Dura carta abierta de la representante de EE.UU. para la preparación el Sínodo de los Jóvenes de octubre
Hace un par de días, una caricatura de The New York Times ponía
en la picota la política de encubrimientos de muchos obispos de
Pensilvania ante el caso de los 301 sacerdotes del informe del Gran
Jurado de esa entidad estadounidense, que en siete décadas acumularon
más de 1.300 actos de abuso sexual.
La caricatura –con toda la mala leche del mundo, pero avalada por la
irresponsabilidad de los obispos encubridores, la conducta criminal de
los sacerdotes abusadores y el dolor de las víctimas—mostraba un
sacerdote grueso, a la entrada del templo. La prensa preguntaba por los
escándalos de abusos y el personaje permanecía impávido. Al lado de él,
un letrero que decía: “Favor de respetar el silencio de la Iglesia”.
Katie Prejean McGrady, delegada de Estados Unidos a la reunión de
jóvenes del presínodo del Vaticano, oradora católica y autora de Follow: Your Lifelong Adventure with Jesus,
ha escrito una larga carta a los obispos estadounidenses, justamente
sobre este tema, mismo que golpea a los laicos, al grado tal que McGrady
dice que lo extraño de esta última semana es “seguir siendo un católico
fiel”.
“Parece que todos los días traemos otra información sobre
encubrimientos, abusos consistentes y repetidos, y cultura de
deshonestidad y manipulación. Nosotros, que nos consideramos miembros
fieles, comprometidos y portadores de credenciales de la Iglesia
católica, vemos como la roca sobre la cual se construyó la Iglesia
parece hundirse cada vez más en el barro”, dice McGrady en su carta.
Y añade que es la Iglesia que ama, en la que creció, bautizó a su
hija, en la que quiere criarla, en la que ha trabajado, vivido y espera
contar con ella al morir, “pero me he encontrado no solo frustrada,
descontenta y enojada, sino también triste, desconsolada y notablemente
defraudada por esta Iglesia”.
Para la autora de la carta, la Iglesia de Estados Unidos tiene una
“herida profunda y sangrante” causada por “encubrimientos y mentiras,
deshonestidad desenfrenada, egoísmo y orgullo repugnante, abuso sexual e
incorrección” y quizás lo peor de todo, una actitud de “vamos a
descartarlo rápidamente como algo que sucedió hace mucho tiempo, ya que
muchos parecen estar a la defensiva, para evitar nuevas hemorragias”.
Por el bien de los fieles que están sufriendo por estas revelaciones,
“necesitamos que nuestros obispos hablen”, dice McGrady. La Iglesia no
es una empresa que deba cerrar filas para evitar la bancarrota, no es un
negocio. Tampoco necesita de líderes que lean declaraciones repetitivas
redactadas por abogados o que digan disculpas a medias para calmar a
las masas. Este es un momento determinante pues hay personas que “nunca
volverán a cruzar el umbral de una iglesia porque están muy disgustadas
por lo que sucedió y porque se ha ocultado”.
En este momento, dice McGrady, “quiero ver a cada obispo en Estados
Unidos, ya sea que su diócesis esté implicada en algún tipo de escándalo
de abusos o no, hacer una declaración pública sobre su deseo de
erradicar la corrupción, detener los encubrimientos, evitar el abuso de
todo tipo y quitar las malas hierbas del horror de los pecados sexuales
que suceden a diferentes niveles de la Iglesia. En este momento de
crisis, duda y confusión, el pastor de cada diócesis que hable
directamente con sus ovejas podría comenzar a sanar esta herida y
consolar a los afligidos”.
Termina diciendo en su dura misiva la oradora y autora católica:
“Ahora no es el momento de esconderse. Ahora no es el momento de evitar
más escándalos. El escándalo está aquí. El ocultamiento ya sucedió.
Ahora es el momento de ser honestos, de ser vistos, de ser directos y de
guiarnos a la luz”.
Aleteia