Esas circunstancias de tu vida que te angustian, elígelas
No
sé muy bien si la vida entera se juega en las decisiones que voy
tomando. A veces creo que sí. Decido elegir lo que estoy viviendo.
Aceptar mi realidad. Pero esa decisión no siempre dura tanto.
El otro día escuchaba a la sicóloga Pilar Sordo. Y contaba la
historia de una mujer que lo había perdido todo en Chile en el último
terremoto. En su búsqueda de la felicidad en medio de la desgracia le
pregunta:
“Pilar, yo tomo la decisión de ser feliz por la mañana a las
ocho. Pero esa decisión no me dura todo el día. ¿Se puede tomar la
decisión como quien toma un medicamento cada cuatro horas? Yo cuatro
horas sí aguanto”.
No sé si puedo ser feliz siempre. Tampoco sé sí logro aguantar cuatro horas. Pero lo que sí puedo hacer es decidir cada cuatro horas ser feliz.
Elegir cada cuatro horas de nuevo la vida que tengo que vivir y no
otra distinta. Elegir en momentos complicados esas circunstancias que me
angustian y me quitan la paz.
No porque desee sufrir. Sino porque sé que elegir lo que ya vivo, en lugar de vivir negándolo o rechazándolo, es el único camino que tengo para tener paz en el alma y un corazón sano.
Elijo la enfermedad que no deseo, porque no puedo hacer que
desaparezca. Elijo la pérdida que me duele muy hondo, porque no puedo
volver al pasado.
Elijo mi soledad como compañera del camino, cuando no estoy acompañado. Elijo el fracaso cuando no he podido lograr la victoria.
Vuelvo a decidir eligiendo lo que tengo ahora, aunque no lo desee. Y lo repito cada cuatro horas, como si fuera un medicamento.
Cada cuatro horas me levanto, miro a Jesús a los ojos, y le digo:
“Te elijo a ti. Decido vivir contigo esta vida que tengo. No otra
distinta. No te lloro por lo que no puede ser. No me hundo al pensar en
la oportunidad perdida. No me amargo por no poseer ahora lo que antes
me hacía tan feliz. Vuelvo a elegirte a ti. Decido estar contigo.
Siempre. No dudo de tu amor”.
Muchas cosas en mi vida no van a cambiar nunca. Algunas porque es
imposible la vuelta al pasado. Otras porque por más que me esfuerzo no
logro cambiar mi carácter, mis prisas, mi forma de ser.
Intento en un esfuerzo sobrehumano dejar de apasionarme tanto por las
cosas. Para no sufrir en vano. Ni llorar por vanidades. Lucho por no
vivir acelerado actuando a veces precipitadamente. Lo intento. Me
esfuerzo. No siempre lo consigo.
Tal vez tendré que aceptarme como soy de una vez por todas. Soy yo. El mismo apasionado de siempre que corre por los caminos. Aquel niño al que Dios ama con locura.
Podía haber vivido otras vidas. Podía haber sido todo diferente. Pero vivo mi vida hoy, tal como es. Esta vida es la que me hace feliz. La elijo de nuevo para no olvidar mi elección primera.
No dudo. No tengo miedo. Me gusta pensar que mi felicidad se conjuga en presente y no en futuros imposibles.
Sé muy bien que de nada sirve llorar sobre la leche derramada. Porque el pasado es pasado y se agota en un suspiro.
Y el presente es una oportunidad nueva, cada cuatro horas, de renovar
mi sí alegre. Una nueva revancha. Una nueva posibilidad que se abre en
una puerta hacia delante.
Sigo los pasos de Jesús y acepto con alegría sus huellas. Quiero
aprender a besar mi vida como es, no como quisiera que hubiera sido.
Las desgracias y las pérdidas pueden dejarme herido. Pero no acaban con mi vida, no me amargan. Vuelvo a elegir el perdón, el amor, la paz.
Recuerdo el testimonio de Esther Sáez después del atentado del 4 de marzo del 2004:
“Una terapia, no asomarme sólo a las ofensas que me habían hecho,
sino a las que yo había hecho, hago y seguiré haciendo. Soy feliz
porque me encontré con Cristo. Nunca me había parado a pensar que Cristo
había echado el resto conmigo. He necesitado un atentado terrorista
para darme cuenta de esto. Cristo está a nuestro lado. He aprendido
muchísimas cosas de este atentado. Lo más fuerte ha sido el perdón.
Cristo me perdonó por haber dudado de Él. Él me rescató y me convertí en
Pedro. Me puse a llorar. Le pedí perdón”.
Me conmueven sus palabras. Como ella yo también sé que soy feliz sólo al aceptar la vida como se me ha dado. Sólo cuando elimino el rencor de mi alma perdonando.
Quiero mirar con paz lo que soy, lo que vivo. Besar mis heridas y suplicar que Dios las toque con su mano devolviéndome la esperanza.
Carlos Padilla
Aleteia