Con el debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido en su apogeo en Francia, más de 175 asociaciones involucradas
 han alcanzado un acuerdo para suscribir doce razones contra su 
legalización. Entre ellas, dos federaciones importantes que promueven 
los cuidados paliativos, la Jalmalv y la UNASP.
De esta forma se va alcanzando un consenso en torno los graves riesgos sociales que implica legitimar la muerte por decisión propia, de los familiares o de los mismos médicos. En abril, los 118 obispos franceses
 suscribieron un documento que pedía "un sí a la urgencia de la 
fraternidad" con argumentos similares a los expuestos ahora desde la 
plataforma La vie, pas la mort [Sí a la vida, no a la muerte], y que reproducimos a continuación.
1. Todos deben vivir con dignidad hasta el final de su vida.
Toda persona, sea cual sea su situación y su estado médico, es 
intrínsecamente digna. Incluso en las situaciones más temibles, los 
equipos de cuidados paliativos ponen todo su corazón y toda su 
experiencia en salvaguardar la verdadera dignidad de los pacientes. Pretender que se garantiza la dignidad de una persona matándola es una derrota de la humanidad.
2. La ley debe proteger a los más débiles.
Todas nuestras decisiones personales tienen un alcance colectivo,
 sobre todo cuando requieren la ayuda de un tercero, como en el caso de 
la eutanasia o del suicidio asistido. Encarar la muerte y querer 
apresurarla es un caso raro y aislado que reivindican algunas personas 
concretas, pero que abrumaría sobre todo a los más débiles: las personas
 solitarias, ancianas o de origen extranjero, susceptibles de ser sometidas a todo tipo de presiones
 (familiar, social, incluso médica). Esto es particularmente cierto en 
nuestra sociedad, que exalta la rentabilidad y puede transmitir a una 
parte importante de su población el sentimiento de ser una carga.
3. La prohibición de matar vertebra nuestra civilización.
Legalizar la eutanasia supone inscribir en el corazón mismo de nuestra sociedad la transgresión de la prohibición de matar.
 Un principio elemental de precaución debería disuadirnos de reducir a 
partir de ahora nuestros valores colectivos a un “matarás de vez en 
cuando” o “bajo ciertas condiciones”. Nuestra civilización ha progresado
 al tiempo que reducía las excepciones a la prohibición de matar 
(venganza, duelos, pena de muerte). Legalizar la eutanasia o el suicidio
 asistido sería una regresión.
4. Pedir la muerte no siempre significa querer morir.
Muy pocos pacientes nos dicen que quieren morir y aún son menos los 
que insisten cuando se les alivia y acompaña adecuadamente. Muchos, 
además, cuando piden la muerte quieren transmitir algo muy distinto a la
 voluntad de morir. Querer morir significa casi siempre no querer vivir en condiciones tan difíciles. Y pedir la muerte porque se está sufriendo, ¿es realmente una decisión libre? Los cuidados paliativos permiten restablecer la libertad del paciente terminal
 asumiendo tanto su dolor como su sufrimiento físico. En última 
instancia, la ley francesa permite al paciente, cuando está agonizando y
 considera insoportables sus sufrimientos, pedir que dejen de 
aplicársele tratamientos para prolongar su vida y que se le aplique una 
sedación denominada profunda y continua hasta la muerte.
5. Acabar con la vida quita vida. Nadie puede saber lo que nos reservan nuestros últimos días.
Incluso en esos momentos difíciles, hemos podido escuchar de nuestros pacientes que son momentos esenciales,
 incluso hasta descubrir algunos de ellos que la bondad existe. Otros se
 despiden de formas inesperadas de sus seres queridos. Acelerar la 
muerte puede privarnos también de estos momentos de humanidad últimos e 
imprevisibles.
6. Despenalizar la eutanasia obligaría a todas las familias y a todos los pacientes a considerarla.
¿Realmente queremos tener que preguntarnos mañana, ante una situación
 de sufrimiento, sobre la conveniencia de acabar con él, para nosotros o
 para nuestros seres queridos? ¿Realmente deseamos, ante un diagnóstico,
 que en el ámbito de nuestras consideraciones se introduzca la 
inyección? ¿Deseamos tener que imaginar, cuando estamos débiles, a nuestros seres queridos planteándose la cuestión por nosotros?
7. Los cuidadores están ahí para cuidar, no para matar.
La vocación propia del cuidador es cuidar. La relación de cuidados es
 una relación de confianza entre la persona enferma y quien la cuida. Para los cuidadores, matar es invertir ese contrato de confianza
 y darle la vuelta al código de deontología médica. Nuestros cuidadores 
rechazan por igual las tentaciones de  la omnipotencia, ya sea mediante 
el encarnizamiento terapéutico, ya sea mediante la eutanasia.
"Yo acompaño la vida, no la muerte", dicen las personas que 
forman parte de esta campaña, varios de ellos profesionales sanitarios.
8. La eutanasia que piden las encuestas es una petición de los sanos que oculta la palabra de los pacientes.
El debate público y las encuestas que se han difundido anuncian una 
sociedad que estaría “dispuesta” a legalizar la eutanasia. Sin embargo, 
nadie puede protegerse de forma realista en el final de su vida y afirmar que sabe lo que de verdad querrá entonces.
 Las únicas personas consultadas son personas sanas, mientras que las 
personas afectadas son los pacientes. En realidad, se oculta la palabra 
de los pacientes terminales.
9. Equivocarse en una petición de eutanasia sería un error médico sin retorno.
Los errores judiciales en los países que aplican la pena de muerte nos estremecen legítimamente. Pero tampoco volverá nunca un paciente de una eutanasia
 para reclamar un error de diagnóstico, o alegar que ignoraba los 
tratamientos existentes, o que desconocía la naturaleza real de su 
petición. ¿Podemos ni siquiera tolerar ese riesgo? Ante situaciones 
ambiguas por naturaleza, ¿qué riesgo queremos correr: el de vivir 
todavía un poco cuando querríamos morir, o el de morir cuando aún 
querríamos vivir?
10. Legalizar la eutanasia supondría banalizarla, sin evitar sus desviaciones.
La experiencia demuestra que la legalización no hace sino ampliar los límites
 de las desviaciones hacia prácticas cada vez más extremas. Una vez 
legalizada la eutanasia de los pacientes terminales, se pasa a la de los
 menores, luego a la de las personas con problemas mentales -lo que ya 
pretenden sus partidarios en Francia-, luego se traspasan las 
condiciones fijadas por la ley, a veces incluso sin consentimiento del 
paciente. Además, las desviaciones son más numerosas aún en los países 
que ya han legalizado la eutanasia (así, las eutanasias clandestinas con
 tres veces más numerosas en Bélgica que en Francia [en Bélgica está 
legalizada, en Francia no]).
11. Los cuidados paliativos deben llegar a todos.
Los cuidados paliativos deben estar disponibles en todas partes y para todos.
 Esto debe ser un derecho del paciente. Actualmente, demasiados 
pacientes no tienen acceso a los cuidados paliativos, aunque los 
necesitarían. Esto debe cambiar. ¡Apliquemos la ley, toda la ley, nada 
más que la ley! Francia ha desarrollado una forma específica que sirve 
de referencia a otros países, infinitamente más que los modelos belga u 
holandés, citados a veces como ejemplo. Francia debe formar a sus 
cuidadores y tener la ambición de dar a todos acceso a los cuidados 
paliativos.
12. Los cuidados paliativos son incompatibles con la eutanasia y el suicidio asistido.
Ambas perspectivas obedecen a dos filosofías radicalmente distintas.
 La legalización de la eutanasia y del suicidio asistido reposa sobre la
 exigencia de autonomía. Los cuidados paliativos, por su parte, conjugan
 la ética de la autonomía con la ética de la vulnerabilidad y de la 
solidaridad colectiva. Los cuidados paliativos previenen y alivian los 
sufrimientos, mientras que la eutanasia se orienta a acelerar 
intencionadamente la muerte. Los cuidados paliativos constituyen un 
tratamiento, la eutanasia es un gesto mortal.
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