego el Evangelio, o algunos
versículos. La finalidad no es leerlo todo, sino encontrar algunas ideas
cuya lectura me permita encontrar a Cristo”.
Sequedades y distracciones: Cristo nos habla de nuestros apegos
El mismo Catecismo de la Iglesia católica dice que “la dificultad habitual de la oración es la distracción” (n. 2729). La imaginación nunca deja de actuar. Así que no es sorprendente que nos distraigamos, “lo sorprendente sería lo contrario”,
tranquiliza Etève: “Las distracciones solo me alejarán de Dios si son
voluntarias”, así que cuando aparezcan no hay que rendirse a ellas, sino
“recentrarnos en Aquel a quien buscamos”. Como dice San Juan de la
Cruz: “Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella”
(Llama de Amor Viva, 3, 27). Además, a través de las distracciones Dios
nos enseña, “desvelándonos cuáles son nuestros apegos”.
En cuanto a las sequedades, Etève es aún más sincero: “La sequedad y el aburrimiento forman parte de la oración. Pero vale la pena, ¿no?”
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