

El retorno de los católicos
Pasto de las llamas, la aguja de Notre-Dame acaba de hundirse. Los
turistas se mezclan con los viandantes. Todos están atónitos. Algunos,
aturdidos, lloran. Otros caen de rodillas y sacan sus rosarios. En un
instante, estos católicos reavivan el recuerdo de una piedad popular sepultada bajo los escombros de una sociedad saciada de racionalismo.
Una Francia estupefacta se pregunta de dónde viene esta juventud salida de ninguna parte, que se moviliza a gran celeridad por una catedral
que pensábamos reducida al rango de curiosidad turística. La vemos de
nuevo, al día siguiente, por la noche, reunida en Saint-Sulpice,
elevando sus plegarias a San Miguel.

La víspera, el antiguo veilleur [del movimiento de concentraciones silenciosas por la familia] Axel Rokvam
intercambiaba mensajes con sus amigos: todos querían reaccionar
"enseguida". Y ahí estaban, cantando su esperanza, a dos pasos de una
Notre-Dame llena de cicatrices. En las redes sociales, algunos
musulmanes se apresuran a leer en el incendio el signo de la cólera de
Alá. Pero ellos prefieren poner su esperanza en un despertar, en que el
país pueda comprender por qué llora por el techo de una catedral cuando, al mismo tiempo, se siente satisfecho por la ausencia de Dios.
"Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza", escribía Péguy,
atribuyendo al Creador el mismo asombro que siente hoy en día Francia
ante la misteriosa serenidad -que desentona en un país descristianizado- de esta juventud en oración.
Sorprendente radicalidad en un momento de relativismo permanente.
Impresionante resiliencia a pesar de una Iglesia violentamente herida
desde dentro debido a los pecados atroces de algunos de sus pastores.
¿El punto en común de todos estos peregrinos nocturnos? "¡La fe!", responde inmediatamente una joven. "Todos creemos en Jesucristo muerto y resucitado". Es la fe que abrazaron 4.251 adultos la noche de Pascua al recibir el bautismo, una cifra que ha aumentado en un 43% en los últimos diez años. Entre ellos, Bérénice, que decidió "convertirse en hija de Dios". ¿Qué ha cambiado a partir de entonces? "Siento que soy mejor y que me intereso de verdad por los demás". Quiere seguir ayudando, con esta nueva "luz", "a las mujeres víctimas de la violencia", a las que acompaña a través de una asociación.
Discretos, estos católicos son, sin embargo, los que llevan a cabo todas las obras de caridad de las parroquias o asociaciones:
asistencia a las prostitutas del Bois de Boulogne, a los prisioneros,
cafés cristianos, ayuda a los cristianos de Oriente y los refugiados...
Hacen el bien en silencio, sin ruido, hasta el punto de quedar
arrinconados en sus catacumbas.
El grupo Hopen, en una actuación. Armand Auclair es el segundo por la derecha, en la foto.
Servir a Dios primero: cada fin de semana, en los caminos de Francia, Armand Auclair intenta transmitir este mensaje. La fe anima "toda su vida" y, junto a sus tres hermanos, ha decidido cantarla, formando su grupo musical, Hopen. El pianista se lamenta de que la Iglesia sea percibida sólo como una "madre moral": "¡Es necesario que empiece a hablar únicamente de Dios!".
Jean, que imparte cursos de catequesis a niños pequeños, está de acuerdo en lo que atañe al clero. Pero también agradece el compromiso indiscutiblemente más firme de su generación, comparada con las precedentes.
Resume bien lo que lleva a una gran parte de los jóvenes católicos a
comprometerse: se queja del odio cultural hacia la Iglesia que hay en
Francia "impulsado por la historia a partir de la Revolución francesa",
recuerda el avance del islam en el país, no ve por qué debería "seguir
callando" antes los desafíos que plantean, reiteradamente, los modelos
de sociedades sin Dios: "Del socialismo al liberalismo más fanático, de
la liberación sexual a la globalización…".
Louise, que también participa en la vigilia de oración, va más
allá: "No hemos conocido la época en la que la Iglesia imponía el orden
moral en la sociedad. Sus detractores son los que ahora son los
guardianes de la sociedad, y la promesa de felicidad no se ha cumplido.
Nosotros proponemos otra cosa que nos hace felices".
El compromiso está en el centro de todas las propuestas.
Émile Duport, que se define "un católico comprometido", se
alegra. Y no oculta su impaciencia ante el cambio radical de toda la
juventud católica: "No basta con militar de forma paralela a nuestra
vida. Hay que poner nuestro talento al servicio de nuestras convicciones, también en la vida profesional…".
"Nuestra fe origina una mirada sobre la sociedad", afirma Xavier Le Saint, director de estudios en el colegio Notre-Dame-de-Grâce.
"¡Defendemos todo esto porque es nuestro concepto de una sociedad
feliz! En realidad, es lo mismo que hacen los trotskistas o todo el que
tenga una convicción. Rechazamos el relativismo, es verdad, pero los
relativistas no pueden utilizar este pretexto para escuchar a todos
menos a nosotros".
Las iniciativas son tan numerosas como diferentes, y están todas
ellas guiadas por la voluntad de llevar a cabo este famoso deber de
estado. Pierre-Emmanuel de Germay ha querido poner en guardia a los niños y adolescentes sobre la adicción a la pornografía creando la asociación DésintoX.
Jean Baptiste Nouailhac.
Jean-Baptiste Nouailhac ha dejado su vida anterior para trasladarse a los confines de la Picardía con el fin de abrir una escuela bautizada Espérance Ruralités con otros cinco adultos jóvenes.

Comprometida o no, esta juventud se esfuerza en conservar, en su vida
cotidiana, la exigencia que impone la fe. Es una palabra que repiten
todos.
Loys de Pampelonne, antes vinculado a la política, ahora parte
con destino a Irak para trabajar en la Obra de Oriente: "La fe nos
obliga a buscar la excelencia y a huir de la mediocridad. Nos obliga
porque nuestra sociedad rechaza a Dios, pero espera mucho de los
católicos".

El filósofo y profesor Martin Steffens dice lo mismo. "Si digo que soy católico, tengo que asumirlo. Si no lo hiciera no daría testimonio
y es algo que no soportaría". ¿En concreto? "Ser un buen profesor,
preparar mis clases, ser caritativo. Es decir, generoso en la verdad".
La mirada del prójimo cuenta, es evidente, pero la de Dios también. "La
eternidad es larga, como diría Woody Allen, y no queremos fracasar",
sonríe Pierre, jefe scout y estudiante.
Pierre-Emmanuel no le había dicho a nadie en su trabajo que era
católico, pero todos lo sabían. "El día que algo va mal, siempre
buscamos al católico para hablar con él. Porque la muerte, la enfermedad
y el sufrimiento exigen respuestas que el materialismo moderno es
incapaz de dar…".
Traducido por Elena Faccia Serrano.
ReligiónenLibertad