La Solemnidad del Corpus Christi nos invita a contemplar y celebrar
el gran don de la presencia real de Cristo vivo entre nosotros en su
cuerpo entregado y en su sangre derramada para la vida del mundo.1
De manera muy especial, es una llamada a entrar en el misterio de la
Eucaristía para configurarnos con él. Este misterio, en palabras de
Benedicto XVI, “se convierte en el factor renovador de la historia y de
todo el cosmos [pues], en efecto, la institución de la Eucaristía
muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha
transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación
definitiva del mal para la humanidad”.2
A la luz de este misterio de amor renovador, liberador y
transformador, que es la Eucaristía, invitamos a todos los cristianos,
en particular a cuantos trabajáis en la acción caritativa y social, a un
compromiso que sea liberador, que contribuya a mejorar el mundo y que
impulse a todos los bautizados a vivir la caridad en las relación con
los hermanos y en la transformación de las estructuras sociales.
Tu compromiso mejora el mundo
Transformados interiormente por la contemplación del amor
incondicional de Jesucristo, que entrega su vida para liberarnos del mal
y hacernos pasar de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida,
queremos recordar a todos y cada uno de los cristianos, así como a los
hombres y mujeres de buena voluntad que quieran escucharnos, el mensaje
de la campaña institucional de Cáritas: “Tu compromiso mejora el mundo”.3
Somos conscientes de que, hoy, no está de moda hablar del compromiso.
Es más, para muchos, en esta cultura de lo virtual, de lo inmediato y
pasajero, la preocupación por los demás se considera como algo
trasnochado. Sin embargo, el compromiso en favor de los más débiles y
por la transformación del mundo, es la más noble expresión de nuestra
dignidad, de nuestra responsabilidad y solidaridad.
Para los cristianos, el compromiso caritativo y social, el ser con
los demás y totalmente entregado a ellos, camina en paralelo con nuestra
configuración con Cristo. Se trata de un compromiso que nace de la fe
en la Trinidad. Los cristianos creemos en un Dios, que es Padre, que ama
incondicionalmente a cada uno de sus hijos y les confiere la misma
dignidad; un Dios Hijo que entrega su vida para liberarnos del pecado y
de las esclavitudes cotidianas, haciéndonos pasar de la muerte a la
vida; un Dios Espíritu que alienta el amor que habita en cada ser humano
y nos hace vivir la comunión con todos, tejiendo redes de fraternidad y
de solidaridad al estilo de Jesús, que “no vino a ser servido, sino a
servir y dar su vida en rescate por todos”(Mt 20,28). Desde esta
configuración con Cristo, os proponemos un cuádruple compromiso:
1. Vivir con los ojos y el corazón abiertos a los que sufren:
Hemos de abrir los ojos y el corazón a todo el dolor, pobreza,
marginación y exclusión que hay junto a nosotros. Convivimos con una
cultura que ignora, que excluye, oculta y silencia los rostros del
sufrimiento y la pobreza. Sin embargo, no podemos ignorarlos. Como dice
el papa Francisco, “la pobreza nos desafía todos los días con sus muchas
caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión (…), el
tráfico de personas y la esclavitud, el exilio, la miseria y la
migración forzosa”.4 Este
desafío resulta “cruel”, cuando constatamos que estas situaciones no
son el fruto de la casualidad, sino la consecuencia de la injusticia
social, de la miseria moral, de la codicia de unos pocos y de la
indiferencia generalizada de muchos.
2. Cultivar un corazón compasivo: La multiplicación y la
complejidad de los problemas pueden saturar nuestra atención y endurecer
nuestro corazón. Frente a la tentación de la indiferencia y del
individualismo, los cristianos debemos cultivar la compasión y la
misericordia, que son como la protesta silenciosa contra el sufrimiento y
el paso imprescindible para la solidaridad.
3. Ser capaces de ir contracorriente: Esta invitación al
compromiso no es algo superficial o periférico. Pone en juego
dimensiones tan hondas como la propia libertad. En la vida, podemos
seguir la corriente de quienes permanecen instalados en los intereses
personales y pasajeros o podemos vivir como personas comprometidas al
estilo de Jesús, actuando contracorriente y poniendo los medios para que
los intereses económicos no estén nunca por encima de la dignidad de
los seres humanos y del bien común.
4. Ser sujeto comunitario y transformador: Los cristianos
estamos llamados a ser agentes de transformación de la sociedad y del
mundo, pero esto sólo es posible desde el ejercicio de un compromiso
comunitario, vivido como vocación al servicio de los demás. Esto quiere
decir que hemos de poner todos los medios a nuestro alcance para la
creación de comunidades, que sean signo y sacramento del amor de Dios.
Comunidades capaces de compartir y poner al servicio de los hermanos los
bienes materiales, el tiempo, el trabajo, la disponibilidad y la propia
existencia. Comunidades capaces de poner a la persona en el centro de
su mirada, palabra y acción.
La caridad es transformadora
Para todos aquellos que trabajan en el ámbito de la acción caritativa
y social de la Iglesia, este compromiso transformador se hace todavía
más urgente al tomar conciencia de la fuerza transformadora de la
caridad. La doctrina social de la Iglesia habla permanentemente de ella.
Recordemos un texto antológico del papa Francisco: «La Iglesia,
guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre,
escucha el clamor por la justicia y quiere responde a él con todas sus
fuerzas. En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos:
“¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37) lo cual implica tanto la
cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para
promover el desarrollo integral de los pobres como los gestos más
simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que
encontramos» (EG, nº 188). De acuerdo con estas enseñanzas del Santo
Padre, podemos concluir que la acción caritativa no es mera asistencia.
La caridad, además de ofrecer los gestos más simples y cotidianos de
solidaridad, promueve el desarrollo integral de los pobres y coopera a
la solución de las causas estructurales de la pobreza.
Los obispos españoles también hemos insistido en esta dimensión
transformadora de la actividad caritativa y hemos manifestado que
«nuestra caridad no puede ser meramente paliativa, debe ser preventiva,
curativa y propositiva. La voz del Señor nos llama a orientar toda
nuestra vida y nuestra acción desde la realidad transformadora del reino
de Dios».5
Esto implica desenmascarar la injusticia por medio de la denuncia
profética, socorrer al necesitado mediante la asistencia y colaborar en
la organización de estructuras más justas por medio de la transformación
social.
Pidamos al Espíritu una mística social transformadora
En la plegaria eucarística hay dos momentos especialmente
significativos en los que se manifiesta la fuerza transformadora de la
Eucaristía. Son las dos “epíclesis” o invocaciones al Espíritu Santo que
hacemos en la celebración eucarística. En la primera pedimos al Padre
que envíe su Espíritu para que el pan y el vino se conviertan en el
cuerpo y la sangre del Señor. En la segunda, invocamos la acción del
Espíritu sobre la comunidad eclesial para que sea una sola cosa en
Cristo y haga así posible la salvación de los que participan de ella. En
ambas epíclesis los cristianos expresamos el dinamismo transformador
que encarna la celebración eucarística y descubrimos la necesidad de ser
instrumentos de renovación del cosmos y de la humanidad, desde la
comunión con Cristo. Pidamos, hoy, al Espíritu Santo que esta mística
social y transformadora de la Eucaristía nos ayude a comprometernos en
la transformación del mundo y en la promoción de una caridad
transformadora en todas nuestras organizaciones caritativas y sociales.
Sabemos que la tarea no es fácil, pero la caridad no está para dejar las
cosas como están ni consiste en hacer lo que siempre se ha hecho en el
campo social. La caridad denuncia la injusticia y promueve el desarrollo
humano integral, nos impulsa a la conversión de nuestros criterios y
actitudes, de nuestra manera de pensar y de actuar, para colaborar con
el Señor en el acompañamiento a las personas y en la transformación de
las estructuras que generan pobreza, discriminación y desigualdad.
Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Fuente: www.conferenciaepiscopal.es
pastoralsantiago.es