En este viernes, día de San Pedro y San Pablo, fiesta grande en el
Vaticano y la diócesis de Roma, donde murieron mártires esos apóstoles,
el Papa Francisco ha predicado, ante los nuevos cardenales creados el
jueves y muchos obispos y arzobispos acompañantes, contra los "secreteos" del demonio.
"Digo ‘secreteos’ porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca su intención, «se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto»”, avisó el Pontífice.
Participar de la unción de Cristo, dijo, es participar de su gloria, que es su Cruz, puesto que gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse. Uno de los engaños y mofas del Maligno sería convencernos de que la gloria de Cristo no pasa por su cruz.
"No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos
manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor", señaló el
Papa Francisco. Pero Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente
de los demás. “Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón
exige – como le exigió a Pedro, afirmó el Pontífice – identificar los
‘secreteos’ del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos
cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del
nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la
existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer
la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios”.
Jesús es el Cristo y el Mesías
Confesar que "Jesús es Señor", como hizo San Pedro cuando dijo a
Jesús "tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", es la clave para
orientar toda la vida cristiana. Ese pasaje fue el que aportaba la
liturgia y el que comentó Francisco.
Las lecturas de esta fiesta litúrgica, señaló el Papa Francisco, nos
permiten tomar contacto con la tradición apostólica más rica y nos
ofrecen las llaves del Reino de los cielos. Tradición perenne y siempre
nueva que reaviva y refresca la alegría del Evangelio, y nos permite así
poder confesar con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo
es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11). En este sentido, todo
el Evangelio – afirmó el Santo Padre – busca responder a la pregunta que
anidaba en el corazón del Pueblo de Israel y que tampoco hoy deja de
estar en tantos rostros sedientos de vida: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3).
Pedro, explicó el Papa Francisco, tomando la palabra en Cesarea de
Filipo, le otorga a Jesús el título más grande con el que podía
llamarlo: «Tú eres el Mesías», es decir, el Ungido de Dios. “Me
gusta saber que fue el Padre quien inspiró esta respuesta a Pedro –
precisó el Pontífice – que veía cómo Jesús ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido”.
En esa unción, subrayó el Papa, cada pecador, perdedor, enfermo,
pagano —allí donde se encontraba— pudo sentirse miembro amado de la
familia de Dios. “Con sus gestos, Jesús les decía de modo personal: tú me perteneces.
Como Pedro, también nosotros podemos confesar con nuestros labios y con
nuestro corazón no solo lo que hemos oído, sino también la realidad
tangible de nuestras vidas: hemos sido resucitados, curados, reformados,
esperanzados por la unción del Santo”. Por ello, afirmó el Pontífice,
todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción y no nos es
lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados, esa
alegría que nos lleva a confesar «tú eres el Hijo de Dios vivo».
El Ungido de Dios lleva el amor y la misericordia del Padre
Y es interesante, indicó el Obispo de Roma, prestar atención a la
secuencia del pasaje del Evangelio de Mateo (16,21), en que Pedro
confiesa la fe en Jesús. “El Ungido de Dios lleva el amor y la
misericordia del Padre hasta sus últimas consecuencias. Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el buen nombre, las comodidades, la posición… el martirio”.
Ante este anuncio tan inesperado – explicó el Papa Francisco – Pedro
reacciona: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt
16,22), y se transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el
camino del Mesías; y creyendo defender los derechos de Dios, sin darse
cuenta se transforma en su enemigo. “Contemplar la vida de Pedro y su
confesión, es también aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo. Como Pedro, como Iglesia – subrayó el Pontífice – estaremos siempre tentados por esos ‘secreteos’ del maligno que serán piedra de tropiezo
para la misión. Y digo ‘secreteos’ porque el demonio seduce a
escondidas, procurando que no se conozca su intención, «se comporta como
vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto»”.
Confesar la fe exige identificar los ‘secreteos’ del maligno
En cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su Cruz – afirmó el Papa Francisco – Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”.
En cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su Cruz – afirmó el Papa Francisco – Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”.
No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos
manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor – señaló el
Papa Francisco – ya que, Jesús toca la miseria humana, invitándonos a
estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. “Confesar la fe
con nuestros labios y con nuestro corazón exige – como le exigió a
Pedro, afirmó el Pontífice – identificar los ‘secreteos’ del maligno. Aprender
a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que
nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos
impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos
privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la
ternura de Dios”.
Contemplar y seguir a Cristo exige abrir el corazón a los demás
Al no separar la gloria de la cruz – subrayó el Santo Padre – Jesús
quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos:
vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de
pueblo. “La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe
poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que
el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos
polvorientos de la historia”. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar
que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo
se quiso identificar, y esto con la certeza de saber que no abandona a
su pueblo.
Queridos hermanos, concluyó el Papa Francisco, sigue latiendo en
millones de rostros la pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos
que esperar a otro?». Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor». “Este es nuestro cantus firmus que todos los días estamos invitados a entonar. Con la sencillez, la certeza y la alegría de saber que «la Iglesia resplandece no con luz propia, sino con la de Cristo”.
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