San Pedro Damián
Consumió su vida y su salud intentando solucionar muchos de los problemas de la Iglesia de entonces
Al lado de san Romualdo, fundador de los camaldulenses, san Juan Gualberto, san Nilo y del monje Hildebrando, (futuro Gregorio VII) fue uno de los hombres más beneméritos e insignes.
Consumió su vida y su salud intentando solucionar muchos de los problemas de la Iglesia de entonces
Al lado de san Romualdo, fundador de los camaldulenses, san Juan Gualberto, san Nilo y del monje Hildebrando, (futuro Gregorio VII) fue uno de los hombres más beneméritos e insignes.
Pedro nació en Rávena en el año 1007 en una familia numerosa y pobre.
Fue el hijo último; pronto quedó huérfano y al cargo de uno de sus
hermanos mayores que lo trató con dureza extrema, casi como a un
esclavo, teniéndolo descalzo y a medio cubrir con andrajos, encargado de
cuidar de los animales de la granja. Visto en esa situación lo tomó
otro hermano a su cuidado; era Damián, con corazón bueno; tan grande fue
el cambio, que Pedro no olvidará el gesto y añadirá en adelante, como
su segundo nombre, el de su hermano Damián.
A la muerte de Landorfo lo eligieron abad. No dejó Regla escrita,
pero sí quedó patente entre los monjes su espíritu: absoluto silencio,
trabajo manual básico para vivir, mezcla de vida solitaria en celdas
separadas y algunos actos comunes, mucha oración y abundante lectura
espiritual.
Fundó el monasterio de Nuestra Señora de Sitria y otros cuatro centros ermitaños más.
La segunda parte de su vida está llena de encargos y legaciones
apostólicas; los Papas recurren a él encomendándole asuntos que le
llevaron a una actividad incesante para contribuir a mejorar la triste
situación de la Iglesia del año 1044.
En
1046, Pedro Damián asistió en Roma a la coronación de Enrique III,
emperador del Sacro Imperio romano, que puso providencialmente término
al actual estado de cosas. En 1047 está presente en el concilio de
Letrán que promulgó ya varios decretos de reforma.
Al regresar a Fonte-Avellana para recuperar su vida de penitencia y
soledad es cuando se hace palpable la influencia de su espíritu y lo
grande de su prestigio; escribió al Papa Clemente II para que dé impulso
a la reforma, y escribe su libro Gomorriano o de los Incontinentes con
el que anima a papas y dirigentes a poner remedio al mal.
El Papa Esteban IX (1057-1058) lo nombró cardenal-obispo de Ostia
(decano del sagrado colegio de cardenales) en 1057, a pesar de su
resistencia; no tuvo el pobre Pedro Damián más remedio que ceder para no
incurrir en la excomunión con que se le amenazó si osaba negarse una
vez más.
Prematuramente muere el Papa y se van al traste las esperanzas de
reforma. Hay un intento de renuncia y de refugiarse en Fonte-Avellana,
pero el papa Nicolás II, en 1059, lo hace legado para Milán; allí se
soporta desde hace tiempo una desesperada situación por la simonía y la
lujuria de los clérigos; convocó un sínodo y llegó a restablecerse el
orden, terminando con el escándalo.
El Papa Alejandro III (1061-1070) aprovechó su celo y servicios
extraordinarios. Pedro Damián sacó abundantes escritos _irónicos,
iracundos, anatematizantes y apocalípticos_ a la asamblea de Augsburgo
para acabar con el cisma, porque hay antipapa.
Otra legación, acompañada ahora por Hugón de Cluny, fue en 1063;
debía intentar poner freno a Drogon, obispo de Maçon, y restablecer la
justicia lesionada en la abadía de Bourgogne y otras cluniacenses como
Limoges, San Marcial y Sauvigny.
Se vio obligado a intervenir ante el joven rey Enrique IV en defensa de los derechos pontificios.
No pretendía Pedro llevar una vida de incesante viajar. Pidió un
descanso merecido al Papa Alejandro II y que se le aceptara la renuncia a
todas sus dignidades; pero Hildebrando, que era cardenal desde que
Gregorio VI echó mano de él para que le apoyase en la necesaria reforma.
Pedro Damián acepta complacidísimo con tal de retirarse a
Fonte-Avellana. En 1066 se le vio, por mandato de la Santa Sede, en
Montecasino para solucionar el conflicto con los monjes de
Vallehumbrosa. Se desplazó a Alemania porque Enrique IV intentaba su
divorcio matrimonial y era preciso dejar claro ante el concilio los
principios de moral cristiana.
También fue preciso arrimar el hombro para reconciliar a su querida
Rávena natal con el Papa, lo hizo como legado, en 1072. Precisamente
cuando iba a dar cuentas a Roma de ésta última gestión se puso muy
enfermo en Faenza, lo llevaron al monasterio de Nuestra Señora de los
Ángeles, donde murió el 21 de febrero de 1072.
León XII le declaró doctor de la Iglesia y gracias a su vida ejemplar
pudo ser el precursor de la gran reforma llamada gregoriana por
llevarla a término feliz el Papa Gregorio VII, desde que lo elevaron a
la sede de Pedro en 1073.
El eficaz Pedro Damián, monje como el más enamorado del monacato,
sirvió a la Iglesia intentando dar solución a los más enrevesados
problemas. Es palpable que la inmensa mayoría de sus contemporáneos
seglares no hubieran podido ni siquiera arañar lo que él realizó, aunque
ello le llevara a tener que fastidiarse sin poder disfrutar de la
soledad que por vocación le hubiera gustado tener.
Oremos
Concédenos, Dios todopoderoso, seguir las exhortaciones y los
ejemplos del santo obispo Pedro Damián, para que, sin anteponer nada al
amor de Cristo nos esforcemos en servir siempre a tu Iglesia y así
merezcamos gozar un día de la felicidad de tu reino eterno. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo.
Aleteia