Lo tengo claro, no es el sufrimiento lo que me salva. La verdad es que sólo me salva Jesucristo. No
elijo el sufrimiento entonces cuando opto por la puerta estrecha a la
que Dios me llama. Porque Jesús es precisamente esa puerta oculta,
escondida, esa puerta aparentemente inaccesible que a veces tardo tanto
en encontrar.
Seguir a Jesús no significa sufrir necesariamente. No es eso lo que me muestra en su vida en la tierra. Quiere que lo siga a Él en un camino de plenitud. Un camino de esperanza y de fe. Que descanse en Él. Sé que habrá luchas y esfuerzo. Pero es un camino de luz y de esperanza.
Por eso opto por Jesús y no opto por sufrir.
Entre sufrir y no sufrir, no necesariamente veo que sea más de Dios el
camino en el que más se sufre. Opto por Él, por el camino en el que Él
está. En el que Él me espera. Me gusta mirar así a Jesús. Y pensar que
abrazar su vida saca lo mejor de mí. Me hace más pleno. Me llena de
vida. Me calma y descansa y colma mi corazón insatisfecho.
Decía Jean Vanier: “Todos tenemos el
deseo de que las cosas salgan bien. Pero cuando el sufrimiento y la
muerte nos golpean, no sólo es difícil soportarlo, también comprenderlo,
y destruye el ideal que tenemos. Quizás cada uno de nosotros pierde la
cabeza ante el sufrimiento. Porque no comprendemos”.
Sé que no puedo evitar el sufrimiento.
Tendré mi cuota de él en el camino. Sé que el sufrimiento duele, rompe
mi esperanza y acaba con mis sueños. Ese sufrimiento que no elijo y
sucede. El sufrimiento impuesto por la vida. Tantas veces me cuesta
comprender el sentido del sufrimiento.
Parece más heroico escoger el camino del
esfuerzo y la renuncia. Es como si al hacerlo me erigiera en un
testimonio de vida para otros. Pero no lo creo. No creo que el camino en el que hay más sufrimiento tenga más valor. Miro a Jesús. Y sólo si veo que Jesús me pide caminar con Él, siguiendo sus huellas, abrazando sus pasos, lo hago.
Y paso por la puerta estrecha que es su corazón herido. Me gusta ver cómo Jesús libera al hombre que sufre cuando pasa por la tierra.
Leía el otro día: “La curación de los
enfermos y la liberación de los endemoniados son su reacción contra la
miseria humana. Anuncian ya la victoria final de su misericordia
liberando al mundo de un destino marcado fatalmente por el sufrimiento y
la desgracia. Jesús no realizaba sus curaciones para probar su
autoridad divina o la veracidad de su mensaje. Sus curaciones, más que
una prueba del poder de Dios, son un signo de su misericordia, tal como
la capta Jesús”.
Jesús libera del dolor y del sufrimiento por misericordia. Salva al hombre apresado. Sé que no quiere que yo sufra. Le importan mis lágrimas y mi angustia. Le
importa mi cansancio y mi carga. A veces no siento su cercanía. Y le
pido quedar libre de lo que me hace sufrir. Pero no sucede. Y me rebelo contra sus planes.
No veo en mi sufrimiento un motivo de
salvación. Jesús me dio la vida no para sufrir. Sino para amar a otros.
Quiere que tenga paz. Quiere que pueda hacer el bien. Quiere que su yugo
sea llevadero. Quiere que haga el bien a muchos. No quiere que sufra.
Sé que el sufrimiento me impide amar bien.
Hay sufrimientos ineludibles. Llegan de
pronto, sin aviso. Una pérdida, un fracaso, una renuncia. Cada uno
podría enumerar el número de sufrimientos a los que se enfrenta. Yo
tengo mi lista. Es cierto que en ocasiones sufrir me hace más libre. Más humano. Más maduro. Más de Dios.
No depende todo del tipo de sufrimiento sino de mi actitud ante el mismo. Depende de mí. De cómo enfrente el dolor y la angustia. De cómo mire a los ojos lo que me hace sufrir.
Se habla mucho hoy de resiliencia. Esa
capacidad para enfrentar momentos de dolor y dificultad y salir
adelante. La soledad y las desgracias de mi camino. Las contrariedades
inesperadas. La enfermedad con la que no contaba. El envejecimiento. El
fracaso en mis proyectos.
A veces oigo una frase que me cuesta un poco: “Eres un escogido de Dios que te bendice con la cruz”. Casi prefiero sufrir menos y no ser su favorito, ni su gran amigo. No lo quiero si estar con Él va a ser así. No, mi corazón no está hecho para el sufrimiento y se rebela ante el dolor. Prefiere la paz y la alegría. El descanso en Él.
Quiero el ideal de una vida en plenitud
en la que pueda amar y ser amado hasta el extremo. Me duele sufrir. No
encuentro el sentido. ¿Qué sentido tienen tantas cruces que veo a mi
alrededor? No lo sé. Y no creo que Dios tenga sus amigos predilectos a
los que carga con las cruces más pesadas sólo porque son sus amigos.
A veces los hombres lo hacemos así.
Cargamos a los que más queremos. A veces les exigimos más. Pero Dios no
es así. Lo que sí sé es que en medio de la cruz que cargo Jesús me
sostiene. Levanta mi vida herida. Y salva mis pasos cuando se hunden.
Carlos Padilla
Carlos Padilla
Aleteia