José Pedraza no reniega de su pasado policial. Pero este diácono recién ordenado el pasado 8 de marzo en la diócesis de Nueve de Julio,
en la Argentina, sintió que Dios le pedía algo más, una idea que
rumiaba desde sus años de adolescente con su grupo scout, señala Camino Católico.
Primero José anhelaba estudiar cocina o geografía, aunque terminó
ingresando en la Policía Bonaerense en la que estuvo durante tres años
en la localidad de Pehuajó, a unos 60 kilómetros de su Henderson natal,
en pleno campo bonaerense. Allí sirvió para el Grupo de Apoyo
Departamental, y tenía que hacer allanamientos, requisas de calabozos o custodias de funcionarios que visitaban la ciudad.
Pero en esos años, Juan recibió la invitación de un amigo a un retiro
al que asistió incluso con su uniforme policial. Y sintió un llamado
que hoy evoca como una experiencia como la de san Pablo, sintió que
Cristo estaba en él. Algo similar había sentido ya a los 16 años. Así
que en 2010 dejó la policía para ingresar al año siguiente al Seminario
de Mercedes, donde se forman los futuros sacerdotes de la diócesis de
Nueve de Julio.
“La experiencia policial fue maravillosa. Fue parte de mi historia de salvación”, aseguró el joven seminarista de 31 años. Y reconoce que en la policía aprendió “sobre el compromiso, la responsabilidad y sobre el mundo de la calle… Dios me regaló este tiempo para crecer en muchas cosas. Aún hoy escucho un móvil y me pongo como loco porque el uniforme me llama… Pero no dejé la policía porque no me gustó sino porque tuve un llamado mucho más pleno”.
El cambio radical fue y es aún difícil de explicar. Y para muchos de comprender. “Parece
incomprensible pero, en esencia, los dos cuidan. La función del policía
es proteger al ciudadano y a la comunidad. La del sacerdote, cuidar y
velar por los fieles y por los más débiles”.
Con trabajo, pareja y el proyecto de emprender una familia a futuro,
el policía atravesó dimensiones que parecían irreconciliables. Y pocos
meses después, en 2011 ingresó al seminario de Mercedes para reemplazar
definitivamente su habitual uniforme de agente de seguridad por las
vestiduras sacerdotales.
El futuro servidor de la Iglesia sabe bien donde está y comprende la reacción de los otros. “La gente queda con la boca abierta y me interroga: ¿Cómo? ¿De policía a cura?”, sonríe con un gesto de afabilidad.
El choque de los dos mundos hace inevitable preguntarle cómo es
posible amalgamar la violencia, la inflexibilidad y la justicia terrenal
con la misericordia y la compasión. “Detrás de cada persona hay una
historia, hay una vida (no defiendo los hechos delictivos) pero sí hay
que tener en cuenta el contexto. Esa es justamente la mirada distinta que uno tiene como hombre de Dios que como policía no se tiene”.
“Hay que tener una visión de toda la circunstancias de la
persona humana. No hay que concentrarse sólo en el hecho. Perdón, en el
pecado”. Así rápidamente se corrige tras advertir que en su vocabulario todavía quedan rastros de la jerga policial.
Indudablemente su formación y experiencia previas dejan huellas
indelebles. Tal vez esa es justamente la causa que sienta que su misión
pastoral deba volcarse al mundo de las patrullas, de las armas y de las
esposas. “El ambiente policial es un poco complicado – reconoce-. Allí no se habla ni de Dios ni de la Virgen. Por eso me encantaría hacer un trabajo conjunto con la policía.
Estuve del lado de adentro y sé lo que viven y tengo sus mismos
códigos. Me gustaría acercarme con una mirada consoladora y
conciliadora. Una mirada de fe y una mirada trascendental ayudaría mucho en la policía”, agrega.
Sabe a ciencia cierta que la tarea no será fácil en muchos aspectos y
que tal vez, por ejemplo, deberá enfrentarse como sacerdote a alguien
que él mismo apresó. El miedo no lo amedrenta. Ve, en cambio, a esa
hipotética circunstancia como un verdadero desafío para servir a los
hombres, aunque de un nuevo lugar. “Estaremos atentos, estaremos a la escucha”– agrega espontáneamente para luego retractarse una vez más por los rastros que quedaron del hombre de ayer.
Llamado a trabajar en las periferias
José tiene la convicción de que “cuando uno encuentra el camino que Dios tiene planeado para él se logra la felicidad plena”.
Pero cuáles son sus expectativas para esta nueva forma de vida. José lo resume así: “Siento un llamado especial, como dice nuestro querido Papa Francisco, por las periferias geográficas y existenciales.
Mi carisma es que quiero salir al encuentro de todas las personas, con
mi alegría y mis palabras, con mi experiencia de vida y con mi acción.
Jesús nos espera en el anciano, en el enfermo, en el pobre, en el niño y
en el joven. Y yo quiero ir, como parte viva y presente de la Iglesia,
hacia todos ellos”.
En la ordenación diaconal de José Pedraza el pasado 8 de marzo, el
obispo de la diócesis de Nueve de Julio, Ariel Torrado Mosconi, dijo que
“tu entrega al servicio de los ciudadanos en tu paso por la policía, la
participación en los grupos scout, tu espíritu de servicio en los años
del seminario, tu espíritu fraterno con tus compañeros en el centro
vocacional Cardenal Pironio y tu dedicación al Hogar de Cristo muestran
unos dones, unas disposiciones y capacidades que no quedan de ninguna
manera atrás en tu vida, sino que bien podrás integrarlas e
incorporarlas para hacer más rico y fecundo tu servicio en muchos
sentidos”.
También el obispo le recomendó “la escucha contemplativa de
la Palabra te llevará siempre a pasar del temor a la confianza, del
miedo a la generosidad para responder con un “sí” sincero, generoso y
grande al llamado de Dios que se expresará a través de tantos
desafíos, sufrimientos y misiones que deberás afrontar en tu vida y
ministerio”. Asimismo lo animó a no temer en su nueva misión puesto que
“en la Palabra de Dios” encontrará “el consuelo, la fortaleza y la paz
para cumplirla” apoyado no en sí mismo sino “en el don sobreabundante de
Dios”.
Puedes ver una entrevista a José Pedraza a continuación.
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