Manuel Velasco, médico retirado, ayudó en su juventud a varias mujeres a abortar en Londres. Durante mucho tiempo defendió este “derecho”. Creía estar haciendo lo correcto, hasta que vio las secuelas que provoca el aborto. La periodista María Martínez López, en Alfa y Omega, ha recogido su testimonio en el que, entre otras cosas, este médico retirado afirma que a las mujeres que animó abortar en Londres “las conocía a prácticamente todas, y cuando ves sus ojos antes y después… sabes que lo que hay ahí es dolor, aunque muchas sigan pensando que hicieron lo que debían”. Para él todo empezó a cambiar ahí.

Las malas elecciones te dejan una herida para siempre. Y yo todavía no me siento bien con mi conciencia” después de haber apoyado el aborto, afirma Manuel Velasco. “Por eso estoy haciendo este esfuerzo” de dar un testimonio provida, en un entorno familiar y social mayoritariamente contrario.

Este médico de urgencias de Madrid, retirado desde hace un par de años, fue uno de los protagonistas del XXII Congreso Nacional que la Federación Española de Asociaciones Provida celebró el pasado fin de semana. No le fue fácil acudir, pues sufre una enfermedad incurable que le hace cansarse mucho. Pero ha disfrutado “conociendo a tanta gente buena. Lo que más me ha gustado ha sido la actitud de mis hijos, contentos por verme feliz y haciendo algo en lo que creo”.

Velasco comenzó a ejercer la medicina en 1985, el mismo año en el que se despenalizó el aborto en España. Pero antes no había sido ajeno a la cuestión. Durante la universidad, “tuve responsabilidades en una organización de extrema izquierda. Cuando se me acercaban militantes que querían abortar, les facilitaba contactos para ir a Londres”.

Aunque se fue alejando de su militancia política, como médico nunca dejó de derivar a mujeres a centros abortistas. Desde finales de los 90, también les recetaba la llamada “píldora del día después”. “Debí haber intentado convencerlas para que apostaran por la vida”, reconoce ahora. Tenía buena intención –“si no, no creo que ahora estuviera totalmente arrepentido”–. También es consciente de que esas mujeres “intentaban resolver un problema real”, aunque “de forma equivocada”. Pero terminó viendo que eso no justificaba acabar con la vida del no nacido.

Ocurrió poco a poco, “al ver los efectos que causaba el aborto”. A las chicas que ayudó a ir a Londres “las conocía a prácticamente todas, y cuando ves sus ojos antes y después sabes que lo que hay ahí es dolor, aunque muchas sigan pensando que hicieron lo que debían”. Empezaba a recelar, sobre todo cuando se hablaba del aborto como “derecho”. Pero durante un tiempo siguió pensando que era un procedimiento que debía ofrecerse a las mujeres.

Miembros de las asociaciones provida de España durante la presentación del Congreso
Agnóstico y provida
En el año 2008, cuando ya se empezaba a hablar de la reforma del aborto del Gobierno de Zapatero, llegó a Valencia el barco de Women on waves, una organización holandesa que practica abortos químicos en aguas internacionales. La visita a España, en un año en el que hubo 115.812 abortos, pretendía denunciar lo restrictiva que era la ley española de 1985. “Recuerdo que se celebró como una gran fiesta –narra Velasco–. Ahí vi la luz. Sabía que ninguna de las mujeres que yo conocía y habían abortado lo vivían así. Nadie celebra eso”. Fue el empujón que necesitaba para rechazar del todo esta práctica.

Nunca voy a defender que se castigue a la mujer por abortar –aclara este médico retirado–. Pero el Estado no debe legalizarlo ni destinar dinero público a ello. Al contrario, se debería dedicar a políticas activas de ayuda a las madres con problemas”. Es lo que intenta conseguir con su testimonio. “Me parece importante, además, que se sepa que hay personas agnósticas que no estamos de acuerdo con el aborto”, añade.

Alicia Latorre, presidenta de Provida y una de las personas que ha acompañado su itinerario, asegura que personas como Velasco “tienen una fuerza especial” en el movimiento provida, y más aún en un congreso que tenía como lema Todos somos necesarios. Además de conocer “los entramados de la cultura de la muerte, el dolor de haber colaborado con ella los empuja a compensar el daño que han hecho. Y son una esperanza de que cualquier persona puede cambiar y sacar algo bueno hasta del peor pasado”.
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