
Durante su intervención ante decenas de obispos de los distintos países de la región, Francisco quiso poner como ejemplo al ya santo Óscar Romero,
que fuera arzobispo de El Salvador, asegurando que su “legado” es una
apelación a la “santidad y al carácter profético que vive en el ADN” de
la Iglesia en América Central.
"Sentir con la Iglesia"
El Santo Padre quiso destacar del santo salvadoreño que “su vida y enseñanza son fuente constante de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos”.
“Sentir con la Iglesia”, este era el lema episcopal de San
Óscar Romero, recordó el Papa, que consideró que esta fue la “brújula”
que marcó su vida. Por ello, utilizando como base esta frase quiso
hablar a los obispos centroamericanos de tres aspectos que deben tener
en cuenta para encontrarse con Cristo: “reconocimiento y gratitud”, “un
amor con sabor a pueblo”; “llevar en las entrañas la kenosis de Cristo”.

"Aprender y escuchar los latidos de su pueblo"
Sobre el segundo punto, “un amor con sabor a pueblo”, Francisco
afirmó que Romero “no fue ideólogo ni ideológico; su actuar nació de una
compenetración con los documentos conciliares. Iluminado desde este horizonte eclesial, sentir con la Iglesia es para Romero contemplarla como Pueblo de Dios”.
De este modo, el Santo Padre explicó que “el pastor, para buscar y encontrarse con el Señor, debe aprender y escuchar los latidos de su pueblo, percibir ‘el olor’ de los hombres y mujeres de hoy hasta quedar impregnado de sus alegrías y esperanzas, de sus tristezas y angustias y así escudriñar la Palabra de Dios”.
Sobre el tercer punto, indicó que para San Romero el sentir con la
Iglesia es “tomar parte en la gloria” de la misma, que no es otra cosa
que “llevar en sus entrañas toda la kenosis de Cristo”.
“En la Iglesia Cristo vive entre nosotros y por eso tiene que ser humilde y pobre, ya que una Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, una Iglesia autosuficiente, no es la Iglesia de la kénosis”, dijo el Papa parafraseando una homilía de Mons. del 1 octubre 1978.
Además, pidió a los obispos que “no tengamos miedo de tocar y de acercarnos a las heridas de nuestra gente
(..) El pastor no puede estar lejos del sufrimiento de su pueblo; es
más, podríamos decir que el corazón del pastor se mide por su capacidad
de dejarse conmover frente a tantas vidas dolidas y amenazadas”.
Luego, dijo que esta kenosis de Cristo implica “abandonar la
virtualidad de la existencia”, porque “las redes sirven para crear
vínculos pero no raíces, son incapaces de darnos pertenencia, de
hacernos sentir parte de un mismo pueblo”.
Por su parte, el Papa destacó tres características principales de
esta kenosis: que es joven, sacerdotal y pobre. Sobre kénosis joven, el
Santo Padre dijo a través de ella se puede “visualizar cómo hacer más
visible y creíble el Evangelio en el mundo que nos toca vivir” y “nos recuerda que el pastor nunca deja de ser discípulo y está en camino”.
“¡Cómo no agradecer tener jóvenes inquietos por el Evangelio!
Esta realidad nos estimula a un mayor compromiso para ayudarlos a crecer
ofreciéndoles más y mejores espacios que los engendren al sueño de
Dios”, agregó Francisco.
Cuidado con la mundanidad espiritual
Mientras tanto, sobre la kénosis de Cristo sacerdotal destacó la necesidad de que las agendas episcopales tengan “espacio para recibir, acompañar y sostener” a los sacerdotes, para tener un “espacio real” donde ocuparse de ellos.
Para ello, recordó que “en ellos normalmente recae de modo especial
la responsabilidad de que este pueblo sea el pueblo de Dios. Están en la
línea de fuego. Ellos llevan sobre sus espaldas el peso del día y
del calor, están expuestos a un sinfín de situaciones diarias que los
pueden dejar más vulnerables y, por tanto, necesitan también de nuestra cercanía, de nuestra comprensión y aliento, de nuestra paternidad”.
Finalmente, el Papa Francisco dijo que la kénosis de Cristo es pobre,
porque “sentir con la Iglesia es sentir con el pueblo fiel, el pueblo
sufriente y esperanzador de Dios”. Asimismo, explicó que la pobreza
invita “a la fecundidad, a la generatividad, a la capacidad de donación
que sería imposible en un corazón avaro o que busca acumular” y “protege de una de las tentaciones más sutiles que enfrentamos los consagrados, la mundanidad espiritual”.
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