- Si se quiere la paz, hay que construir la paz.
- La paz nunca ha de estar sometida al poder político.
- La paz es una buena noticia que hay que anunciar como futuro en donde cada persona sea respeta en su dignidad y en sus derechos.
El primer día del año la Iglesia celebramos la Jornada Mundial de la
Paz. Han pasado ya 52 años desde que el papa Pablo VI propusiera
celebrar el Día de la Paz “el primer día del año civil”. El objetivo del
Santo Padre era que se convirtiese en “presagio y promesa” para que la
paz fuese, “con su justo y benéfico equilibrio la que domine el
desarrollo de la historia futura”. En esta ocasión la Santa Sede escogió
por lema “la buena política está al servicio de la paz”.
En este aspecto incide también la pastoral publicada en esta
celebración por el arzobispo de Santiago, para quien “en una sociedad
enredada en la violencia y en la mentira son necesarias las personas que
hablen con su vida para afirmar la dignidad del hombre y la urgencia
del mensaje de la paz”. Recogiendo el mensaje del papa Francisco, el
arzobispo compostelano recuerda también que “el compromiso político ha
de tener en cuenta la preocupación por el futuro de la vida y del
planeta, de los más jóvenes y de los más pequeños”. El poder político ha
de ejercerse, por tanto, teniendo como referencia ineludible la paz
“que es fruto de la justicia, virtud moral y garantía legal que vela
sobre el pleno respeto de derechos y deberes, y sobre la distribución
unánime de beneficios y cargas.
En su misiva el arzobispo insiste en que “la paz es un bien común por
el que debemos trabajar y en que debemos participar”. Esa paz supone la
existencia de una sociedad justa, no violenta, en la que se proteja la
creación, se practique la caridad y se respete la libertad. En este
sentido, mons. Barrio presenta a las Bienaventuranzas como “el manual a
seguir” para trabajar por la paz. Una paz que sólo será realidad si
cambiamos nuestros corazones y trabajamos “todos juntos para que la
humanidad progrese hacia el bien”.
A continuación les ofrecemos el mensaje íntegro de nuestro arzobispo:
En la Jornada Mundial de la Paz 2019
Preocupación constante del ministerio pastoral es orientar a las
personas hacia la perfección personal y social. Este propósito no
encuentra siempre la respuesta que cabría esperar, aunque nada puede
impedir el amor. Escribía el Cardenal Suhard: “Ser testimonio significa
hacerse misterio, vivir de manera tal que la propia vida sería
inexplicable si Dios no existiese”. Este propósito debe ser encarnado de
manera especial en el cristiano que ha de ser como un puente que une
las orillas. En una sociedad enredada en la violencia y en la mentira
son necesarias las personas que hablen con su vida para afirmar la
dignidad del hombre y la urgencia del mensaje de la paz.
En nuestros días estamos utilizando muchas palabras que suenan como
cántaros vacíos, es decir a hueco. Fácilmente olvidamos los contenidos
que con ellas debemos transmitir, comprometiendo nuestras actitudes y
comportamientos. Es necesario animar el diálogo entre los actores de la
sociedad, entre las generaciones y entre las culturas. “El compromiso
político ha de tener en cuenta la preocupación por el futuro de la vida y
del planeta, de los más jóvenes y de los más pequeños”, como escribe el
papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada. Esto debe fundamentarse
en la confianza recíproca que se apoya en el respeto a la palabra.
“Cuando el hombre es respetado en todos sus derechos brota en él el
sentido del deber respetar los derechos de los otros. Los derechos y los
deberes del hombre aumentan la conciencia de pertenecer a una misma
comunidad con los otros y con Dios”, como escribió san Juan XXIII. Si
se quiere la paz, hay que construir la paz. Subraya el papa Francisco
que “la responsabilidad política pertenece a cada ciudadano y, en
particular, a quien ha recibido el cargo de proteger y gobernar”. La paz
es un bien común por el que debemos trabajar y en que debemos
participar. Esto supone la justicia, la no violencia, la protección de
la creación, la solicitud por todas las personas cualesquiera que sean
las circunstancias en que se encuentren con un orden fundamentado en la
verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado
por la caridad y realizado bajo los auspicios de la libertad[1].
Cristo nos deja, por así decirlo, el manual a seguir según
el espíritu de las Bienaventuranzas para trabajar por la paz que ha de
formar parte de la identidad de la persona. La conflictividad personal,
familiar y social nos indica que nos movemos tal vez en la
superficialidad de una convivencia social, intelectual y moral
condicionada según los intereses dictados por el puro oportunismo del
momento y a veces ajenos al verdadero desarrollo integral de la persona
humana.
La paz nunca ha de estar sometida al poder político sino que éste ha
de ser ejercido teniendo como referencia ineludible la paz “que es fruto
de la justicia, virtud moral y garantía legal que vela sobre el pleno
respeto de derechos y deberes, y sobre la distribución unánime de
beneficios y cargas”[2].
“Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o
social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los
hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan guerras. Todo
lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la
paz y evitar la guerra”[3].
La doctrina de la Iglesia es clara: “De nada sirve insistir en la
construcción de la paz, mientras los sentimientos de hostilidad, de
desprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías
obstinadas dividen a los hombres y los oponen entre sí… Ciertamente es
necesario que todos nosotros cambiemos nuestros corazones, contemplando
atentamente todo el universo y aquellas tareas que podemos realizar
todos juntos para que la humanidad progrese hacia el bien”[4].
Hay que globalizar la paz. La paz es una buena noticia que hay que
anunciar como futuro en donde cada persona sea respeta en su dignidad y
en sus derechos. Es la de la esperanza para construir una civilización
capaz de forjar “de las espadas arados, de las lanzas podaderas, donde
no alce la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestren para la guerra”
(Is 2,4). ¡Trabajemos por la paz!
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela
Arzobispo de Santiago de Compostela
[1] Cf. JUAN XXIII, Pacem in terris, nº 167.
[2] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, nº 3.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2317.
[4] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 82.
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