
En esta entrevista con María Martínez en Alfa y Omega, este religioso francés ayuda a los lectores a vivir la Navidad y da consejos para alejarse de lo accesorio y centrarse en la llegada del Hijo de Dios, y que viene para salvar al hombre:
-En nuestra sociedad cada vez se oyen más
comentarios negativos sobre la Navidad, a veces incluso entre católicos.
¿Hemos dejado que nos roben esta fiesta?
- Sí, un poco. Se ha convertido en algo muy comercial. Era una
celebración muy hermosa y creo que hay que recuperar su verdadero
sentido. Es bonito e importante que haya momentos de fiesta, de
celebración en familia. Pero quizá tenemos que simplificar las cosas, y
sobre todo centrarnos en lo esencial: Dios viene a morar en medio de nosotros, la presencia de Jesús Niño. Ahí hay un misterio muy bello y muy profundo.

- A algunas personas les cuesta vivir esta alegría porque afloran
heridas. También hay gente que en Navidad sufre la soledad, mientras se
ven fiestas, luces por todas partes, gente que se reúne… No hay una
receta. Creo que es importante estar atentos a los demás y que nuestra
forma de festejar no sea una ofensa para ellos sino, al contrario,
intentar que todo el mundo pueda celebrar. Intentar encontrarse con
otros. Y, sobre todo, ir a lo esencial, a esa dimensión de oración y
de acoger en nuestros brazos y en nuestro corazón la ternura de Cristo,
que quiere compartir nuestra vida, sanar nuestras heridas, consolar
nuestra soledad. El Niño Jesús es toda la ternura de Dios, que nos
dice: «Aquí estoy, no para juzgaros ni condenaros, sino para amaros con
dulzura, con sencillez y desde la humildad».
-¿Y si, como les ocurre a muchos fieles, pasan estas semanas e interiormente ni nos damos cuenta?
-Es importante no anticiparse, a veces las cosas no se desarrollan
según el escenario que nos marcamos. Si lo que verdaderamente esperamos
es a Dios, si deseamos su presencia y queremos abrirnos a Él, puede
haber buenísimas sorpresas y regalos para toda la vida. Es lo que vivió
santa Teresa del Niño Jesús. Con 14 años era todavía muy frágil a nivel
emotivo, dependía mucho de los demás. Y en Navidad recibió una gracia de
conversión, para salir de sí misma, y una fuerza que le permitió
hacerse realmente adulta. Tuvo el sentimiento de que el Señor la visitó. No siempre viviremos cosas espectaculares, pero es a eso a lo que debemos prepararnos; por ejemplo, rezando delante del belén y viviendo la Misa del Gallo como un encuentro con el Señor.
-Esta forma despistada de vivir la Navidad, ¿puede deberse a que en lo exterior tenemos un mes y medio de Navidad… sin Adviento?
- Las cosas son así. El Adviento es un tiempo precisamente para
prepararnos para su venida, para renovar nuestro deseo, nuestra sed,
nuestra esperanza. Y hay que aprovechar el alimento que nos da la
Iglesia: las lecturas bíblicas o libros de oración. Si integramos esa
dimensión la Navidad será más profunda, porque no será simplemente ese
regalo que se compra. Los regalos son cosas hermosas, porque expresan
nuestro amor. Pero sobre todo tenemos que preparar nuestro corazón. Tampoco hace falta complicar las cosas. Si hacemos cada día un rato de oración, Dios ve nuestro deseo y nuestra espera y viene.
No siempre como lo imaginamos, a veces será de forma muy discreta, muy
sencilla. Pero su deseo es visitarnos precisamente ahí donde estoy
herido, donde estoy solo, donde tengo miedos, pobrezas, tibiezas,
sufrimientos. Esos lugares son los que hay que preparar, sencillamente
tomando conciencia de qué hay en nuestro corazón y ofreciéndoselo a
Dios. Si lo deseamos de verdad y tenemos confianza, algo sucederá.
- Usted ha ayudado a miles de personas a rezar mejor. ¿Cómo reza Jacques Philippe en Navidad?
-[Ríe] No tengo un programa fijo. El hecho de pertenecer a una
comunidad religiosa ayuda mucho, porque están todos los textos de la
liturgia [que rezamos]. Creo que se trata sobre todo de renovar nuestra
oración para renovar nuestra sed, nuestro deseo, nuestra esperanza: qué
esperamos, a quién esperamos. Y renovar también nuestra esperanza, la
confianza de que el Señor quiere estar más presente en nuestra vida.
Hemos sido creados para Dios y cada tiempo de espera como este viene a
recordarnos que la nuestra no es una vida cerrada sobre sí misma con un
horizonte terrestre, sino que hemos sido hechos para Dios, para el cielo.
- ¿Y María?
-Es bueno también ponernos en sus manos, por ejemplo rezando el rosario personalmente o en familia. Ella pasó tiempo esperando a su hijo, preparándose para su venida, deseando ver su carita… Y por eso puede ayudarnos.
-Nosotros creemos en un Dios encarnado. ¿Cómo
debe eso marcar nuestra vida y nuestra forma de orar, en comparación con
quienes no creen o pertenecen a otras religiones?
- La gran diferencia es que a quien esperamos es a Jesús, y Él ya ha
venido. En el centro de todo está la persona de Cristo, Dios que se hace
presente en la humanidad de Jesús para estar lo más cerca posible de
nosotros. Y desea seguir viniendo para estar más presente aún en nuestra
vida, hasta el día en que venga de forma definitiva. El Adviento nos vuelve hacia la venida del Señor al final de los tiempos antes de centrarnos en el misterio de la Navidad.
- ¿Por qué para muchos ha dejado de ser
atractiva la realidad de un Dios personal y encarnado y, en cambio,
sienten más interés por las espiritualidades orientales?
- El hombre necesita espiritualidad, y a veces cree que conoce el
cristianismo pero tiene una idea errónea del mismo y le resultan más
interesantes esas otras espiritualidades. No hay que despreciar esa
búsqueda, porque la persona que busca sinceramente terminará por
encontrar a Dios. Pero me parece que hoy en día hay una dificultad.
-¿Cuál?
-Todo el mundo tiene esa necesidad de buscar algo más grande que la simple realidad sensible. La
gente está dispuesta a hacer espiritualidad, a hacer meditación, a
tener distintas experiencias; pero con frecuencia a condición de seguir
siendo la dueña de ellas. Así que, de partida, se pone un límite.
Creo que aquí tenemos una barrera para entrar en el misterio cristiano:
al introducirnos en él, tenemos que reconocer que el centro, los amos,
no somos nosotros, sino Dios. Es una puerta estrecha por la que nos
cuesta pasar. Y, sin embargo, es la que nos lleva a la verdadera
libertad, porque en el momento en que Cristo es el Señor y le seguimos
con confianza; ahí entramos en la realidad profunda, en la profundidad
del amor. Cuando uno quiere saborear la profundidad de ese amor hay que
entender que el amor es donar la vida. Y eso es lo que más cuesta
aceptar.
En la Navidad hay un misterio de humildad, de pequeñez, de
abajamiento; pero en absoluto de sumisión, porque la razón profunda es
el amor infinito de Dios, que es todopoderoso pero se hace pequeño por
amor; no para arrasarnos sino, al revés, para hacernos libres. Y esto
nos ayuda a entender la verdadera magnitud de la humildad. No es el
poder lo que realiza la verdadera grandeza del hombre, sino el ser capaz
de amar como Él ama, de hacerse pequeñito por amor ante el otro. No
para aplastarlo, no para que uno se desprecie a sí mismo, sino para
darle todo el amor que pueda. Un amor que no es dominar, no es poseer,
sino acoger y estar cerca del otro; y eso supone la humildad.
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