
-En la primera parte de su libro usted describe
el "hundimiento espiritual y religioso": ¿cómo se manifiesta este
hundimiento y por qué atañe sólo a Occidente? Otras regiones del mundo,
como África, ¿están libres de esta crisis?
-La crisis espiritual atañe al mundo entero. Sin embargo, tiene su
origen en Europa. El rechazo de Dios nació en la conciencia occidental.

»Sin embargo, con este libro quiero recordar a los occidentales que
la verdadera razón de este rechazo a ser heredero, de este rechazo a la
paternidad, está profundamente relacionado con el rechazo a Dios.
Observo en el corazón de los occidentales un profundo rechazo a la
paternidad creadora de Dios. De Él recibimos nuestra naturaleza de
hombre y de mujer. Esto es insoportable para el espíritu moderno. La ideología de género es un rechazo luciferino al hecho de recibir de Dios una naturaleza sexuada.
Occidente se niega a recibir, acepta sólo lo que construye por sí
mismo. El transhumanismo es el último avatar de este movimiento. La misma naturaleza humana, como don de Dios, es insoportable para el hombre de Occidente.
»Esta revuelta es, en su esencia, espiritual. Es la revuelta de Satanás contra el don de la gracia.
En el fondo, creo que el hombre de Occidente rechaza ser salvado por
pura misericordia. Rechaza recibir la salvación y quiere construirla él
mismo. Los "valores occidentales" promovidos por la ONU se basan en
rechazar a Dios; yo lo comparo al joven rico del Evangelio. Dios ha
mirado a Occidente y lo ha amado porque ha hecho grandes cosas. Lo ha
invitado a ir más lejos, pero Occidente se ha rebelado, ha preferido las
riquezas que ha acumulado por su propio mérito.
»África y Asia son dos continentes que aún no están tan contaminados
por la ideología de género, el transhumanismo o el odio a la
paternidad. Pero el espíritu neo-colonialista de las potencias
occidentales los presionan para que adopten estas ideologías de muerte.

-"Cristo nunca ha prometido a sus fieles que
serían una mayoría", escribe usted. Y continúa: "A pesar de los grandes
esfuerzos misioneros, la Iglesia nunca ha dominado el mundo. Porque la
misión de la Iglesia es una misión de amor, y el amor no se impone". Y
antes había usted escrito que "es la 'pequeña minoría' la que ha salvado
la fe". Si me permite usted esta provocación, quiero preguntarle ¿cuál
es, entonces el problema, dado que esta "pequeña minoría" existe y, en
un mundo hostil a la fe, consigue mantenerla?
-Los cristianos deben ser misioneros, no pueden guardar para ellos
solos el tesoro de la fe. La misión, la evangelización, sigue siendo una
emergencia espiritual.
»¿Cómo podemos permanecer tranquilos si tantas almas ignoran la única verdad que da la libertad: Jesucristo? El relativismo que nos rodea considera el pluralismo religioso como un bien en sí mismo. ¡No! La plenitud de la verdad revelada que la Iglesia ha recibido debe ser transmitida, proclamada, predicada.
»Sin embargo, el objetivo de la evangelización no es dominar el
mundo, sino servir a Dios. No olvidemos que la victoria de Cristo sobre
el mundo... ¡es la Cruz! Nuestra ambición no debe ser adueñarnos del
poder secular. Se evangeliza con la Cruz.
Los mártires son los primeros misioneros y, por lo tanto, a los ojos de los hombres, su vida es un fracaso. El objetivo de la evangelización no es "ser muchos" según la lógica de las redes sociales, que quieren "ser noticia". Nuestro fin no es ser popular en los medios de comunicación. Pero queremos que cada alma, todas las almas, sean salvadas por Cristo. La evangelización no es una cuestión de éxito, sino que es una realidad profundamente íntima y sobrenatural.
-Vuelvo a lo que usted ha dicho en la pregunta
anterior: entonces, en su opinión, ¿la cristiandad, en Europa, que supo
imponer el cristianismo a toda la sociedad, fue un paréntesis en la
historia, y no puede por tanto ser un modelo, en el sentido de que el
cristianismo "dominaba" y se imponía mediante una cierta coerción
social?
-Una sociedad irrigada por la fe, el Evangelio y la ley natural es deseable. Es tarea de los fieles laicos construirla.
Es incluso su vocación. Al construir una ciudad conforme a la
naturaleza humana y abierta a la Revelación están sirviendo al bien
común. Pero el objetivo final de la Iglesia no es construir un modelo
social concreto. La Iglesia ha recibido el mandato de anunciar la
salvación, que es una realidad sobrenatural. Una sociedad justa pone a las almas en disposición de recibir el don de Dios, puesto que ella no podría causar la salvación. A la inversa, ¿puede existir una sociedad justa y conforme a la ley natural sin el don de la gracia en las almas?
»Es urgente que anunciemos el corazón de nuestra fe: sólo Jesús nos salva del pecado. Sin embargo, es necesario subrayar que la evangelización no está completa hasta que no llegue a las estructuras de la sociedad.
Una sociedad inspirada por el Evangelio protege a los más débiles
contra las consecuencias del pecado. Al contrario, una sociedad separada
de Dios es, cada vez más, una estructura de pecado. Fomenta el mal. Por
esto podemos afirmar que no habrá una sociedad justa hasta que no haya un lugar para Dios en el ámbito público.
Un estado que proclama el ateísmo es un estado injusto. Un estado que
encierra a Dios a la esfera privada es un estado que está alejado de la
verdadera fuente del derecho y la justicia. Un estado que pretende basar
la ley únicamente sobre su benevolencia, que no busca basarla en un
orden objetivo recibido del Creador, corre el riesgo de hundirse en el
totalitarismo.
-A lo largo de la historia europea, hemos pasado
progresivamente de una sociedad en la que el grupo prevalecía sobre la
persona (holismo de la Edad Media) -un tipo de sociedad que aún existe
en África y que sigue caracterizando al islam-, a una sociedad en la que
la persona se ha emancipado del grupo (individualismo). Podemos decir
también, de manera esquemática, que hemos pasado de una sociedad
dominada por la búsqueda de la verdad a una sociedad dominada por la
búsqueda de la libertad; incluso la misma Iglesia ha profundizado su
doctrina ante esta evolución proclamando el derecho a la libertad
religiosa (Vaticano II). ¿Cómo analiza usted la posición de la Iglesia
ante esta evolución? ¿Podemos encontrar el justo equilibro entre los dos
polos "verdad" y "libertad" en la medida en que tal vez hemos pasado de
un exceso al otro, siendo así que una llama a la otra?
-Es inapropiado hablar de "equilibro" entre los dos polos: verdad y libertad.
»Efectivamente, esta manera de hablar supone que estas realidades son
exteriores la una de la otra y que son opuestas entre sí. La libertad
es, esencialmente, una tensión hacia el bien y la verdad. La verdad
reclama ser conocida y abrazada libremente. Una libertad que no esté en sí misma orientada y guiada por la verdad no tiene ningún sentido. El error no tiene ningún derecho.
El Vaticano II ha recordado que la verdad se impone sólo por la fuerza
de la misma verdad, y no por la coerción. También ha recordado que
respetar a las personas y su libertad no nos debe dejar indiferentes en
absoluto ante la libertad y el bien.
»La Revelación es la irrupción de la verdad divina en nuestras vidas.
No nos obliga. Dios, al entregarse, al revelarse, respeta la libertad
que Él mismo ha creado. Creo que oponer la verdad y la libertad es fruto
de una concepción falsa de la dignidad humana.
»El hombre moderno "hipostatiza" su libertad, hace de ella un
absoluto hasta el punto de creer que está amenazada cuando recibe la
verdad. Sin embargo, acoger la verdad es el acto más hermoso de libertad que el hombre pueda realizar.
Creo que su pregunta revela cuán vinculada están, en lo más hondo, la
crisis de conciencia occidental con la crisis de fe. El hombre
occidental teme perder su libertad si recibe el don de la fe verdadera. Prefiere permanece encerrado en una libertad vacía de contenido.
El acto de fe es el encuentro entre libertad y verdad. Por eso he
querido, en el primer capítulo de mi libro, insistir sobre la crisis de
fe.
»Nuestra libertad está hecha para realizarse plenamente diciendo "sí"
a la verdad revelada. Si la libertad dice "no" a Dios, reniega de sí
misma.
-Usted alude con firmeza a la crisis del
sacerdocio y justifica el celibato sacerdotal. En su opinión, ¿cuál es
la causa principal de los casos de abuso sexual contra menores
perpetrados por sacerdotes, y qué conclusión ha sacado de la cumbre que
se ha celebrado en Roma sobre este tema?
-Estoy convencido de que la crisis del sacerdocio es un elemento
central de la crisis de la Iglesia. A los sacerdotes se les ha
arrebatado su identidad y se les ha hecho creer que deben ser hombres
eficaces. Ahora bien, un sacerdote es fundamentalmente el continuador,
entre nosotros, de la presencia de Cristo. No se le puede definir por lo que hace, sino por lo que es: ipse Christus, Cristo mismo.
»El descubrimiento de los numerosos abusos sexuales contra menores
revela una profunda crisis espiritual. Es obvio que también hay factores
sociales, como la crisis de los años 60 y la erotización de la
sociedad, que repercuten en la Iglesia. Sin embargo, hay que tener el
valor de ir más allá. Las raíces de esta crisis son espirituales. Un sacerdote que no reza, que no vive concretamente como otro Cristo, está cercenado en su ser, en su origen, y acaba muriendo. He dedicado este libro a los sacerdotes del mundo entero porque sé que sufren. Muchos se sienten abandonados.
»Nosotros, los obispos, tenemos una enorme responsabilidad en esta
crisis del sacerdocio. ¿Hemos sido unos padres para nuestros sacerdotes?
¿Les hemos escuchado, comprendido, guiado? ¿Les hemos dado ejemplo? Muy a menudo las diócesis acaban siendo estructuras administrativas.
Las reuniones se multiplican. El obispo debería ser el modelo de
sacerdote. Pero estamos lejos de ser los primeros en rezar en silencio y
en cantar el Oficio en nuestras catedrales. Temo que nos estamos
perdiendo en responsabilidades profanas y secundarias.
»El lugar de un sacerdote es la Cruz. Cuando celebra la misa, está en el origen de toda su vida, es decir, en la Cruz. El celibato es uno de los medios concretos que nos permiten vivir este misterio de la Cruz en nuestra vida.
El celibato graba la Cruz en nuestra carne. Es por esto que el celibato
es insoportable para el mundo moderno. El celibato es un escándalo para
los modernos, porque la Cruz es un escándalo.
»Con este libro quiero espolear a los sacerdotes, quiero decirles:
¡amad vuestro sacerdocio! ¡Sentíos orgullosos de ser crucificados con
Cristo! ¡No temáis el odio del mundo! He querido manifestar mi afecto de padre y de hermano a todos los sacerdotes del mundo.
-En un libro que ha dado mucho que hablar, Sodoma,
el autor sostiene que el número de prelados homosexuales en el Vaticano
es muy alto, dando la razón a monseñor Viganò, que denunciaba la
influencia de una poderosa red gay en el seno de la Iglesia. ¿Qué piensa
usted de esto? ¿Hay un problema de homosexualidad en el seno de la
Iglesia? Y si es así, ¿por qué es un tabú?
-La Iglesia, hoy en día, vive con Cristo los ultrajes de la Pasión.
Los pecados de unos vuelven a Él como escupitajos a la cara. Algunos
intentan instrumentalizar estos pecados para presionar a los obispos,
esperando que adopten los juicios y el lenguaje del mundo.
Algunos obispos han cedido. Les vemos pedir el abandono del celibato
sacerdotal, o hacen declaraciones dudosas sobre los actos homosexuales.
¿Cómo no asombrarse? Los mismos Apóstoles huyeron del huerto de los
olivos, abandonaron a Cristo en el momento más difícil.
»Creo que debemos ser realistas y concretos. Sí, hay pecadores. Sí,
hay sacerdotes, incluso obispos y cardenales, que son infieles y pecan
contra la castidad y, lo que es más grave, contra la verdad de la doctrina.
»El pecado no debe sorprendernos. Lo que hay que hacer es tener el valor de llamarlo por su nombre. Tenemos que tener el valor de encontrar de nuevo los caminos del combate espiritual: la oración, la penitencia y el ayuno. Debemos tener la lucidez de castigar la infidelidad
y, también, debemos encontrar los medios concretos para prevenirla.
Creo que sin una vida de oración comunitaria, sin un mínimo de vida
fraternal y comunitaria entre los sacerdotes, la fidelidad es una
ilusión. Debemos volver al modelo de los Hechos de los Apóstoles.
»En lo que atañe a los comportamientos homosexuales, no caigamos en
la trampa de los manipuladores. No hay en la Iglesia un "problema
homosexual". Hay un problema de pecados y de infidelidad. No dejemos que nos impongan el vocabulario de la ideología LGBT.
La homosexualidad no define la identidad de las personas. Califica
actos desviados y pecaminosos. Para estos actos, como para los otros
pecados, sabemos cuáles son los remedios. Se trata de volver a Cristo,
de dejar que Él nos convierta. Cuando el pecado es público, hay que aplicar el derecho penal de la Iglesia. Castigar es una misericordia.
El castigo repara el bien común que ha sido herido y permite que el
culpable se redima. El castigo forma parte del papel paternal de los
obispos. Por último, debemos tener el valor de aplicar con claridad las
normas relacionadas con la aceptación de seminaristas. No podemos
aceptar como candidatos al sacerdocio a personas con una psicología
anclada de manera permanente y profunda en la homosexualidad.
-En su libro usted ha dedicado un capítulo a la
"crisis de la Iglesia". ¿Hasta dónde se remonta y cómo la analiza usted?
Más concretamente, ¿cómo sitúa usted la "crisis de fe" en relación a la
crisis de la "teología moral"? ¿La una precede a la otra?
-La crisis de la Iglesia es, ante todo, una crisis de fe. Queremos convertir a la Iglesia en una sociedad humana y horizontal. Queremos que hable un lenguaje mediático. Queremos que sea popular. Una Iglesia así no le interesa a nadie.
La Iglesia tiene interés sólo porque nos permite encontrarnos con
Jesús. Es legítima sólo porque nos transmite la Revelación. Cuando la
Iglesia se sobrecarga de estructuras humanas, obstaculiza el esplendor
de Dios en ella y a través de ella. Sentimos la tentación de creer que
nuestra acción, nuestras ideas, salvarán a la Iglesia. Sería mejor
empezar dejando que ella nos salve.
»Creo que estamos en un giro decisivo de la historia de la Iglesia.
Sí, necesita una reforma profunda y radical, que debe empezar por una
reforma del modo de vida de los sacerdotes. Todos sus medios están al
servicio de la santidad. La Iglesia es santa en sí misma. Y nosotros,
con nuestros pecados y preocupaciones mundanas, impedimos que su
santidad resplandezca. Ha llegado el momento de derrumbar todas estas
superestructuras para que, al fin, surja la Iglesia tal como Dios la
conformó. A veces creemos que la historia de la Iglesia está marcada por
las reformas estructurales. Estoy seguro que son los santos quienes
cambian la historia. Las estructuras viene después y se limitan a
perpetuar la acción de los santos.
»Necesitamos santos que se atrevan a mirar con fe todas las cosas,
que osen resplandecer a la luz de Dios. La crisis de la teología moral
es la consecuencia de una ceguera voluntaria. Nos negamos a ver la vida a la luz de la fe.
»En la conclusión de mi libro, hablo de este veneno del que todos somos víctimas: el ateísmo líquido. Se infiltra en todas partes, incluso en nuestros discursos eclesiásticos.
Consiste en admitir, al lado de la fe, modos de pensar o de vida
radicalmente paganos y mundanos. ¡Y nosotros aceptamos satisfechos esta
cohabitación contra natura! Esto demuestra que nuestra fe es
líquida e inconsistente. La primero que hay que reformar es nuestro
corazón, y para ello hay que dejar de mentir. La fe es, al mismo tiempo,
el tesoro que queremos defender y la fuerza que nos permitirá
defenderla.
-Las partes dos y tres de su libro abordan el
tema de nuestra sociedad occidental en crisis: el tema es tan amplio y
usted se detiene sobre tantos puntos importantes (desde la extensión de
la "cultura de la muerte" hasta los problemas de consumismo vinculados
al liberalismo mundial, pasando por las cuestiones de identidad, de
transmisión, el islamismo, etc.) que es imposible tratarlos todos. Entre
todos estos problemas que usted analiza, ¿cuáles le parecen que son,
verdaderamente, los más importantes y cuáles son las causas principales
de este declive de Occidente?
-Desearía, ante todo, explicar por qué yo, hijo de África, me permito
dirigirme a Occidente. La Iglesia es la guardiana de la civilización.
Ahora bien, estoy convencido de que la civilización occidental vive una crisis mortal. Ha alcanzado los límites del odio autodestructivo.
Como en la época de la caída de Roma, las élites sólo se ocupan de
aumentar el lujo de su vida cotidiana y los pueblos están anestesiados
con el entretenimiento y la diversión, que son cada vez más vulgares.
Como obispo, ¡es mi deber advertir a Occidente! Los bárbaros ya están
dentro de la ciudad. Los bárbaros son todos aquellos que odian la
naturaleza humana, que ultrajan el sentido de lo sagrado, que desprecian
la vida.
»Occidente está ciego debido a su sed de riqueza. El afán de dinero
que el liberalismo difunde en los corazones adormece a los pueblos.
Durante este tiempo, la tragedia silenciosa del aborto y la eutanasia
continúan. Estamos acostumbrados a la barbarie, ¡ya ni siquiera nos
sorprende! He querido lanzar un grito de alarma que es, también, un
grito de amor. Lo he hecho con el corazón lleno de agradecimiento filial por los misioneros occidentales que murieron en mi tierra africana. ¡Quiero continuar su obra, recoger su legado!
»¿Cómo no subrayar también el peligro que constituye el islam? Los
musulmanes desprecian este Occidente ateo. Se refugian en el islamismo
por rechazo a una sociedad de consumo que se les propone como religión.
¿Sabrá proponerles Occidente claramente la fe? Sería necesario, para
ello, que volviera a sus raíces e identidad cristiana. De manera
insistente se les dice a los países del tercer mundo que Occidente es el
paraíso porque está gobernado por el liberalismo de mercado. Y
favorecemos, así, los flujos migratorios, trágicos para la identidad de
los pueblos. Un Occidente que reniega de su fe, su historia y sus raíces está condenado al desprecio y la muerte.
»Quiero, sin embargo, decir que todo está preparado para la
renovación. Veo familias, monasterios y parroquias que son el oasis en
medio del desierto. Occidente renacerá a partir de estos oasis de fe, liturgia, belleza y silencio.
-Usted termina su hermoso libro con una parte
titulada: "Reencontrar la esperanza: la práctica de las virtudes
cristianas". ¿Qué quiere usted decir y en qué esta práctica puede ser un
remedio a la crisis multiforme de la que hemos hablado en esta
entrevista?
-No hay un programa. Debemos tan solo vivir nuestra fe, completa y
radicalmente. Las virtudes cristianas son la realización plena de la fe
en todas las facultades humanas. Trazan el camino de una vida feliz
según Dios. Debemos crear lugares donde puedan florecer. Hago un
llamamiento a los cristianos para que abran oasis de gratuidad en el
desierto de la rentabilidad triunfadora. Debemos crear lugares en los que el aire sea respirable, en los que la vida cristiana sea posible. Nuestras comunidades deben poner a Dios en el centro. En la avalancha de mentiras, debemos poder encontrar lugares en los que la verdad no sólo se explique, sino que también se viva.
Se trata de vivir el Evangelio; no pensar que es una utopía, sino hacer
experiencia concreta del mismo. La fe es como un fuego. También
nosotros debemos arder para poder transmitirla. ¡Velad este fuego
sagrado! Que este sea vuestro calor en el corazón del invierno de
Occidente. Cuando un fuego resplandece en la noche, los hombres poco a
poco se reúnen a su alrededor. Esta es nuestra esperanza. "Si Dios está
con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?".
Traducción del francés de Elena Faccia Serrano.
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