Merry Christmas
Joyeux Noël
Auguri per un Santo Natale
Bo Nadal
En esta Noche Santa sentimos hondamente el amor divino al contemplar
al Niño Dios con los ojos de nuestro corazón. Anunciamos y celebramos
una buena noticia, la mejor noticia para toda la humanidad. Nuestra
noche se ilumina con la luz de Belén. Adoramos la Palabra hecha carne.
Sólo la adoración es la puerta para entrar en este misterio de la mano
de María que “dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y
lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (cf. Lc 2,6s).
“Despiértate, escribe san Agustín, Dios se ha hecho hombre por ti.
Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación”. El Hijo
de Dios se hizo uno como nosotros, excepto en el pecado. Puede parecer
un escándalo pero no, es un milagro. Es el primer paso de Dios para ser
nuestra vida. Contemplemos la ternura, la pequeñez y la dependencia del
Niño Dios, el silencio roto por los sollozos, la riqueza hecha pobreza.
Percibamos cómo en la pequeñez brota la fuerza, en el silencio la
Palabra, en la esperanza la vida. El nacimiento del Hijo de Dios hecho
hombre lo trastoca todo: los pobres son bienaventurados, y la vida brota
en lo inesperado. “Sólo lo divino puede “salvar” al hombre, es decir,
las dimensiones verdaderas y esenciales de la figura humana y de su
destino” (Giusani).
La humanidad esperaba anhelante este acontecimiento. Pero en la
posada no hubo sitio. ¡Qué contradicción! El hombre siempre espera a
Dios, pero llegado el momento no tiene sitio para él: “Vino a su casa, y
los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Entonces fue la ciudad de Belén,
pero es también la humanidad, somos nosotros. ¡Cuántas veces Dios llama
a las puertas de nuestro corazón en las personas necesitadas de nuestra
palabra, de nuestro afecto, de nuestra ayuda! Pero no hay respuesta.
Es una Noche de paradojas: El Eterno desciende al tiempo. El Infinito
cabe en los brazos de María. La Palabra del Padre viene en el silencio.
El Inmensamente Rico se ve recostado en un pesebre y envuelto en unos
pañales. El Deseado de las naciones se siente rechazado. Nace no en la
Jerusalén prestigiosa y religiosa, sino en la pequeña ciudad de Belén,
lugar del pan; ese pan tierno de Jesús que llegará a nosotros
misteriosamente en cada eucaristía. Esta noche percibimos también la
oscuridad de las personas angustiadas en su propia posada donde no hay
sitio para Dios. Es verdad que el amor de Dios por el hombre es tan
grande que está dispuesto a entrar por el establo de la posada. Besemos
al Niño para que nuestros labios queden purificados, libres de mentiras,
murmuraciones y palabras indecentes. Acariciémosle para que nuestras
manos se abran a la generosidad con los que están necesitados. Hagamos
que nuestro corazón sea la casa donde invitar a Jesús.
¡No tengamos miedo a que el Niño Dios nos vea! Permitamos que su
ternura nos toque el corazón y ablande las durezas que nos hacen
insensibles a Dios y distraídos ante las necesidades de los demás.
Hagámosle un sitio en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra
convivencia social. Nos felicitamos todos porque “se ha manifestado la
gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres,
enseñándonos a que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,
llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa” (Tit.2, 12).
Así la alegría de Dios nos inundará y nuestra agitación se calmará.
Llevemos la luz del Portal de Belén a todos los hogares. “No apaguemos la llama ardiente de esta paz encendida por Cristo”
(F. Mauriac). Pido que la misericordia que Dios nos ha manifestado en
su Hijo, la vivamos con los demás. ¡Feliz Navidad a todos! Amén.
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