Natividad de san Juan Bautista
¿Por qué era necesario un precursor?
Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, precursor del Señor, que, estando aún en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano.
¿Por qué era necesario un precursor?
Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, precursor del Señor, que, estando aún en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano.
Su nacimiento profetizó la Natividad de Cristo el Señor, y su
existencia brilló con tal esplendor de gracia, que el mismo Jesucristo
dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el
Bautista.
San Agustín hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta
de los santos en el día de su muerte que, en realidad, es el día del
nacimiento, del gran nacimiento a la vida eterna; pero que, en el caso
de san Juan Bautista le conmemora el día de su nacimiento, porque fue
santificado en el vientre de su madre y anunció a Cristo ya antes de
nacer (Sermón 292,1).
Efectivamente, es digno de celebrarse el nacimiento de Juan
Bautista, y así nos lo enseña el propio Evangelio, que tan reacio es a
contar anécdotas o hechos meramente circunstanciales, y sin embargo
dedica en San Lucas un largo capítulo, el primero de su obra, al
nacimiento milagroso del Precursor.
Es que la llegada de Juan no es un acontecimiento menor ni circunstancial en la vida de Jesús ni en el anuncio del Evangelio.
En cuanto a los hechos relacionados con el nacimiento, no es posible
ir más allá de lo que narra Lucas 1; ninguna biografía ni indagación
histórica podría explicar de otra manera lo que con sencillez, pero con
solemne rotundidad se afirma en ese capítulo:
"El ángel dijo: "No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido
escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su
nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor;
estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos
de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante
de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los
corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de
los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto".
Ante hechos como estos no tiene demasiado sentido preguntarse, "¿pero habrá sido exactamente así, o tal vez de otra manera?".
Sea cual sea la "manera" (y no hay duda que un evangelio, como
escrito que es, acomoda literariamente los hechos a un plan narrativo, a
un estilo, y a un interés de la narración), el hecho permanece: en el
plan salvador de Dios era completamente necesario el Precursor.
Dios mismo proveyó de ese Precursor a los hombres, y lo proveyó de manera milagrosa.
Pero sí cabe que nos preguntemos ¿por qué era necesario un precursor? ¿en que consiste ese "plan salvador" que hacía necesario un precursor?
El Precursor era necesario porque en los hechos de la historia de la
salvación nada de lo que afectará al hombre ocurre sin la ayuda del
hombre, ¡ni siquiera Dios podía salvar al hombre sin hacerse primero
hombre!
Pero no sólo eso, no bastaba que Dios se hiciera hombre, sino
que es necesario de toda necesidad que, para que esa salvación sea
auténticamente divina, venga anunciada por una palabra completamente
humana, una palabra que no se dude que viene de un hombre.
Así es la Ley que rige el encuentro de Dios con el hombre, la Ley
promulgada por el propio Dios al revelarse en una "literatura sagrada",
en una palabra de hombres que es a la vez Palabra de Dios.
Ampliando el principio que ya enunciaba san Agustín deberemos decir
que Dios, que creó al hombre sin el concurso de hombres, no hizo nada
más sin el concurso de nosotros los hombres, ni siquiera nacer
humanamente para salvarnos.
Todo, absolutamente todo lo que Dios vino a decirnos a los hombres, y
a obrar entre nosotros y en nuestro favor, necesita ser humanado, hecho
verdaderamente de hombres y entre los hombres, para ser verdaderamente
de Dios.
Por eso la esperanza de Israel había ido entresacando de las
profecías antiguas una «loca idea», que llegó a hacerse incluso
explícita con el profeta Malaquías: aquel mismo profeta Elías que había
sido tan misteriosamente arrebatado al cielo en un carro de fuego (2Re
2,11), aquel "Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!" -como lo llama
su discípulo Eliseo- volvería antes del fin para anunciar el juicio del
mundo y la restauración final de Israel.
"He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible" (Malaquías 3,23).
Aunque había muchas voces apocalípticas en época de Jesús, muchos que
anunciaban el fin de una era, el juicio de Dios, e incluso predicaban
la necesidad de realizar gestos de penitencia, como el lavado simbólico
que ofrece Juan, en ninguno de ellos vio la fe apostólica la mano de
Dios sino en Juan.
Hubiera sido práctico y "consensual" para la fe cristiana hacer un pool de anuncios de salvación y declarar "¿véis como todos estos lo anuncian? tantos lo dicen, tan cierto debe ser".
Sin embargo la fe apostólica no hizo esa tan conveniente encuesta, no
le importó si era uno o muchos los que anunciaban la llegada del
Cristo, le importó que lo anunciado fuera verdad, y por eso la fe
apostólica conservó como un tesoro esa frase de Jesús: "Entre los
nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan" (Lc 7,28).
Aunque en seguida agrega "sin embargo el más pequeño en el Reino de
Dios es mayor que él", porque en toda su grandeza, Juan sigue
perteneciendo al mundo del Antiguo Testamento, a la promesa, no al
cumplimiento, al signo, no al significado.
Y con esos rasgos nos es presentado, con los rasgos del signo del
Antiguo Testamento: se alimenta a langostas y miel silvestre, vive en el
desierto, se viste de pieles de animales salvajes, reuniendo en sí las
figuras de Sansón, Elías, y como el Arca de Dios que, antes de habitar
en su verdadero templo, vive "envuelta en pieles" (2Samuel 7,2).
Sobre la fecha de la celebración
Es evidente que la tradición quiso relacionar cronológicamente la
celebración del nacimiento del Precursor con el nacimiento histórico de
Jesús, y así que la Virgen permaneció junto a Isabel tres meses, hasta
que naciera el Bautista, luego de recibir su propio anuncio del Ángel, y
puesta la celebración de la Navidad convencionalmente el 25 de
diciembre, adquirieron su definido lugar el 25 de marzo la Anunciación, y
debería haber sido el 25 de junio el del nacimiento del Bautista.
Sin embargo, desde el principio tuvo su día el 24 de junio. Al respecto observa el Butler:
El Nacimiento de san Juan Bautista fue una de las primeras fiestas
religiosas que encontraron un lugar definido en el calendario de la
Iglesia; el lugar que ocupa hasta hoy: el 24 de junio.
La primera edición del Hieronymianum lo localiza en esta fecha y
subraya que la fiesta conmemora el nacimiento "terrenal" del Precursor.
El mismo día está indicado en el Calendario Cartaginés, pero en
tiempos anteriores ya hablaba del asunto san Agustín en los sermones que
pronunciaba durante esta festividad.
San Agustín hacía ver que la conmemoración está suficientemente
señalada, en la época del año, por las palabras del Bautista,
registradas en el cuarto Evangelio: "Es necesario que Él crezca y que yo
disminuya".
El santo doctor descubre la propiedad de esa frase al indicar que,
tras el nacimiento de san Juan, los días comienzan a ser más cortos,
mientras que, después del nacimiento de Nuestro Señor, los días pasan a
ser más largos [claro que esta observación sólo vale en el hemisferio
norte].
Probablemente Duchesne tenga razón cuando afirma que la relación de
esta fiesta con el 24 de junio se originó en el Occidente y no en el
Oriente.
"Es necesario hacer notar, expresa Duchesne, que la festividad se
fijó el 24 y no el 25 de junio, por lo que podríamos preguntarnos por
qué razón no se adoptó la segunda fecha que hubiese dado exactamente, el
intervalo de seis meses entre la edad del Bautista y la de Cristo.
La razón es, dice luego, que se hicieron los cálculos de acuerdo con
el calendario romano, donde el 24 de junio es el "octavo kalendas
Julii", así como el 25 de diciembre es el "octavo kalendas Januarii".
Por regla general, en Antioquía y en todo el Oriente, los días del
mes se numeraban en sucesión continua, desde el primero, tal como
nosotros lo hacemos y, el 25 de junio habría correspondido al 25 de
diciembre, sin tener en cuenta que junio tiene treinta días y diciembre
treinta y uno.
Pero de la misma manera que la fecha romana de Navidad fue adoptada
en Antioquía (muy posiblemente en razón de la amistad de san Juan
Crisóstomo con san Jerónimo), durante los últimos veinticinco años del
siglo cuarto, se adoptó también la fecha para conmemorar el nacimiento
del Bautista en Antioquía, Constantinopla y todas las otras grandes
iglesias del oriente, en el mismo día en que se conmemoraba en Roma.
Artículo originalmente publicado por evangeliodeldia.org
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