Santa Marta
La hermana "activa" de Lázaro y María que reconoció: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo"
La hermana "activa" de Lázaro y María que reconoció: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo"
Santa Marta recibió en su casa de Betania, cerca de Jerusalén, a
Jesús el Señor, y muerto su hermano Lázaro, profesó: «Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo».
Marta, María, Lázaro… la nueva organización del Martirologio Romano
ha dado un importante paso al inscribir en un mismo día a los tres
hermanos, de quienes las únicas noticias que tenemos tienen que ver con
que son hermanos y están juntos.
Lamentablemente, aún falta que algún ajuste ulterior de la liturgia
haga que la memoria obligatoria de santa Marta se transforme en memoria
obligatoria de los tres santos juntos.
Durante siglos se confundió a María de Betania con María Magdalena,
lo que es incorrecto desde el punto de vista de cómo son presentados los
respectivos personajes en el Evangelio.
Marta y su hermana María como anfitrionas de Jesús en «un pueblo»
-aunque sin mencionar ni a Lázaro ni al pueblo de Betania-, aparecen en
un breve relato de san Lucas, 10,38-42, y a su vez las dos hermanas
relacionadas con Lázaro y con Betania aparecen mencionadas en Juan
11,1-53, el largo y significativo relato de la resurrección de Lázaro
(que resulta ser la motivación inmediata de la muerte de Jesús, v.47ss) y
nuevamente en Juan 12,1-8, con la escena de la unción en Betania.
Hubo muchas mociones dentro de la exégesis, sobre todo en el siglo
XX, de interpretar estos personajes como ficticios, es decir, que serían
símbolos «puros», no provenientes de recuerdos concretos sino
«fabricados», por así decir, en la catequesis de los primeros años para
enseñar actitudes cristianas concretas.
Debe tenerse presente que los evangelios se compusieron como
catequesis, es decir, no como meros recuerdos biográficos de Jesús, sino
para enseñarnos quién es Él, para enseñarnos a ver lo no-visible de
Jesús; por ello es lógico que todos los elementos que componen los
evangelios contengan algo de simbolismo.
Prácticamente nada de lo que se dice en los evangelios se cuenta
simplemente porque forma parte de un recuerdo histórico, sino que todo
está al servicio de contar ese significado de Jesús.
Sin embargo, dicho esto, debe afirmarse con la misma contundencia que
todo lo que los evangelios cuentan sobre Jesús lo basan, no en su
propia imaginación, sino en cosas que realmente han sucedido, en
personajes que realmente rodearon a Jesús, y en acontecimientos que se
verificaron; aun cuando esas cosas, esos personajes, esos
acontecimientos, han sido siempre «trabajados» simbólica y
literariamente para provocar una enseñanza en el lector.
Tomemos el caso de Lázaro. ¿Existió un personaje Lázaro, amigo de
Jesús, al que Jesús haya resucitado? Salvo para quien quiere mantener
una postura en extremo hipercrítica, y que de antemano rechace toda
conexión de los evangelios con la realidad, el análisis de los relatos
muestra que todo lo que se dice sobre Lázaro se refiere a una persona
concreta.
Es claro que para cualquiera es difícil de aceptar la resurrección de
un muerto, y no ya la resurrección trascendente de Jesús, que resucita y
pasa a «otra dimensión de realidad», sino la de alguien que ayer estaba
enterrado y hoy está otra vez comiendo con los suyos… pero la
resurrección de Lázaro no es mas difícil de aceptar que la de la hija de
Jairo.
Y si Jesús no resucitó muertos porque es difícil de aceptar, ni
expulsó demonios porque es difícil de aceptar, ni realizó milagros
porque es difícil de aceptar…. ¿por qué se supone que resultó tan
urticante y molesto al punto de que valía la pena sacarlo de en medio al
precio que fuera?
Jesús resucitó a Lázaro, y manifestó con ello un poder sobre la vida,
de tal modo que años más tarde, y habiendo vivido la experiencia de la
Pascua, el evangelio de Juan pudo reflexionar y encontrar en ese hecho
una gran profundidad de enseñanzas catequéticas sobre el poder de la
luz, sobre el dolor y el amor fraterno, sobre la esperanza, sobre la fe
en que Jesús es el Cristo, y utilizar ese hecho real de la resurrección,
que tal vez fue conocida de unos pocos, ya que ocurrió en una aldea, y
proyectar a través de ello una «clase magistral», los capítulos 11 y 12
de Juan, que hacen la bisagra entre la predicación de Jesús y su «Hora».
Sobre Marta y María tenemos las dos actitudes bien plasmadas en el
relato de Lázaro: Marta que sale al encuentro, discute con Jesús, en el
capítulo 12 sirve la mesa: Marta es activa. De María se dan tres
pinceladas: permaneció en la casa (es decir, de duelo), pero en cuanto
oyó que Jesús la llamaba «se levantó rápidamente, y se fue donde él» (v.
29), cuando lo ve a Jesús «cayó a sus pies» (v. 32), y en la escena del
capítulo 12 «ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos» (v.
3).
Curiosamente, la tres referencias a María la muestran “a ras de suelo”, mientras que Marta está erguida, discute, va y viene.
Juan enseñó cuestiones importantes en torno a la fe por medio de
estas dos hermanas, pero el centro de lo que estaba hablando está puesto
en la resurrección de Lázaro y en la próxima muerte de Jesús.
San Lucas, sin embargo, supo encontrar en esas dos hermanas dos
actitudes que seguramente han sido una constante en la vida de la
Iglesia desde el inicio, y que más tarde darán lugar a los caracteres
«activo» y «contemplativo», así que nos cuenta una escena en donde esos
dos caracteres están manifiestos al extremo: Marta, que «se preocupa y
se agita», y María que «ha elegido la parte buena», contraposición que
sirve para dar otro ejemplo más de una doctrina que es absolutamente
central en la predicación de Jesús y que recorre los cuatro evangelios:
sólo una cosa es importante; aunque eso único importante se tematiza en
distintas partes del Evangelio con distintos nombres: buscar el Reino de
Dios y su justicia, permenecer unidos a la Vid, ver al Padre, etc.
Marta, María, Lázaro, tres hermanos, amigos de Jesús, que han sido
vehículos para enseñanzas que difícilmente no tengamos en la memoria,
precisamente porque han sido transmitidas a través de hechos
extraordinariamente cotidianos: la agitación e inquietud que provoca la
vida misma, el deseo frecuentemente insatisfecho de permanecer en
silencio ante Dios, el dolor de una pérdida… acontecimientos de los que
ninguna vida está libre, aunque son aquellos de los que más nos cuesta
hablar.
No tiene sentido detenerme aquí en lo que la leyenda posterior ha
hecho de estos personajes: de Lázaro un obispo de Chipre o de Marsella,
de Marta, evangelizadora de la Galia junto con María, etc… son
tradiciones, no sólo incomprobables, sino en muchos detalles ridículas, y
pienso que poco agregan a la comprensión de la santidad de aquellos que
la recibieron irradiada del propio Jesús.
Como bibliografía es recomendable detenerse en alguna buena exégesis
del capítulo 11 de Juan, un relato central en el mundo del cuarto
evangelio; por mi parte recomiendo el análisis que hace Raymond Brown en
El Evangelio según Juan, ed. Cristiandad, tomo I, págs 738ss.
También pueden servir comentarios como el San Jerónimo, ya sea el clásico o el nuevo, pero ante un relato tan lleno de detalles, conviene algo más completo.
Quien quiera conocer las leyendas en torno a Lázaro y sus hermanas,
una fuente buena es el Butler-Guinea, en sus artículos del 22 de julio
(María), 29 de julio (Marta) y 17 de diciembre (Lázaro), sobre todo los
dos primeros. No lo he seguido aquí porque preferí centrarme más en la
cuestión de la Escritura, pero es, como siempre, una lectura de buena
calidad.
La Enciclopedia Católica, a pesar de sus muchos años, tiene un
artículo de Léon Clugnet (1910) muy interesante y aún valioso sobre las
tradiciones provenzales en torno a san Lázaro.
Artículo originalmente publicado por evangeliodeldia.org
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