
Aferrados a María
«Hemos comenzado un nuevo ciclo de catequesis que seguirá el «viaje»
del Evangelio que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles. Todo
tiene origen en la Resurrección de Cristo, que es la fuente de vida
nueva. Por eso los discípulos permanecen unidos y perseverantes en la oración, junto a María, la Madre de Jesús y de la nueva comunidad, en espera de recibir el Espíritu Santo».
Uno de los dolorosos acontecimientos de la Pasión que muestra este
libro, dijo el Papa, es que los Apóstoles del Señor ya no son los doce
elegidos por Él, sino once. Esto sucede porque Judas se quitó la vida
aplastado por el remordimiento:
«Esa primera comunidad estaba formada por ciento veinte hermanos y hermanas,
un número que contiene el doce, emblemático para Israel, por las doce
tribus, y también para la Iglesia, por los doce Apóstoles elegidos por
Jesús, que después de los acontecimientos dolorosos de la pasión, con la
traición de Judas, se redujeron a once».
El virus del orgullo infectó el corazón de Judas
Judas, explicó Francisco, “había empezado a separarse de la comunión con el Señor y con los demás, a hacer a solas, a aislarse, a apegarse al dinero
hasta explotar a los pobres, a perder de vista el horizonte de la
gratuidad y de la entrega, hasta que permitió que el virus del orgullo
infectara su mente y su corazón”:
«Judas, que había recibido la gracia de formar parte del grupo
inseparable de Jesús, perdió de vista el horizonte de la gratuidad del
don recibido y dejó entrar en su corazón el virus del orgullo; y de amigo se volvió enemigo de Jesús, traicionándolo».
Así, Judas, que había recibido esta gracia «prefirió la muerte a la
vida, un camino de oscuridad y ruina. Los otros once, en cambio,
escogieron la vida y la bendición, convirtiéndose en responsables de
trasmitirlas de generación en generación, del Pueblo de Israel a la
Iglesia».
Se inaugura el discernimiento comunitario
Se hizo necesario entonces “reconstituir el grupo de los doce”, y así
“se inaugura la práctica del discernimiento comunitario”, que consiste
en ver la realidad a través de los ojos de Dios, desde el punto de vista
de la unidad y la comunión:
«El evangelista Lucas nos dice cómo el abandono de Judas causó una
herida al cuerpo comunitario. Era necesario que su misión pasara a otro.
Pedro indicó el requisito indispensable: haber sido discípulo de Jesús
desde el principio hasta el fin, desde el bautismo en el Jordán hasta la
Ascensión».
He aquí que la comunidad ora de la siguiente manera – siguió diciendo Francisco: «Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra cuál de estos dos has elegido para ocupar el lugar que Judas ha abandonado». Y el Señor indica a Matías.
«De los dos candidatos propuestos, el escogido fue Matías, que es
asociado a los once, reconstituyendo el colegio apostólico, signo de que
la comunión es el primer testimonio de una comunidad viva y que sigue
el estilo del Señor».
De esta manera - prosiguió el Santo Padre - se reconstituye el cuerpo
de los Doce, signo de comunión, y esa comunión supera las divisiones,
el aislamiento, la mentalidad que absolutiza el espacio privado, signo
de que la comunión es el primer testimonio que ofrecen los Apóstoles.
Unidad y libertad que no teme la diversidad
El Romano Pontífice señaló entonces también nuestra necesidad de
“redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado", "dejando
atrás las actitudes autorreferenciales, renunciando a retener los dones
de Dios y no cediendo a la mediocridad”. Puesto que la reconstitución
del colegio apostólico "muestra cómo en el ADN de la comunidad cristiana hay unidad y libertad de sí mismo, que nos permite no temer la diversidad, no apegarnos a las cosas y a los dones y ser mártires, es decir, testigos luminosos del Dios vivo y operante en la historia”.
Pedir el don de vivir bajo la Señoría de Cristo
Al saludar a los fieles, el Santo Padre Francisco dirigió un mensaje
especial, como suele hacerlo, a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y
los recién casados. Haciendo presente la memoria litúrgica en el día de
mañana de San Antonio de Padua, patrono de los pobres y los sufrientes,
oró para que su intercesión los ayude a experimentar el auxilio de la
misericordia divina. A los fieles peregrinos de lengua española, animó a pedir al Señor «el don de vivir bajo el señorío de Cristo,
en unidad y libertad, como testigos de su Resurrección, para manifestar
al mundo el amor y la misericordia de Dios que está presente y actúa en
la historia de la humanidad», y les impartió su bendición.
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