San David Uribe Velasco
Un sacerdote mexicano mártir por rechazar adherirse a la Iglesia cismática
La rebelión popular en contra de las leyes antirreligiosas decretadas por el gobierno mexicano presidido por el general Plutarco Elías Calles (1924-1928), conocida ya universalmente como “La Cristiada” (nombre que le dio el historiador de este movimiento, Jean Meyer), trajo a México una gran cantidad de mártires, sacerdotes, laicos, religiosas, religiosos…
Un sacerdote mexicano mártir por rechazar adherirse a la Iglesia cismática
La rebelión popular en contra de las leyes antirreligiosas decretadas por el gobierno mexicano presidido por el general Plutarco Elías Calles (1924-1928), conocida ya universalmente como “La Cristiada” (nombre que le dio el historiador de este movimiento, Jean Meyer), trajo a México una gran cantidad de mártires, sacerdotes, laicos, religiosas, religiosos…
David Uribe Velasco, a quien se conmemora en el santoral el día de hoy, nació en Buenavista de Cuéllar, Guerrero, el 29 de diciembre de 1888.
Muy joven todavía hacia 1902, se matriculó en el Seminario Conciliar de Chilapa, al cual pertenecía la parroquia que lo vio nacer.
“Ocurrente sin ser grosero o insidioso, unió su índole inquieta a una sólida piedad. Despierto y dedicado, alcanzaba sin engreimiento los primeros lugares en concursos y exámenes públicos”…
Dicen sus biógrafos que David en su etapa de seminarista mostró un
talante que conservó toda su vida, hasta el momento mismo de su martirio, ocurrido en los años más duros de la persecución religiosa.
Fue
ordenado presbítero el día 2 de marzo de 1913, en medio de la
Revolución Mexicana (1910-1917) y de inmediato fue enviado a misionar al
Estado de Tabasco, “que tenía relajadas costumbres, vicios e impiedad”.
Poco después fue nombrado párroco del pequeño poblado de Zirándaro, en
el propio Estado de Guerrero.
La Revolución le impidió desarrollar su ministerio en ese lugar. De
nuevo en Chilapa, durante cinco meses prestó servicios en la catedral y
en el seminario hasta que en 1917 fue nombrado párroco de su pueblo
natal, conquistando en poco tiempo el cariño de su feligresía. En 1922
pasó a Iguala, ahí mismo en Guerrero.
Al suspenderse el culto público por parte de los obispos
mexicanos, en protesta por la llamada “Ley Calles” que impedía,
prácticamente, la existencia de la Iglesia católica y sancionaba
cualquier expresión de fe, el 1º de agosto de 1926, el padre David fue
desalojado del curato, hospedándose desde entonces en un domicilio
particular de Iguala.
A fines de 1926, regresó a Buenavista, su pueblo natal, pero también
las circunstancias le fueron adversas, decidiéndose a partir a la Ciudad
de México.
En febrero de 1927, ansioso de regresar a su parroquia, escribió: “Si la situación se prolonga me iré; poco importa que mi sangre corra por las calles de la histórica ciudad de Iturbide (Iguala)”.
Al día siguiente consignó: “Si fui ungido por el óleo santo que me hizo ministro del Altísimo, ¿por qué no ser ungido con mi sangre en defensa de las almas redimidas con la sangre de Cristo? Este es mi único deseo, éste mi anhelo”.
El 7 de abril de 1927, dispuso su regreso a Iguala. En el ferrocarril
un militar lo invitó a pasar al carro del general Adrián Castrejón,
quien, apenas lo tuvo junto a sí, le propuso adherirse a la Iglesia cismática
(que, recientemente, había fundado el general Calles y “nombrado”
patriarca de la “Iglesia católica, apostólica y mexicana” a un sacerdote
oaxaqueño de nombre José Joaquín Pérez, conocido como “El patriarca
Pérez) a cambio de apoyo y libertad.
Pero el padre David rechazó las ofertas una tras
otra, hasta que, muy molesto, el militar decretó su aprehensión, que en
ese momento significa, sin juicio ni nada, pena de muerte por ser “enemigo de la patria”.
La noche del lunes 11 de abril de 1927, incomunicado y aherrojado, escuchó la sentencia de muerte.
Se le permitió escribir esta despedida: “Declaro ante Dios que soy inocente de los delitos que se me acusa. Estoy
en las manos de Dios y de la Santísima Virgen de Guadalupe… perdono a
todos mis enemigos y pido a Dios perdón a quien yo haya ofendido”.
A las tres de la madrugada del día siguiente, una escolta lo trasladó al kilómetro 168 de la carretera de Iguala a México.
Al pisar tierra se arrodilló para orar, al incorporarse
dirigió a sus verdugos estas palabras: “Hermanos, hínquense que les voy a
dar la bendición. De corazón los perdono y sólo les suplico que pidan a
Dios por mi alma. Yo en cambio, no los olvidaré delante de Él”.
Dicho lo anterior distribuyó entre ellos sus pertenencias. Uno de la
escolta le disparó a la cabeza, quitándole al instante la vida. Sus
restos descansan en la iglesia parroquial de su pueblo natal, Buenavista
de Cuéllar.
Aleteia