“La Cuaresma es signo sacramental de nuestra conversión, quien
realiza el camino de la Cuaresma esta siempre en el camino de la
conversión. Es un signo sacramental de nuestro camino de la esclavitud a
la libertad, siempre por renovar. Un camino ciertamente difícil, como
es justo que sea, porque el amor es arduo, pero es un camino lleno de
esperanza”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del primer miércoles día 1 de marzo, el significado de la Cuaresma como camino de esperanza.
Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza” y al inicio
del tiempo litúrgico de la Cuaresma, el Obispo de Roma señaló que, “esta
perspectiva se hace enseguida evidente si pensamos que la Cuaresma ha
sido instituida en la Iglesia como tiempo de preparación para la
Pascua”. Por lo tanto, precisó el Pontífice, todo el sentido de este
periodo de cuarenta días es iluminado por el misterio pascual hacia el
cual está orientado. “Podemos imaginar al Señor Resucitado que nos llama
a salir de nuestras tinieblas – subrayó el Papa – y nosotros nos
ponemos en camino hacia Él, que es la Luz.
Y la Cuaresma es un camino
hacia Jesús Resucitado”. La Cuaresma, agregó el Obispo de Roma, es un
periodo de penitencia, también de mortificación, pero no un fin en sí
mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a renovar nuestra
identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente “desde lo alto”,
desde el amor de Dios. Por esto es que la Cuaresma concluyó el Papa, es
por su naturaleza, tiempo de esperanza.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este día, Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo litúrgico de
la Cuaresma. Y ya que estamos desarrollando el ciclo de catequesis sobre
la esperanza cristiana, hoy quisiera presentarles la Cuaresma como
camino de esperanza.
De hecho, esta perspectiva se hace enseguida evidente si pensamos que
la Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de preparación
para la Pascua, y por lo tanto, todo el sentido de este periodo de
cuarenta días es iluminado por el misterio pascual hacia el cual está
orientado. Podemos imaginar al Señor Resucitado que nos llama a salir de
nuestras tinieblas, y nosotros nos ponemos en camino hacia Él, que es
la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús Resucitado. La Cuaresma
es un periodo de penitencia, también de mortificación, pero no un fin en
sí mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a renovar
nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente “desde lo
alto”, desde el amor de Dios (Cfr. Jn 3,3). Por esto es que la Cuaresma
es, por su naturaleza, tiempo de esperanza.
Para comprender mejor que cosa significa esto, debemos referirnos a
la experiencia fundamental del éxodo de los Israelitas de Egipto,
narrada en la Biblia en el libro que lleva este nombre: Éxodo. El punto
de partida es la condición de esclavitud en Egipto, la opresión, los
trabajos forzados. Pero el Señor no se ha olvidado de su pueblo y de su
promesa: llama a Moisés y, con brazo poderoso, hace salir a los
Israelitas de Egipto y los guía a través del desierto hacia la Tierra de
la libertad. Durante este camino de la esclavitud a la libertad, el
Señor da a los Israelitas la ley, para educarlos en el amor a Él, el
único Señor, y para amarse entre ellos como hermanos. La Escritura
muestra que el éxodo es largo y fatigoso: simbólicamente dura 40 años,
es decir, el tiempo de vida de una generación. Una generación que, ante
las pruebas del camino, es siempre tentada a añorar Egipto y volver
atrás. También todos nosotros conocemos la tentación de regresar atrás,
todos. Pero el Señor permanece fiel y esta pobre gente, guiada por
Moisés, llega a la Tierra prometida. Todo este camino es realizado en la
esperanza: la esperanza de alcanzar la Tierra, y justamente en este
sentido es un “éxodo”, una salida de la esclavitud a la libertad. Y
estos 40 días son también para todos nosotros una salida de la
esclavitud del pecado a la libertad, al encuentro del Cristo Resucitado.
Cada paso, cada fatiga, cada prueba, cada caída y cada salida, todo
tiene sentido solo dentro del designio de salvación de Dios, que quiere
para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.
La Pascua de Jesús es su éxodo, con el cual Él nos ha abierto la vía
para alcanzar la vida plena, eterna y gozosa. Para abrir esta vía, este
camino, Jesús ha debido despojarse de su gloria, humillarse, hacerse
obediente hasta la muerte y la muerte de cruz. Abrirnos el camino a la
vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros somos
salvados de la esclavitud del pecado. Pero esto no quiere decir que Él
ha hecho todo y nosotros no debemos hacer nada, que Él ha pasado por
medio de la cruz y nosotros “vamos al paraíso en un carruaje”. No, no
quiere decir esto. No es así. Nuestra salvación es ciertamente un don
suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro “si” y
nuestra participación en su amor, como nos demuestra nuestra Madre María
y después de ella todos los santos.
La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos precede con su éxodo, y
nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es
tentado por nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero
también nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas.
Él nos dona el agua viva de su Espíritu, y a nosotros corresponde tomar
de su fuente y beber, en los Sacramentos, en la oración, en la
adoración; Él es la luz que vence las tinieblas, y a nosotros se nos
pide alimentar la pequeña llama que nos ha sido confiada el día de
nuestro Bautismo.
En este sentido la Cuaresma es «signo sacramental de nuestra
conversión» (Misal Romano, Oración colecta I Dom. de Cuaresma), quien
realiza el camino de la Cuaresma esta siempre en el camino de la
conversión. Es un signo sacramental de nuestro camino de la esclavitud a
la libertad, siempre por renovar. Un camino ciertamente difícil, como
es justo que sea, porque el amor es arduo, pero es un camino lleno de
esperanza. Es más, diría además: el éxodo cuaresmal es el camino en el
cual la esperanza misma se forma. La fatiga de atravesar el desierto –
todas las pruebas, las tentaciones, las ilusiones, las visiones… – todo
esto vale para forjar una esperanza fuerte, sólida, en el modelo de la
Virgen María, que en medio a las tinieblas de la pasión y de la muerte
de su Hijo continuó creyendo y esperando en su resurrección, en la
victoria del amor de Dios.
Con el corazón abierto a este horizonte, entramos hoy en la Cuaresma.
Sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría hoy
este camino de esperanza. Gracias.
AgenciaSIC