Desde su origen en el siglo XVI, los jesuitas han tenido una gran
tradición como hombres de ciencia, y más específicamente como
observadores del cosmos y las estrellas. A esa estirpe de jesuitas
astrónomos pertenece el sacerdote norteamericano David Brown, nacido
en Luisiana en 1967. Es uno de los 13 investigadores del Observatorio
Astronómico Vaticano y desarrolla su labor viajando entre las
instalaciones de Roma y las del Observatorio en el monte Graham, en
Arizona, donde el centro vaticano cuenta con un telescopio. Le
entrevista María Martínez López para Alfa y Omega,
profundizando en la interesante relación entre la fe, la filosofía y la
ciencia experimental. Al final, las preguntas se vuelven siempre
filosóficas, admite.
- ¿Qué fue antes, el astrónomo o el jesuita?
- Cuando era muy joven, me gustaba leer libros científicos sobre el
espacio, los astronautas, los agujeros negros, las estrellas… y también
la ciencia ficción. Y en Secundaria me gustaban las ciencias,
especialmente la física, la biología y también las matemáticas. Durante la carrera de Física, mi fe en Dios floreció y maduró, también a través de los mismos estudios. Poco después de licenciarme, entré en el seminario de los jesuitas.
- ¿Su fe creció estudiando Física?
- Esa fue la sorpresa; uno quizá piensa que esos estudios más profundos te quitarían la fe. Pero no fue lo que me pasó a mí. Cuanto más estudiaba las leyes científicas, la estructura de la materia y su profundo orden, más surgía la pregunta de por qué es así. No me parecía un accidente. La ciencia puede llevarte hasta un punto, pero las preguntas continúan, y se vuelven filosóficas y teológicas.
- ¿Por qué jesuita?
- Me atraía mucho el carisma de la Compañía, que enfatiza «buscar y hallar a Dios en todas las cosas», incluso por medio de la ciencia.
También me inspiró mucho el ejemplo de los primeros jesuitas,
especialmente san Ignacio de Loyola, un hombre cuyo amor a Dios se
manifestó en su deseo de «en todo amar y servir» al Señor.
- Jesuita y científico… ¿dos vocaciones diferentes?
- Mejor decir que son una única vocación para mí. Ambas tienen de
fondo la búsqueda de la verdad, y las dos reconocen la importancia de la
razón. Aunque tengan métodos diferentes, no se puede hablar de
separación mutuamente excluyente: la gracia no cancela la naturaleza,
sino que la perfecciona. En la ciencia se puede encontrar a Dios, porque Él la creó.
- ¿En algún momento se tuvo que plantear elegir entre ellas?
- Al entrar en el seminario, tenía la esperanza de poder continuar
con la física de un modo u otro. Pero no puedes entrar a la vida
consagrada con un «plan» porque tienes que ofrecerte con completa
generosidad, libertad e indiferencia –en el sentido jesuita–, para hacer
la voluntad de Dios según las necesidades que la Iglesia determina.
Afortunadamente, mis superiores me animaron a continuar con la ciencia, porque había y hay necesidad de que estemos presentes en este mundo.
- Yendo a lo práctico, ¿cómo se compaginan en el día a día?
Tanto en el observatorio del Vaticano como en el de Tucson (Arizona) trabajamos en las oficinas y laboratorios durante la jornada laboral. Los que utilizan los telescopios, hacen sus observaciones durante la noche. Pero, al ser una comunidad de jesuitas y sacerdotes diocesanos, tenemos el mismo ritmo que otras: Misa, oraciones
y comidas comunitarias… Y cuando viajamos a congresos o a telescopios
en lugares lejanos, el ritmo religioso nos acompaña. Después de todo, un
jesuita debería ser un contemplativo en el mundo.
- ¿Qué parte de usted manda cuando mira al cielo estrellado?
- Si mi intención es estudiarlo, utilizo los métodos de la ciencia.
Sin embargo, a la vez soy consciente de que la majestuosidad de la Creación se presenta ante mí y me confronta con Su misterio. Y sí, comienzo a rezar.
- Hubo un tiempo en que los jesuitas gestionaban
30 de los 130 observatorios astronómicos del mundo. 35 cráteres de la
Luna llevan nombres de jesuitas. ¿A qué se debe esta relación tan
estrecha?
- Hay una tradición en este sentido, pero también hace falta decir
que la Iglesia ya estaba involucrada con la ciencia antes; por ejemplo,
en las universidades medievales, donde se estudiaba Astronomía. Dicho
esto, se reconoce la contribución de la Compañía a las ciencias porque
tiene los medios para dedicar muchos jesuitas de modo concentrado y organizado para estas obras científicas, guiada por el carisma de «hallar a Dios en todas las cosas».
- ¿Para qué necesita el Papa un observatorio astronómico?
- La fe cristiana, siendo una religión encarnada, cree que a Dios se
le puede encontrar en todo, incluyendo el estudio de la naturaleza. En
tiempos más recientes, también pretende mostrar que hay armonía entre fe
y ciencia.
- El padre Angelo Secchi, director del
observatorio del Colegio Romano de los Jesuitas en el siglo XIX, fue el
primer astrónomo en usar la espectografía para clasificar a las
estrellas, analizando su luz para conocer su composición. Por otro lado,
un grupo de monjas que trabajó en el observatorio catalogó medio millón
de estrellas para un mapa del cielo a comienzos del siglo XX. ¿Qué
otras contribuciones ha hecho a la astronomía?
- El observatorio logró fotografiar y contribuyó a explicar el fenómeno del rayo verde,
ese destello momentáneo que se ve a veces cuando el sol termina de
esconderse bajo el horizonte y su luz se refracta en la atmósfera. Y
toda la investigación que hacemos ahora (geología astronómica, las
galaxias y su evolución, cosmología, el Big Bang, gravitación cuántica…)
es relevante de una forma u otra.
El Observatorio Vaticano en Tucson, Arizona, a cargo de astrónomos jesuitas
- Vuestro telescopio VATT en Tucson está dentro
de un complejo astronómico más grande, y los jesuitas investigadores
colaboráis de forma habitual con otros científicos. ¿Resulta incómodo en
algún momento?
- No, en absoluto. Todos somos científicos, y con frecuencia participamos en grupos, sin importar las creencias de los demás.
- ¿Suele haber creyentes entre los demás astrónomos?
- Entre ellos una tendencia a estar abiertos a las cuestiones trascendentes, al hecho de que vivimos en una realidad mucho más misteriosa y hermosa de lo que podemos imaginar. Personalmente, nunca he sentido hostilidad.
- La ciencia no puede demostrar la existencia de Dios, pero ¿da indicios?
- Efectivamente, la ciencia no es capaz de dar una prueba de la existencia de Dios. Algunos ven en el universo sugerencias (no pruebas) de ella, pero también hay que reconocer que otras personas no ven ninguna sugerencia semejante.
- ¿En qué consisten exactamente sus investigaciones?
- Mi campo se llama evolución estelar, y estudia cómo las estrellas
nacen, evolucionan y mueren. Las estrellas son las unidades básicas del
universo, los cuerpos donde se produce la energía. Nuestro sol produce
la energía que es importante para la vida en la Tierra. Y las estrellas
de otros lugares también podrían jugar un papel similar.
- ¿Es un conocimiento del que se pueda esperar alguna utilidad en el futuro?
- Aprender por sí mismo es lo más importante. Pero sí tiene la
utilidad de indicarnos cómo puede llegar a ser nuestro sistema solar en
el futuro.
- Entonces, ¿tiene algo que ver con nuestro Sol?
- Sí. Dentro de cerca de cinco mil millones de años el Sol se
convertirá en una gigante roja, su límite exterior llegará más allá de
la órbita de la Tierra y la engullirá. Después, se convertirá en una
estrella que funcione con helio, posiblemente una subenana. La Tierra ya no existirá como la conocemos. Esperemos que la humanidad haya encontrado ya otro hogar.
- Ese campo tiene poco que ver con el comienzo
del universo, que se podría pensar que es lo que más le interesa a la
Iglesia, ¿no?
- No es correcto verlo así. El comienzo y final de las estrellas y
sus sistemas solares se producen en múltiples generaciones a lo largo de
la historia del universo. Nuestro sol y sistema solar se formaron de
los restos de otras estrellas anteriores. La vida y la muerte en el
cosmos están íntimamente conectadas con la vida y la muerte de las
estrellas. A la Iglesia le interesa la verdad, venga de la forma que venga, no solo el comienzo del universo. El único ánimo que nos ha dado siempre el Vaticano es «haced buena ciencia». Así de simple.
- La astronomía nos habla de un cosmos inconcebiblemente vasto y antiguo. ¿Demasiado para nosotros?
- Según algunas estimaciones, con nuestros telescopios solo podemos conocer un 5 % del universo, el resto son materia y energía oscuras
que no podemos observar. Y del universo observable, hay partes que
quizá no hayamos observado aún porque están tan lejos que su luz aún no
ha llegado a nosotros. Creo que un universo tan grande y misterioso
testimonia la inmensidad del misterio del Señor, que nunca podremos agotar.
- Si pueden existir otros seres inteligentes, o
incluso múltiples universos, ¿tiene sentido decir que somos «imagen y
semejanza de Dios»?
- Que pudiera haber otras formas de vida (algo muy posible) no
presenta ningún problema para afirmarlo, siempre que tengamos en cuenta
que otras formas de vida también estarían hechas así. Esa expresión va
más allá de interpretaciones antropocéntricas. También los multiversos
son una hipótesis interesante y plausible.
- ¿Dónde termina la investigación sobre el origen del universo físico y empieza la teología?
- La astrofísica, especialmente en el ámbito de la cosmología, no tarda en suscitar preguntas de una naturaleza muy filosófica
al ocuparse de cosas como la naturaleza del comienzo del universo, el
destino del universo físico, la naturaleza de la realidad subyacente del
universo. Son cuestiones con implicaciones filosóficas y teológicas, y
que la filosofía y la teología pueden desarrollar más, guiadas por la
ciencia del universo.
- ¿Hasta qué punto puede la teología ser inspirada por la naturaleza para descubrir a un Dios creador?
- Hasta el punto de que la ciencia con frecuencia busca conocer
empíricamente las causas de los fenómenos observados físicamente,
indagar más en el misterio del universo para descubrir cómo funciona en
lo más profundo, uno puede decir que la teología, que trata de cómo
funciona lo divino por dentro, podría ver en la ciencia como una
contraparte y una socia natural que pregunta las mismas preguntas. Ambas pueden guiarse una a la otra y obligarse a ser sinceras, cada una según sus métodos.
- ¿Guiar la ciencia a la teología?
- Descubrimientos como la teoría de relatividad ayudan a la filosofía
y a la teología a clarificar términos como la comprensión del tiempo y
del espacio. Y la mecánica cuántica, con sus nociones de probabilidad,
puede contribuir a la discusión sobre la causalidad, la indeterminación o
el libre albedrío.
- ¿Alguna teoría científica podría llegar a ser
incompatible con la doctrina sobre la creación? ¿Qué ocurriría si se
descubriera que antes del Big Bang ya había universo, o que este no tuvo
inicio?
- Según enseña la Iglesia, incluso si al principio parece que hay contradicciones aparentes, al final, la verdad es donde la fe y la ciencia se encuentran.
La verdad no puede contradecir a la verdad, si realmente es la verdad,
suponiendo que sean sinceras en el diálogo. Hay caminos diferentes en
los que uno puede considerar lo que significa para el universo físico tener un comienzo o no. Todo lo que puedo decir es que, desde la perspectiva de la fe, un universo sin inicio no afectaría a la noción de que Dios sea su causa.
(Publicado originariamente aquí en AlfayOmega.es)
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