¿Cómo puede mi alma retener tanta alegría dentro de mí?
En el monte Jesús se transfiguró delante de sus amigos: “Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos”.
En su carne mortal muestra el poder de Dios y los suyos se llenan de gozo. Tocan la gloria, la vida, la esperanza: “Pedro
y sus compañeros se caían del sueño; y, espabilándose, vieron su gloria
y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras estos se alejaban,
dijo Pedro a Jesús: – Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo
que decía”.
Pedro no sabe lo que dice. Pero ha tocado el cielo en su carne mortal. Ha visto la gloria de Dios, su rostro.
Ya puede cerrar los ojos y dejarse llevar. Nada más importa. Nada teme. Me impresiona ese momento.
Los discípulos sin saberlo han tocado el cielo. Quieren quedarse allí para siempre. ¿No he sentido yo a veces lo mismo?
En
mi vida ha habido momentos en los que he tenido la misma sensación. El
corazón tranquilo, lleno de gozo. Momentos en los que el cielo se ha
hecho tierra. O la tierra se ha vestido de estrellas. No sé bien cómo.
Un encuentro con el Señor en medio de su Iglesia. Una conversación
sagrada en la que Dios se hace presente. Un amor humano que me habla de
cuánto me quiere Dios. Una canción, un paisaje, un encuentro en familia.
Son momentos de Tabor que no quiero que acaben nunca.
Pero acaban, es cierto. Y me dejan un sabor de boca agridulce. Feliz por haberlos vivido. Triste porque pasan y ya no los puedo tocar.
En esos momentos de cielo en lo alto de mi monte
Dios me muestra su gloria. Y me dice que confíe, que siga creyendo, que
no dude nunca. Que después de la muerte viene siempre la vida y después
del monte otra vez el valle.
Me dice que me ama. Que no tema. Que después del dolor viene la paz infinita. Me consuela. No dudo. Lo sé, porque lo he vivido. Mi alma se llena de paz. No tengo nada más que hacer. Callo.
Como Juan y Santiago que no dicen nada. Así me siento yo en esos
momentos. Me lo guardo todo muy dentro del alma. Allí en el silencio
estoy turbado.
¿Cómo puede retener tanto gozo dentro de mí? No puede. Es como si
estuviera agrietado por dentro y se me escapara esta agua que me llega
del cielo a raudales. La visión de Dios en mi vida. La música celestial
de su presencia.
Momentos en los que me siento pleno, realizado, feliz, lleno de gozo.
Duran poco. A veces son sólo segundos. En ocasiones duran más. Son
momentos de Tabor en mi vida.
Siento que Jesús me ha llevado como a los suyos a lo más alto del
monte de mi vida para contemplar su gloria. ¿Qué más puedo pedir? Sobran
las palabras. No logro describir lo que mi corazón siente. Estoy lleno.
Carlos Padilla
Aleteia