
En Adviento, emprender un camino de conversión
El Romano Pontífice meditó sobre el Evangelio del día, que en este
segundo domingo de Adviento nos indica “cómo dar sustancia” -dijo- a la
espera del nacimiento del Señor:
“El domingo pasado la liturgia nos invitaba a vivir el tiempo de
Adviento y de espera del Señor con actitud de vigilancia y también de
oración: vigilen y recen. Hoy, segundo domingo de Adviento, se nos
indica cómo dar sustancia a esta espera: emprendiendo un camino de
conversión, cómo hacer concreta esta espera. Como guía en este
camino, el Evangelio nos presenta la figura de Juan el Bautista, que
‘recorrió toda la región del río Jordán, predicando un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados' (Lc 3,3). Para describir la
misión del Bautista, el evangelista Lucas recoge la antigua profecía de
Isaías que dice así: ‘Una voz grita en desierto: Preparen el camino del
Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y
las colinas serán aplanadas’ (vv. 4-5)”.
Preparar el camino para la venida del Señor
¿Pero, cómo preparar el camino para el Señor que viene? Francisco
utilizó la profecía de Isaías para describir el trabajo que debemos
realizar en nuestro corazón y en nuestras vidas: “Para preparar el
camino para el Señor que viene, es necesario tener en cuenta las
exigencias de conversión a las que invita el Bautista. ¿Cuáles son
estas exigencias de conversión? Ante todo, estamos llamados a llenar los
vacíos producidos por la frialdad y la indiferencia, abriéndonos a los
demás con los mismos sentimientos de Jesús, es decir, con esa
cordialidad y atención fraterna que se hace cargo de las necesidades del
prójimo. Es decir, rellenar los vacíos producidos por la frialdad:
no se puede tener una relación de amor, de fraternidad, de caridad con
el prójimo si hay agujeros, así como no se puede ir por un camino con
muchos agujeros, ¿no? Y todo esto, hay que hacerlo también con una
atención especial por los más necesitados. Luego necesitamos allanar
tantas asperezas causadas por el orgullo y la soberbia. Cuánta gente
sin darse cuenta tal vez, es soberbia, dura, no tiene una relación de
cordialidad. Hay que superar esto cumpliendo gestos concretos de
reconciliación con nuestros hermanos, de pedidos de perdón por nuestras
culpas. No es fácil reconciliarse, siempre se piensa: ¿quién da el
primer paso? Pero el Señor nos ayuda en esto si tenemos buena voluntad.
La conversión, de hecho, es completa si lleva a reconocer humildemente
nuestros errores, nuestras infidelidades, incumplimientos”.
El creyente abre caminos en el desierto
El Santo Padre afirmó que también en los desiertos, es decir, en los
contextos existenciales difíciles, el creyente “abre caminos”. E indicó
que no podemos rendirnos ante las situaciones negativas, porque Jesús, y
su palabra de luz, amor y consuelo, es el centro de nuestra vida:
“El creyente es aquel que, a través de su hacerse cercano al
hermano, como Juan el Bautista, abre caminos en el desierto, es decir,
indica perspectivas de esperanza incluso en aquellos contextos
existenciales difíciles, marcados por el fracaso y la derrota. No
podemos rendirnos ante las situaciones negativas de cerrazón y rechazo;
no debemos dejarnos subyugar por la mentalidad del mundo, porque el
centro de nuestra vida es Jesús y su palabra de luz, de amor, de
consuelo, ¡es Él!”.
Discípulos de Jesús llamados a reencender la esperanza
Seguidamente, el Pontífice recordó el testimonio de vida del
Bautista, quien "con la pureza y la valentía de su anuncio", logró
despertar en la gente las expectativas por el Mesías que en ese tiempo
estaban adormecidas: “El Bautista invitaba a la gente de su tiempo a la
conversión con fuerza, con vigor, con severidad. Sin embargo, sabía
escuchar, sabía cumplir gestos de ternura, gestos de perdón hacia la
multitud de hombres y mujeres que acudían a él para confesar sus pecados
y ser bautizados con el bautismo de la penitencia. El testimonio de
Juan el Bautista nos ayuda a ir adelante en nuestro testimonio de vida.
La pureza de su anuncio, su valentía en el anuncio de la verdad, logró
despertar las expectativas y esperanzas del Mesías que desde hace tiempo
estaban adormecidas. Aún hoy, los discípulos de Jesús están llamados
a ser sus testigos humildes pero valientes para reencender la
esperanza, para hacer comprender que, a pesar de todo, el reino de Dios
sigue siendo construido día a día con el poder del Espíritu Santo. Pensemos, cada uno de nosotros: ¿cómo puedo cambiar algo de mi actitud, para preparar el camino al Señor?”.
Sembrar paz, justicia y fraternidad
En la conclusión de su alocución antes del Ángelus, el Obispo de Roma
pidió que “la Virgen María nos ayude a preparar día a día el camino del
Señor, comenzando por nosotros mismos; y a sembrar a nuestro alrededor, con tenacidad y paciencia, semillas de paz, justicia y fraternidad”.
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