Je vous prie d´ágréer mes meilleurs voeux de joyeuses Pâques
With my best wishes for a truly blessed Easter
Bona Pasqua a tutti. Boa Pascua a todos. ¡Felices Pascuas!
Durante el sábado santo, hemos esperado el anuncio de la resurrección
de Cristo. Entrada ya la noche oímos: “He resucitado y siempre estoy
contigo; tú has puesto sobre mí tu mano. Se considera que fueron estas
las palabras que el Hijo dirigió al Padre después de su resurrección,
después de volver de la noche de la muerte al día eterno de la Vida”[1].
Todo será distinto. Nuestro hombre viejo ha muerto en la cruz de
Cristo, dejando así nuestra esclavitud. Es un cambio radical en la
existencia humana. El señorío de Dios es el que da la vida. Es la
Vigilia de la luz, de la Palabra, del Bautismo y de la Eucaristía que
nos ayuda a contemplar con el corazón purificado el milagro del amor de
Dios.
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé muy de mañana se
acercaron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado como
muestra de afecto hacia la persona querida difunta. Ningún temor las
paraliza. Pero el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro. “Quedaron
aterradas” (Mc 16,5). Fue la reacción ante algo inesperado. Ante lo
nuevo preferimos nuestras seguridades y nuestros recuerdos. Tenemos
miedo de las sorpresas de Dios para quien no hay situación que no pueda
cambiar. “No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el
Crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde le
pusieron“(Mc 16,6).
Hemos visto que toda la historia de la salvación es una manifestación del amor creador y liberador de Dios. “Por el bautismo fuimos
sepultados con él en la muerte para que, lo mismo que Cristo resucitó
de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en una vida nueva” (Rom 6,4). “Cristo resucitado viene a
animar una fiesta en lo más íntimo del corazón humano”, dice san
Atanasio. Mensaje esperanzador en una sociedad tan tensionada que busca
pretextos para la violencia y se manifiesta a veces no con la bondad
sino con la maldad.
En esta noche santa tocamos la orla del nuevo vestido del Resucitado
quien nos sostiene en nuestra fragilidad. Él es la Luz simbolizada en el
cirio pascual, que ilumina los rincones de la historia de nuestra vida
personal para hacernos pasar de las tinieblas del pecado y de la muerte a
la luz de la gracia y de la vida. Esta es nuestra aventura cristiana,
sabiendo que hemos sido ungidos con el óleo perfumado del bautismo y con el crisma de la confirmación.
¡Cuántos espacios de nuestra sociedad esperan el buen olor de Cristo en
medio de la corrupción moral! ¡De los cristianos se espera un
testimonio claro de honestidad y justicia para gloria de Dios y servicio
de los hombres!
¡Jesús ha resucitado! La Pascua es la fiesta de la nueva creación.
Nos encontramos con una creación renovada. ¡Muertos al pecado y vivos
para Dios en Cristo Jesús somos su pueblo y Él será nuestro Dios! No hay
lugar para el miedo. Jesús ha vencido a la muerte. En Él encontramos el
sentido de nuestro peregrinar humano. ¡Abandonemos las formas paganas
de vida, despojándonos “de la vieja levadura para ser una nueva masa” (1Cor 5,7)! “No temáis”, “Alegraos”, “Id y anunciad”.
Pidamos que esta Noche Santa traiga la paz a todos los lugares de la
tierra. Con nuestra oración hago llegar la felicitación pascual al Papa
Francisco. Con la alegría que nos da Cristo resucitado, saludo con
afecto pastoral a todos los diocesanos, a los hermanos de la Iglesias
separadas, a los de las religiones no cristianas, y a todos los hombres
de buena voluntad que peregrinan en nuestra Diócesis. ¡Feliz Pascua de
Resurrección del Señor!
[1]Cf. BENEDICTO XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 8 de abril de 2007.
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