En
muchos hospitales junto a los médicos y enfermos que se multiplican en
sus labores para conseguir llegar a la inabordable cantidad de enfermos
que llegan por el coronavirus hay también sacerdotes que realizan
igualmente una impresionante labor espiritual. Y su ayuda no se centra
sólo en los moribundos sino también cada vez más en los propios profesionales sanitarios que ven morir a decenas de personas y viven con impotencia el avance del virus.
Para hacer una perspectiva de la situación, en España en este
momento se han diagnosticado más de 33.000 casos y han fallecido 2.182
personas. En Italia, los casos llegan hasta los 60.000 y los muertos
casi llegan a los 5.500. Y en ambos países las UCI de muchos hospitales están completamente desbordadas.
Además, entre las víctimas cada vez hay más sacerdotes. En Italia ya se han contabilizado 50 fallecidos, el más joven de ellos con tan sólo 45 años.
En España, ya se conocen al menos los casos de tres sacerdotes muertos
debido al coronavirus, uno en Barcelona y dos en Madrid. Pero hay muchos
más ingresados, algunos en estado grave.
Son ya varios los testimonios que se conocen de capellanes en los
hospitales colapsados por el coronavirus. Otro de ellos es el de Angelo Rossi,
sacerdote italiano, capellán del pequeño hospital de Treviglio, centro
que está viendo morir a 75 personas por coronavirus a la semana, cifra
de muertos que hasta ahora nunca podrían haber imaginado para un
hospital de estas características.
La diócesis de Cremona
recoge su testimonio, donde afirma haber podido bendecir los 75
cadáveres, uno a uno, pero tras un cristal. El padre Rossi, al que le
han prohibido que reciba la ayuda de voluntarios, se está dejando la vida en el hospital y lleva los sacramentos a todos los que se lo piden.
Además, uno de los aspectos que destaca este capellán es la
asistencia espiritual que están demandando médicos, enfermeras y el
resto del personal sanitario e incluso los guardias de seguridad que
vigilan allí. Cuando le ven pasar por los pasillos le paran, le piden
que recen por ellos o directamente se ponen a llorar ante la impotencia
y el cansancio.
Su día a día se compone de visitas cortas en las habitaciones donde
están los enfermos: recita con ellos algunas oraciones, les bendice,
imparte el sacramento de la confesión o la Eucaristía. Muchos piden la
unción de los enfermos, pero Don Angelo se enfada cuando se asocia solo
con los moribundos. “Es el sacramento de la curación, en el que le
pedimos al Señor la fuerza para enfrentar un momento de fragilidad
física o espiritual, no solo el último gesto que se debe hacer antes de
partir”.
Confesiones, consolar al que llora...
El padre Rossi está al límite pues su labor se alarga día y noche.
Cuenta como por las noches se encuentra también con jóvenes que acaban
de ser padres y agradecen a Dios que su hijo haya nacido o guardias de
seguridad que tras largos turnos de trabajo se derrumban ante él por
haber impedido la entrada a familiares de pacientes que se están
muriendo. Así, llegan a pedirle confesarse tras años alejados completamente de Dios.
No siempre es fácil consolar, afirma A veces se siente como
una hormiga ante una emergencia como la que vive el mundo. Y habla de
situaciones como cuando se encuentra en los pasillos con enfermeras que
llora y le piden rezar por un paciente o profesionales que igualmente
rompen a llorar porque han tenido que decirle a un familiar que no hay
máquinas suficientes para mantenerle con vida.
“Sin embargo, toda esto es mi oportunidad de convertirme, para
recordarme todos los días que el hombre es muy pequeño si un virus tan
pequeño logra poner de rodillas a naciones enteras. Aquí, redescubrí
que somos criaturas, que necesitamos un amor mayor. En estas semanas he
conocido a muchas personas, aquí en el hospital, llenas de preguntas
sobre el significado de la vida y el dolor, sobre las elecciones que a
veces son desgarradoras. Son hombres y mujeres de quienes aprendo todos
los días, porque sus corazones están llenos de preguntas pero totalmente
dedicados al cuidado de los que llegan, tal como lo habría hecho
Jesús”, afirma este capellán.
"Servir a los enfermos es un privilegio"
Y añade que “servir a los más frágiles, los enfermos es un privilegio. Me
siento llamado a estar aquí y estoy seguro de que cada rostro que
encuentro dentro de estos pabellones tiene el rostro sufriente de
Jesús”. A su juicio, "la gente está redescubriendo el valor de ser una
comunidad. Estoy seguro de que saldremos de todo esto madurado. En
humanidad y fe”.
Otro testimonio desgarrador es el de fray Aquilino Apassiti,
capellán del hospital San Juan XXIII de Bérgamo, uno de los principales
focos del coronavirus en Italia. Este capuchino, junto a otros cuatro
compañeros de su orden, están día y noche en el hospital atendiendo a
los cientos de enfermos allí ingresados.
El drama de morir solos
En una entrevista con Vatican News
afirma que “nunca podría haber imaginado vivir momentos tan
dramáticos. En el momento del paso a la muerte, la cercanía humana es
fundamental, pero los pacientes con coronavirus mueren solos. Esta
enfermedad prohíbe la presencia de un miembro de la familia que pueda
estrechar la mano de quienes se van. Un médico me confesó que lo más
triste es ver a una persona enferma jadeando, sola, sin amigos y sin la
caricia de un miembro de la familia”.
De hecho, fray Aquilino rompe a llorar cuando recuerda la llamada que
tuvo que hacer hace unos días a una mujer para comunicarle la muerte de
su marido. “La llamé desde la morgue. Su esposo, que había ingresado al
hospital solo cuatro días antes por una bronquitis banal, acababa de
fallecer. Recé al Señor con ella. Lloramos juntos Ni siquiera podía venir a despedirse de su esposo”.
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