Es posible que nuestro Apóstol imaginó en algún momento que el Señor
nos mandará preparar su Cena en esta Iglesia dedicada a Santa María
Salomé, madre de Santiago, que hoy se convierte en Cenáculo para
nosotros. Nos alegra que así haya sido en este año de gracia de 2019.
Jueves Santo, tarde de misterio que sumerge nuestra vida. Jesús
apostó por el amor hasta la muerte. Su amor fue desgranándose a lo
largo de su existencia con un desvivirse en plenitud hasta llegar a la
total entrega de su vida. Una espiga cargada de fruto inclinada al
Padre. Esta tarde la Iglesia nos invita a la gratitud, a la adoración, y
a la reparación. Recordamos que Cristo instituyó la Eucaristía, “amor
que se inmola”, convirtiéndose en alimento para nuestro peregrinar
cristiano. Instituyó el sacerdocio, “amor que se hace visible y se
prolonga en hombres de carne y hueso”, urgiéndonos a rogar al Dueño de
la mies a que envíe obreros a su mies. Nos dejó el mandamiento del amor fraterno: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
En el Cenáculo se realiza todo con sencillez. “Bajo las especies del
pan y del vino, Jesús se hace realmente presente con su cuerpo
entregado y su sangre derramada”. En este sacramento se actualiza el sacrificio redentor de Cristo en la cruz y se convierte en Banquete sacrificial,
donde le comulgamos, y nos hace partícipes de su vida divina. Es el
misterio de la fe. Hemos de agradecer la Eucaristía, recibirla con
corazón limpio y gastar nuestra vida por los demás porque la
participación en la Eucaristía ha de expresarse en servicio generoso. No
podemos separar lo que hacemos de lo que creemos. Hemos de apreciar
vivamente la Presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento y
renovar la fe en esta realidad. A veces nos dicen que nuestra fe es
abstracta y descarnada.
Jesús antes de la Cena se levantó, se quitó el manto, tomó una toalla
y lavó los pies de los discípulos. Lavar los pies, abajarse y amar al
hermano nos convierten en mejores personas. El desconcierto fue grande.
No extraña la reacción de Pedro que no comprende ni acepta el proceder
de Jesús que les dice: “Os he dado ejemplo…”. “¡También vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros!” (Jn 13,14). Tener parte con Jesús
mediante el lavatorio significa formar parte del amor que se entrega y
que da la vida. Esto comporta despojarse de todo aquello que nos sitúa
en una posición de poder y prestigio, y abajarnos para poder mirar a los
demás desde abajo, no por encima del hombro. ¡Quitemos los tacones y no
andemos de puntillas, modos que nos desfiguran aparentando lo que no
somos! Hemos de dejar tantos ropajes que nos impiden ser nosotros mismos
y encontrarnos con los demás para servirles, sobre todo con los pobres y
los descartados de nuestra sociedad, como tantas veces nos recuerda el
papa Francisco.
Si queremos ser creíbles hemos de hacerlo todo con amor. Fácilmente
nos identificamos con la humildad de Pedro que se siente indigno de que
el Maestro le lave los pies. Pero “sólo si nos dejamos lavar una y otra
vez, si nos dejamos purificar por el Señor mismo, podemos aprender a
hacer, junto con Él, lo que Él ha hecho”. La caridad será la señal por
la que reconocerán al cristiano. Estamos llamados a encarnar la
salvación en nuestra historia. ¡Aprendamos la lección del Señor y
llevémosla a nuestros deberes en la casa, en la calle, en el trabajo, en
la comunidad eclesial.
Cristo dio su vida por nosotros, nosotros debemos dar nuestra vida
por los hermanos, aliviando sus penas, curando y vendando sus heridas
físicas y espirituales, y dándoles ejemplo con una vida honrada.
¡Dichosos los invitados a la Cena del Señor! “Comulgar con Cristo es
darse con él a los demás, amar hasta el extremo. La Eucaristía que
edifica a la Iglesia como comunión de fe, esperanza y amor, imprime en
quienes la celebran con verdad una auténtica solidaridad y comunión con
los más pobres”. Con el traje de nuestra amistad con Dios, le decimos:
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme”. Es Jueves Santo. Anunciemos la muerte del Señor, y
proclamemos su resurrección, cumpliendo su mandato: “Haced esto en
memoria mía”. Amén
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