Del
21 al 24 de febrero, el Papa Francisco ha convocado en el Vaticano a
los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo para
debatir juntos sobre el tema de la protección de los menores y sobre la prevención de los casos de abuso sobre menores y adultos vulnerables. Con este motivo, el periodista Giovanni Tridente, de la revista Palabra, ha entrevistado al P. Hans Zollner, S.J., miembro de la Comisión Pontificia para la Tutela de los Menores y presidente del Centro de Protección de los Menores de la Pontificia Universidad Gregoriana.
Se trata de una verdadera novedad, dado que por primera vez la
cuestión es afrontada de manera sistemática y con los máximos
representantes del episcopado mundial. Para la ocasión, los
participantes en el encuentro han recibido la exhortación a seguir el
ejemplo del Santo Padre y reunirse personalmente con víctimas de abusos
antes de la reunión de Roma, con el fin de tomar conciencia de la verdad
de lo sucedido y palpar el sufrimiento que estas personas han soportado.
El P. Hans Zollner ha recibido del Papa el encargo de la Secretaría
organizativa del encuentro del próximo mes. El sacerdote, que es también
psicólogo, afronta la cuestión en toda su amplitud, narrando su
experiencia y puntualizando los aspectos verdaderamente importantes para
una prevención eficaz, a partir de la formación del clero y de la
salvaguardia de los más débiles, para una definitiva toma de conciencia
del fenómeno.
- P. Zollner, en 2002 san Juan Pablo II,
hablando a los cardenales de los Estados Unidos de América sobre el
escándalo de los abusos que estallaba en aquellos meses, expresaba su
deseo de que todo aquel dolor y malestar llevara a un sacerdocio y a un
episcopado “santo”. ¿Se puede decir que se remonta a aquel periodo una
toma inicial de conciencia de la gravedad del fenómeno?
- A decir verdad, la conciencia de algunas personas de la
Iglesia respecto a este fenómeno comenzó mucho antes. Por ejemplo, el
Concilio de Elvira, en España, hace 1.700 años, ya había escrito en
relación con los escándalos que provienen de abusos sexuales. El canon
71 afirma: “Los hombres que violentan a los muchachos no recibirán la comunión, ni siquiera al final”.
Sin embargo, desde 2002, como se ha observado, sucede algo distinto. El
problema del abuso sexual sobre menores ha pasado de una condición de
tabú al espacio del discurso público en la Iglesia, y también en la
sociedad. Eso se debe a muchas razones, y entre ellas no es la última la
atención que los medios de comunicación han dirigido a este problema.
Hoy son relevantes las palabras de Juan Pablo II con motivo de la
reunión con los cardenales estadounidenses: “Los abusos sobre los jóvenes son un grave síntoma de una crisis que golpea no sólo a la Iglesia, sino también a la sociedad en su conjunto”.
- En aquella ocasión, el Pontífice polaco habló
de un auténtico crimen, reconociendo la necesidad de establecer
criterios útiles –hasta entonces conocidos de manera generalizada– para
asegurar que semejantes errores no se verifiquen más. ¿Realmente ha sido
así?
- Podemos notar muchos cambios tras la reunión de 2002, de
manera particular en la Iglesia en los Estados Unidos. Después de la
rigurosa actuación de la llamada Dallas Charter, las auditorías
privadas han mostrado que diócesis como la de Boston han creado
ambientes católicos que están hoy entre los lugares más seguros para los
niños. Los adultos que trabajan con los niños han recibido una
formación rigurosa, y hay una mayor atención en la selección de los que
pueden trabajar con los niños. Allí donde han sido tomadas precauciones
de prevención, podemos ver resultados mensurables y positivos.
- En el pontificado de Benedicto XVI se asiste a
un desvelamiento de escándalos, provenientes esta vez de Europa, y en
particular de Irlanda. Es conmovedora la carta que el Papa emérito
dirigió en 2010 a los obispos de aquella región…
- Como decía el Pontífice precisamente en aquella carta: “Nadie
se imagine que esta penosa situación se resolverá en un tiempo breve.
Se han dado pasos adelante positivos, pero quedan muchos más por hacer”.
- Benedicto XVI ha sido también el primer Papa
en reunirse en varias ocasiones con las víctimas de abusos. Ha
manifestado así la importancia de que la Iglesia atienda a cuantos han
sufrido estos crímenes…
- Podemos decir que, sin duda, el liderazgo de la Iglesia no
siempre ha funcionado con plena conciencia de la magnitud del problema.
Lo comprobamos constantemente. Benedicto XVI hizo mucho para luchar
contra los abusos, también antes de convertirse en Papa, durante su
actividad al frente de la Doctrina de la Fe. Tuvo el valor de actuar,
contra los deseos de muchos, con el fin de sacar a la luz los crímenes
de Marcial Maciel, por ejemplo, y de otros. Sin embargo, cuando se le
preguntó por qué no había sido más agresivo al tratar el problema como
arzobispo de Múnich, respondió: “Para mí… fue una sorpresa que también en Alemania existieran abusos en esta escala”, como contó en el libro La luz del mundo.
- El Papa Francisco ha proseguido en esta
atención a las víctimas, recibiendo regularmente en Santa Marta, de
forma estrictamente privada, a quienes llevan las heridas de los abusos.
¿Cree que este tipo de encuentros puede aliviar de alguna manera los
sufrimientos de estas personas?
- He sido testigo, cuando acompañé a dos personas que habían
sufrido abusos sexuales por parte de sacerdotes. El 7 de julio de 2014,
el Papa Francisco invitó a Santa Marta a dos ingleses, dos irlandeses y
dos alemanes, todos ellos víctimas de abusos sexuales del clero. Una de
estas personas entregó al Santo Padre una tarjeta postal que reproducía
la imagen de la Pietà. Fue el último en hablar con el Santo Padre. Estaba contando la historia en presencia de su esposa, y comenzó a llorar. Dijo: “Veo esto [la Pietà] como un signo: María estaba con su hijo, pero yo no tenía a nadie a mi lado”.
El Papa Francisco tomó el tarjetón, y no dijo mucho. Al final prometió
al hombre que rezaría por él. Un año después, en octubre de 2015,
después de la Misa, el Papa dijo: “¿Cómo están las dos
personas [de las que se abusó]? Di al señor Tal que su tarjetón está en
el rincón de mi habitación donde rezo todas las mañanas”. Esas dos
personas regresaron a la Iglesia, y las dos colaboran en la vida
parroquial. Ambas concuerdan en el trauma espiritual que fue la parte
más difícil de su experiencia. No podían rezar, no habían encontrado
ningún sentido ni creían en el Dios representado por los sacerdotes que
abusaron de ellas. Se debe decir que esto se debía sobre todo a la
inercia, y al rechazo de las autoridades de la Iglesia a escucharlos
verdaderamente.
El P. Zollner saluda Andrew Collins, David y Peter Ridsdale
Blenkiron, víctimas de abusos australianas, en la Pontificia Universidad
Gregoriana
- En 2014, un año después de su elección, el
Papa Francisco instituyó la Comisión Pontificia para la Tutela de los
Menores, de la que Usted es Secretario. ¿De qué se ocupa exactamente
este organismo?
- Me parece importante destacar que el trabajo de la
Pontificia Comisión no se centra en los casos individuales, que siguen
estando bajo la jurisdicción de la Congregación para la Doctrina de la
Fe. Conforme a la misión que le ha señalado el mismo Santo Padre, sus
miembros se focalizan principalmente en tres áreas principales: escucha a
las víctimas, dar líneas guía, y ofrecer educación y formación del
personal de las Iglesias, sean clérigos, religiosos o laicos.
- ¿Cuál es el grado de conciencia que ha podido registrar sobre este fenómeno en el nivel de las Iglesias locales?
- En estos últimos años, viajando a más de 60 países para promover la actividad de Safeguarding (salvaguardia),
he experimentado la profunda unidad que puede traer la fe católica:
compartimos un credo, celebramos la misma Eucaristía, enseñamos un sólo
catecismo. He experimentado también la unidad que compartimos en los
problemas que afrontamos como Iglesia. Ciertamente, es inquietante saber
que los abusos sexuales sobre menores han sido cometidos en todas las
provincias y territorios de una diócesis. Al mismo tiempo, mientras
levantamos acta de esta realidad, convenimos en el común interés de
contribuir a una cultura de salvaguardia. Es claro que hay factores
culturales que hacen imposible crear una solución unívoca para todos los
lugares. Recuerdo, por ejemplo, cuando estuve en Bangkok, en Tailandia,
en un encuentro de la Federación de las Conferencias Episcopales
asiáticas. Estaban representados 11 países, cada uno con sus problemas
en relación con el comportamiento del clero, pero todos con enormes
diferencias en la conciencia y en la voluntad de hablar del problema, en
parte a causa de una cultura de la vergüenza muy pronunciada, que
circunda la sexualidad en Asia. Allí la Iglesia se enfrenta con el
desafío de hacer llegar a una comprensión de las cuestiones de
comportamiento y superar las inhibiciones que circundan el tema.
Muy distinta es la cultura de Suecia, un país con raíces puritanas,
que ahora promueve en cambio una comprensión muy liberal de cómo
expresar y vivir la sexualidad. En este caso el desafío está en
comunicar cómo la libertad de expresión y la autodeterminación tienen
límites en relación con los derechos de un niño. En Malawi, en el África
meridional, he dado una serie de seminarios para los religiosos. En
este caso, el factor importante es la pobreza. Por ejemplo, muchas
personas pueden compartir una pequeña habitación: los padres, seis
hijos, un primo y un abuelo. Los límites de las relaciones están
difuminados. La actividad sexual no se esconde, y las chicas pueden ser
fácilmente objeto de abuso dentro de la familia. Los ritos tradicionales
de iniciación a la edad adulta se han desdibujado, mientras que en otro
tiempo eran un factor cultural que daba indicaciones sobre cómo vivir
la sexualidad en el interior de la comunidad. A esto se añade la
corrupción de la policía y un sistema jurídico en quiebra. Por
consiguiente, aquí el reto consiste en difundir conciencia e
instrucción, para permitir a los jóvenes conocer sus derechos y poder
auto-determinarse, así como en ayudar a los padres a intervenir para
construir comunidades fuertes, en las que se impida el abuso.
- En los últimos meses han llegado noticias
desagradables: nuevamente de los Estados Unidos, con el informe
Pennsylvania, de Alemania y de Irlanda o Australia. Es evidente que se
trata de casos del pasado, pero ¿por qué salen al descubierto
precisamente ahora?
- Sin duda estamos ante un cambio cultural. En el último año, y
en particular en los Estados Unidos y en Alemania, ha habido un amplio
movimiento de personas que se han unido en torno al hashtag #MeToo.
Este movimiento se concentra principalmente en el abuso sexual como
abuso de poder. Si en los Estados Unidos en 2002, y en Alemania en 2010
la crisis se refería a una cultura de la “omertà”, del
silencio, la segunda ola está más focalizada sobre el poder utilizado en
el abuso sexual sobre aquellos que se encuentran en desventaja en una
relación de poder.
- ¿Qué ha sido del Triunal interno en el
Vaticano para juzgar los casos en que están implicados obispos y
eclesiásticos acusados de no haber protegido adecuadamente a las
víctimas?
- Como aclaran las indicaciones del Motu Proprio Como una Madre amorosa,
no es necesario otro Tribunal en el Vaticano, sino la ejecución de los
procedimientos internos de las Congregaciones competentes respecto a los
superiores (que son muchas: la Secretaría de Estado, las Congregaciones
para los Obispos, para los Religiosos, para los Laicos, para las
Iglesias Orientales, para la Evangelización de los Pueblos), cuando
llega una denuncia de negligencia o de abuso de poder.
- Usted es también presidente del Instituto de
Psicología de la Pontificia Universidad Gregoriana. ¿Qué contribución
pueden dar las ciencias humanas en la prevención de este fenómeno?
- Aquí se podrían dar muchas indicaciones, pero mencionaré
tres cosas que se cuentan entre las más importantes para una buena
estrategia de prevención.
La primera es la de formar personas para que sean formadores para las
diócesis, personal competente que pueda dirigir una oficina de Safeguarding (salvaguardia)
diocesana y estar en condiciones de gestionar las preguntas y
necesidades que surgen en el nivel local. Deberían conocer bien las
leyes civiles y las leyes canónicas que se refieren a este ámbito; estar
en contacto con aquellas organizaciones y agencias locales que pueden
ser vistas como aliadas para prevenir los abusos. La segunda cosa,
conectada con la anterior, es tener una política clara sobre las
condiciones en que las diversas personas pueden trabajar con los
jóvenes, qué procesos de screening (cribado) se están
aplicando, qué comportamientos y situaciones deben ser evitados, y qué
debe hacerse si alguien tiene noticia de comportamientos discutibles o
alarmantes en cualquier sentido.
Finalmente, y esto es lo más importante, el Safeguarding de
los más necesitados debe convertirse en una cuestión que esté en el
corazón de todos: necesitamos modelos de personas que se toman en serio
el tema de la salvaguardia y muestran a la comunidad, con su entusiasmo y
su convicción, que este es un aspecto integral del mensaje del
Evangelio.
- ¿Es central, entonces, la formación a partir de los primeros años del seminario?
- En la formación en el seminario son particularmente
importantes dos cosas. En primer término, una actitud de compromiso para
un crecimiento interior y de interiorización. Sin una profunda fe y una
personalidad integra que abrace todos los aspectos emotivos,
relacionales y sexuales, la persona no está en condiciones de avanzar
por el sendero de la vocación con un compromiso serio y sostenible, que
dure en el tiempo.
La segunda actitud es la perspectiva del don de sí. La vocación
sacerdotal y religiosa no deberían apuntar a la autocomplacencia: “Me
siento bien conmigo mismo y con mi Dios”. Sólo sobre bases sólidas y
maduras la persona puede comenzar a seguir la llamada del Señor, que
pide renunciar a todo, incluidas las certezas creadas en el interior de
la Iglesia, las expectativas de poder y de roles, así como las posibles
cerrazones.
- A menudo se liga el escándalo de los abusos sobre menores con la obligación del celibato. ¿Cómo valora este debate?
- No hay ningún efecto causal directo entre el celibato y los
abusos sexuales sobre menores. El celibato por sí mismo no conduce a
comportamientos abusivos en sentido mono-causal; lo dicen todos los
informes científicos y los encargados por los gobiernos en los tiempos
recientes. Puede, en cambio, convertirse en un factor de riesgo cuando
el celibato no se vive bien en el curso de los años, llevando a las
personas a varios tipos de abusos: de dinero, de alcohol, de pornografía
en internet, de adultos o de menores de edad. El punto clave es que
casi ninguno de los que molestan a menores vive una vida de abstinencia
de relaciones sexuales. Y en segundo lugar, el 95 % de todos los
sacerdotes no son violentadores, y por tanto el celibato obviamente no
conduce a comportamientos abusivos en cuanto tal, sino solo en el
tiempo. Estadísticamente se observa que un sacerdote abusador abusa de
media por primera vez –este es un hecho científicamente establecido– a
la edad de 39 años; si observamos los datos relativos a otras categorías
de personas, notamos que un entrenador, un enseñante o un psicólogo son
condenados por abusos por primeara vez a la edad de 25 años. Por tanto,
el celibato resulta un problema si no se vive, si no está integrado en
un estilo de vida sano.
- Si tuviese que hacer un balance de la
conciencia del fenómeno, a nivel mundial y después de quince años desde
una primera toma de conciencia, ¿qué diría?
- En los últimos años –especialmente desde 2011-2012, tras la
carta de la Congregación para la Doctrina de la Fea las Conferencias
Episcopales del 3 de mayo de 2011, y del simposio Hacia la curación y la renovación de
febrero de 2012 en la Universidad Gregoriana– ha crecido mucho la
conciencia de la gravedad de los hechos y de la necesidad de actuar. Los
encuentros de los Papas Benedicto XVI y Francisco con las víctimas, la
creación de la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores,
las recientes cartas del Santo Padre a la Conferencia Episcopal Chilena y
al Pueblo de Dios durante los últimos meses: todo eso ha contribuido
enormemente a un cambio de actitud en todo el mundo. Y soy testigo de
ello en primera persona, porque he sido invitado a hablar en países como
Papúa Nueva Guinea, Malawi o San Salvador, por citar sólo algunos.
- A propósito de la reciente Carta del Papa
Francisco al Pueblo de Dios, sobre los sufrimientos que estos crímenes
provocan al cuerpo de la Iglesia, en el texto se atribuye al
“clericalismo” la causa principal de su perpetuarse. ¿Está de acuerdo?
- Hay sin duda un problema con el clericalismo, si se entiende
como una tendencia de algunas personas a definirse y a vivir más en
base al cargo y a la posición que tienen, que en base a su propia
personalidad y a sus capacidades individuales. El clericalismo no existe
sólo en el clero. Me lo han enseñado algunos laicos, que a menudo me
hablan de iguales suyos que muestran actitudes “clericales”, y también
esto es un problema. Se comprueba cuando alguna persona se aferra al
prestigio, y mide su importancia en base al número de secretarios que
tiene, al tipo de coche que conduce, etc.
- En cambio, algunos consideran que la causa de
los abusos debe buscarse en el fenómeno de la homosexualidad difundida
entre los sacerdotes. Usted, que ha estudiado ese fenómeno, ¿hasta qué
punto considera plausible esta afirmación?
- Hoy se habla mucho de eso. Algunos dirían que tenemos una
cierta proporción de homosexuales entre el clero; esto es ya claro, y no
debemos negarlo. Pero es igualmente claro que la atracción hacia una
persona del mismo sexo no lleva automáticamente a comportamientos de
abuso. Y, atendiendo a mi experiencia y a lo que he leído, añadiría que
no todas las personas que han cometido abusos, sean sacerdotes u hombres
de cualquier otro tipo, se identifican como homosexuales, más allá de
su comportamiento. Sin embargo, sea éste homosexual o heterosexual, al
sacerdote se le pide que viva con coherencia el compromiso del celibato.
La pregunta central respecto del abuso de menores (y de adultos) no es,
por tanto, sobre la orientación de la propia sexualidad, sino sobre el
poder: así lo describen las víctimas, e igualmente lo verificamos en las
personalidades y en las dinámicas de los abusadores.
- En febrero, el Papa Francisco ha convocado a
todos los presidentes de las Conferencias Episcopales sobre el tema de
la protección de los menores, y a Usted le ha nombrado referente del
Comité organizador. ¿Por qué es importante esta iniciativa?
- La reunión de febrero es importante porque, por primera vez,
se hablará de manera focalizada y sistemática del aspecto
sistémico-estructural del abuso y de su cobertura, del silencio y de la
inercia en la acción contra este mal. El Papa mismo nos ha invitado a
afrontar el nexo entre “abuso sexual, de poder y de conciencia”. La
sexualidad es siempre, también, expresión de otras dinámicas, entre
otras cosas de poder.
- ¿Puede anticiparme cómo se desarrollarán los trabajos y si se esperan decisiones particulares al término del encuentro?
- Habrá conferencias, grupos de trabajo y líneas temáticas. Los tres días de trabajo tendrán como tema “responsibility, accountability, transparency”,
temáticas muy discutidas en los últimos meses y que, de algún modo, el
Papa Francisco ha puesto en la agenda de la Iglesia con las cartas a los
obispos en Chile y al Pueblo de Dios.
- Resumiendo toda su experiencia en este ámbito, ¿tiene Usted confianza?
- Pienso que nos estamos dando cuenta de que los modos, los
instrumentos y nuestros pensamientos sobre lo que Dios quiere de
nosotros ya no son adecuados, ni para responder a lo que ha sucedido en
los últimos años y decenios, ni para continuar nuestro camino de fe en
el mundo de hoy, buscando a Dios y siguiendo el Evangelio de Jesucristo.
Estoy confiado porque Dios ha puesto muchas personas en movimiento para
que puedan nuevamente dar testimonio de Él de modo creíble y
convincente. Tengo confianza porque he conocido a tantas personas que se
gastan completamente por un servicio más sincero, por una atención a
los más vulnerables, por una Iglesia que siga a su Señor, el Señor que
elegía morir por la salvación en lugar de reinar según los criterios
políticos y de poder. No obstante, la confianza reposa, en última
instancia, en el Señor de la historia, que nos acompaña y nos guía, a su
manera y según sus planes.
ReligiónenLibertad