Callo, porque no quiero hablar demasiado. Porque en el amor que Dios me tiene sus silencios son más elocuentes que sus palabras
Creo que el Adviento es un tiempo de silencios sagrados. En los que callo para oír la voz de Dios en el desierto de mi alma. El silencio y el amor están unidos.
Comenta el Papa Francisco en Amoris Laetitia: En el amor los silencios suelen ser más elocuentes que las palabras. Es
Dios en ese silencio en el que me debato buscando respuestas. Ese
silencio incómodo en el que espero oír su voz cuando permanece callado. O
una señal que me indique cómo seguir buscando.
Comenta el Papa Francisco en este Adviento: En estos tiempos
inquietos en que vivimos el misterio de la Encarnación nos recuerda que
Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa
por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo
nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría.
Ese Dios que está conmigo, que sale a mi encuentro. Ese Dios que
acampa en mi alma. Que viene a buscarme a mi silencio. Allí donde no hay
voces. Donde apenas oigo. Viene para que haga silencio acallando mis
gritos. Calmando mis ansias y agobios. Levantando mi desánimo en medio
de mi tristeza. Quiero aprender a guardar silencio.
Comenta Carmen Serrat: Aprender a meditar nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos y disfrutar del silencio y la soledad.
Sé que no siempre es tan sencillo disfrutar del silencio y la
soledad. Son más cómodos los ruidos, las voces del mundo, la música, los
tiempos inquietos.
Me duele hacer silencio, contemplar. Me duele permanecer solo, sin
nadie a mi lado que me sostenga. Prefiero volcarme en el mundo para no
pensar. Porque sé que si pienso sufro. Si callo me agobio. Me abismo en
la oscuridad del alma buscando resquicios de una luz sagrada que me
calme.
Callo, porque no quiero hablar demasiado. Porque en el amor que Dios me tiene sus silencios son más elocuentes que sus palabras.
Como el silencio que guardan los amigos verdaderos en medio de sus
pasos. O los cónyuges en un paseo a orillas de la vida. O ese padre que
acompaña a su hijo enfermo. No hacen falta palabras.
El silencio del amor es elocuente. ¿Qué haces? Me preguntan. Nada. Respondo. Y acompaño la vida del que amo.
Del que sufre a mi lado. Del que me necesita. Porque necesita más mi
presencia que mis palabras. Porque las palabras no pueden contener todo
lo que siento, lo que amo y lo que sufro. Porque en una palabra no cabe
toda la eternidad. Quedaría reducida a un concepto vano y frío,
demasiado pequeño.
Me gusta el silencio de María y José buscando posada. Un silencio
inmenso. En medio de la incertidumbre de la vida que no controlo. Callan
José y María. Yo también callo. Quiero guardar silencio ante mi amado
que me busca. En esa cueva llena de silencios en la que Dios se vuelca. Y
se hace carne. Y se hace noche llena de paz y plena de esperanza. Y se
hace luz y estrella.
Como escribe Jorge Luis Borges: Toda casa es un candelabro. Y
esa cueva, ese establo, se hizo casa, se hizo hogar. Y en medio del
silencio el amor se volvió candelabro, luz, esperanza, destello de una
vida que nace. En la oscuridad llena de silencios. Brota el llanto de un
niño que se vuelve candelabro. Para mostrar lo densa que es la noche. Para dejar ver las siluetas sagradas de mi historia.
Carlos Padilla
Aleteia