Carlos llegó hace casi siete años al seminario de
Santiago desde La Coruña, donde nació hace 24. Es diácono y en julio
será ordenado sacerdote. El trabajo de su madre le llevó a residir un
año en Ceuta. Allí se despertó su vocación. «No era algo que pensara
demasiado en la adolescencia, pero aquella fue una experiencia que me
marcó para descubrir muchas cosas de la vida que quizá a un chaval
normal no le salen al paso. Vi cosas duras que te hacen interrogarte
sobre qué quieres hacer, sobre para qué sirve la vida». Javier,
de 20 años, es uno de sus compañeros desde hace tres. Él procede de
Vimianzo. Tras dos años de formación en Filosofía, está en tercero y
entra de lleno en Teología. «La vocación es, por definición, llamada.
Mi familia es cristiana. Yo fui monaguillo. Estuve siempre cerca de la
parroquia y del sacerdote como referente. Tomar la decisión de entrar en
el seminario no fue complicado. Nadie se sorprendió, de hecho, cuando
lo anuncié. Es un paso importante porque cierras otras puertas, pero lo
hice con normalidad».
«Mi vocación surgió durante el año que viví en Ceuta. Fue una experiencia que me marcó»Carlos | 24 años | diácono
Ambos son dos de los veintitrés jóvenes que se preparan para ser curas en la Archidiócesis compostelana.
Hoy, en la onomástica de San José, celebran su día. Es la cifra más
alta de todos los seminarios de la franja norte de España. El dato lo
aporta Carlos Álvarez, rector desde hace casi una
década del Seminario Mayor ubicado en el imponente monasterio de San
Martín Pinario, la «casa», como ellos la denominan. En las diócesis
vecinas las cifras son inferiores:16 en Orense, 6 en Tui-Vigo, 5 en Lugo
y 1 en Mondoñedo-Ferrol. Hay que sumar, además, los casi veinte
seminaristas del Camino Neocatecumenal que se forman en el seminario
Redemptoris Mater. En total, cerca de 70 futuros sacerdotes.
Según detalla el rector, las vocaciones se mantienen estables desde
hace una década. En los seminarios menores, donde se imparte la ESO y el
Bachillerato, son en torno a 182. Algunos elegirán después pasar al
Mayor, aunque hay quien llega ya con sus estudios concluidos e incluso
tras haber iniciado una carrera laboral.
«Entrar en el seminario no fue una decisión complicada. Nadie se sorprendió »Javier | 20 años | seminarista
La jornada comienza a las 7.45 horas en la capilla con laudes y
oración personal. Tras desayunar a las 8.30, es tiempo para las clases
desde la nueve hasta las dos. Regresan entonces a la capilla antes de
comer y de la siesta. Apartir de las cuatro, tiempo de estudio, deporte,
ocio… Ala misa de ocho le seguirá la cena de nueve, con tiempo libre
hasta las once. Hora de dormir. Los fines de semana, tiempo de prácticas
en diversos templos como apoyo al párroco. Carlos se desplaza a
Carballo. Javier, a Cambados. Y en verano, conocen otras realidades como
los cerros de Perú, a los que se acercó Carlos;o el Hogar Santa Lucía
de La Coruña, donde un grupo de monjas atiende a mujeres necesitadas.
«Me sorprendió porque uno va a La Coruña y ve los centros comerciales en
la entrada, pero después están las cunetas de la existencia muy bien
disimuladas», comenta Javier.
Normalidad como receta
«Parece que ser cura es decir “no” a todo:a casarse, a divertirse…. ¡Lo pasamos bárbaro!»Carlos Álvarez | Rector del Semina-rio de Santiago
Si les preguntamos sobre cómo creen que son vistos por la sociedad,
ambos coinciden en que, más allá de algunos estereotipos, se suelen
sentir acogidos allá donde van. «Lo que nos une es mucho más de lo que
nos separa», señala Javier. «El día a día te da sorpresas
satisfactorias. Aún ayer un señor me pidió la bendición en Platerías»,
cuenta Carlos. Interviene entonces el rector, también con un carácter
bromista contra los clichés. «No son chicos del siglo XVI que estuvieran congelados. Son hijos de su tiempo.
A veces parece que ser cura es decir “no” a todo. “No” a casarse, “no” a
divertirse, “no” a… ¡Lo pasamos bárbaro! Somos curas diocesanos, de la
calle. Solo vivimos en comunidad durante la etapa del seminario».Con los
años, se calman «la emoción y la prisa por subir las cosas» del primer
día. También se aprenden cuántas de esas cosas «realmente terminarás
usando». En ese equipaje ligero se mantienen los amigos de siempre, con
quienes Carlos y Javier siguen celebrando cumpleaños. «Algún día los
casarán, bautizarán a sus hijos… Eso crea vínculos muy especiales»,
anticipa el rector. Desde la experiencia, les receta normalidad:«Si uno
es normal y sabe estar, la gente lo agradece. En nosotros siempre buscan
algo distinto. Si sabemos darlo, con sentido de fe, ya está. Eso es lo
que busca la gente en un sacerdote. Nada más. No se complican. Los que
nos complicamos somos a veces nosotros».
Fuente: Abraham Coco | ABC
Foto: M. Muñiz
Foto: M. Muñiz
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