Cuando el cigoto recién fecundado comienza a dividirse y avanza hacia la implantación, lo hace de forma autónoma e independiente de la madre, lo que le otorga todas las características de la personalidad. El experimento que lo demuestra ha sido publicado en Nature Cell Biology bajo el título "Auto-organización del embrión humano en ausencia de tejido materno". Y lo comenta en The Public Discourse con todas sus implicaciones Ana Maria Dumitru, alumna del selectivo programa de investigación biomédica de la Geisel School of Medicine del Dartmouth College de Cleveland (Ohio, Estados Unidos).
Lo traducimos por su excepcional interés en cuanto a la evidencia científica de la condición humana del embrión, autónomo respecto a la madre, y su correlato en los derechos del no nacido como persona desde la concepción. El argumento abortista "hago con mi cuerpo lo que quiero" queda aún más debilitado: el cigoto no es "cuerpo" de nadie sino de sí mismo.
CIENCIA, AUTONOMÍA EMBRIONARIA Y CUÁNDO COMIENZA LA VIDA HUMANA
¿Cuándo comienza la vida? Según el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, ciertos políticos (incluido el presidente Barack Obama) y diversas otras fuentes, todavía hay mucho debate en el ámbito científico y médico como para responder a esa ardua cuestión. Una versión popular es decir algo así como “Está por encima de mis conocimientos responder eso” o “Si los científicos aún lo debaten, ¿quién soy yo para especular?”.
La verdad es que la ciencia ya ha respondido a esa cuestión, alto y claro. Realmente es muy sencillo. Coges un óvulo de una mujer y un espermatozoide de un hombre. El espermatozoide entra en el óvulo. Y ahora tienes una célula con todo el material genético necesario para cualquier cosa que un ser humano pueda querer alguna vez.
Pero incluso esto puede no ser suficiente para convencer a los escépticos. Hace unos meses, me encontraba debatiendo con algunos colegas sobre cuándo comienza la vida y la autonomía del embrión temprano. Me sorprendió escuchar que todavía se remitían al lema partidista: “Al principio es solo un conjunto de células”. En el laboratorio donde trabajo, estudiamos la división celular. Como científicos, mis colegas tienen que admitir que los embriones están hechos de células vivas, pero no aceptan que el embrión sea un organismo vivo. Si el embrión en sus primeros estadios es “sólo un conjunto de células”, entonces puedes justificar el aborto. Según esta lógica, no es un ser autónomo, y definitivamente aún no es una persona humana. Sólo son unas células creciendo en el cuerpo de la madre, por lo cual la madre puede optar por extraerse esas células si así lo desea.
Pero ¿cuándo se convierte esa nueva célula en un organismo autónomo? Si el embrión es realmente solo un conjunto de células, entonces esas células tienen que depender de una dirección externa para sobrevivir, ¿no? Si realmente es solo un conjunto de células, entonces esas células no tienen control ni autonomía. Un sencillo conjunto de células insignificantes y desorganizadas sería algo así como una colección aleatoria de células diferenciadas creciendo en un plato de plástico: pueden dividirse si tú las divides, pero carecen de estructura u organización interna.
La autonomía del embrión
Si definimos la autonomía de un organismo como la libertad respecto a un control externo, resulta que podemos identificar con precisión cuándo satisface un embrión la definición de autonomía: desde sus mismos inicios.
Un reciente estudio publicado por Marta N. Shahbazi y colaboradores en el Reino Unido demuestra que esa célula recién formada sabe qué hacer después de la concepción independientemente de si recibe o no señales del útero que lo acoge. Shahbazi y colaboradores demuestran en su estudio que un óvulo fecundado (también conocido como cigoto, “producto de la concepción”, embrión temprano o cualquier otro término descriptivo) es un ser vivo autónomo. Esta única y pequeña célula, con su contenido genético completo, puede comenzar a dividirse y crecer (y lo hace) incluso en un tubo de ensayo en una incubadora en el espacio cerrado de un laboratorio cualquiera.
Shahbazi y colaboradores descongelaron embriones donados a su grupo de investigación por una clínica de fecundación in vitro. Los embriones habían sido congelados tras la fecundación y cuando fueron descongelados se encontraban en diversos estadios del desarrollo de la primera semana (pre-implantación). Utilizando un sistema de cultivo in vitro diseñado por ellos mismos, Shahbazi y colaboradores dejaron crecer esos embriones hasta pasado el momento en el que normalmente se implantarían en el revestimiento del útero. E informaron de que esas células consiguen organizarse a sí mismas a pesar de no estar implantadas en un útero. Esto significa que, como sospechábamos, los embriones saben lo que se espera que hagan para vivir, e intentan vivir, estén en su madre o no. Como afirman los autores en el artículo, su sistema de cultivo “permite a los embriones humanos continuar la transición de pre-implantación a post-implantación in vitro, en ausencia de cualquier tejido materno”.
Programado para sobrevivir
La razón por la cual el estudio de Shahbazi es tan importante es que ellos no forzaron a esos embriones a dividirse, ni les dieron ninguna instrucción. Cuando en nuestro laboratorio trabajamos con células no embrionarias, nos referimos a ellas como “inmortalizadas”, porque han sido manipuladas de forma que continuarán dividiéndose cuando las hagamos crecer en platos de plástico en nuestras incubadoras. Pero en este experimento los embriones que crecen no fueron manipulados para obligarles a continuar. Crecieron por decisión propia.
Un embrión recientemente fecundado puede no saber si es o no “querido”, pero sí sabe que quiere vivir. De hecho, el embrión tiene dos grandes misiones desde el momento de su concepción: una es comenzar a dividirse, y la otra es viajar desde las trompas de Falopio de su madre hasta el revestimiento de su útero. El embrión necesita implantarse porque en sí mismo solo tiene recursos para un número limitado de días: necesita instalarse en el endometrio de su madre, rico en nutrientes, para conseguir más comida para el viaje. Por eso la mayor parte de los fármacos y dispositivos “anticonceptivos” actúan realmente como abortivos. Más que impedir que el esperma fecunde el óvulo, impiden que el embrión se implante correctamente. Sin los nutrientes que aporta normalmente la implantación, el embrión morirá. Pero, como han demostrado Shahbazi y colaboradores, si le aportas nutrientes al embrión, continuará luchando por la vida.
Ya sabíamos que el embrión en desarrollo se comunica con la madre mediante un intercambio de señales y nutrientes en el flujo sanguíneo, pero ahora sabemos que el embrión está programado para sobrevivir desde el primer día. Con su madre o sin ella, el embrión tiene el equipamiento necesario para dirigir su propio crecimiento. Y por eso, en ausencia de señales provenientes del útero materno, el embrión continúa por defecto su trayectoria de supervivencia, de crecimiento, pro-vida.
Es hora de revisar la investigación que destruye embriones
Las tremedas implicaciones de estos descubrimientos deberían hacernos revisar las premisas sobre las cuales permitimos que se lleven a cabo investigaciones sobre embriones humanos. Este estudio impide afirmar que el embrión en sus primeras fases no es un organismo o no es autónomo. De hecho, los autores se refieren a los “sucesos remodeladores críticos” de estos embriones como “embrio-autónomos”.
Y, sin embargo, incluso en dicho escrito chirría la yuxtaposición entre el texto del artículo y sus posicionamientos éticos. Este constraste ilustra vivamente la discrepancia entre lo que la ciencia está diciendo y lo que la gente prefiere escuchar. “La implantación es un peldaño en el desarrollo humano”, escriben los autores en la discusión de las conclusiones. “Se obtuvo el consentimiento informado de todas las parejas que donaron embriones sobrantes del tratamiento de fecundación in vitro”, reza la declaración ética. “Agradecemos a las pacientes la donación de sus embriones”, escriben los autores en los agradecimientos.
Por un lado, los datos muestran que estos embirones son seres humanos autónomos que simplemente están en un estadio temprano de desarrollo. Por otro lado, los criterios éticos y los mismos autores justifican la destrucción de esos embriones considerándolos propiedad de las parejas que los donaron. Los autores actúan como si la capacidad del embrión para el desarrollo humano, empíricamente verificada, no tuviese que traducirse en el reconomiento de la autonomía de los embriones humanos.
Ningún científico que haya estudiado células alguna vez podría decir que una célula que se divide no está viva. Y ahora, ningún científico puede alegar que un embrión en crecimiento carece de autonomía como organismo.
La siguiente cuestión es si la autonomía del organismo informa nuestra definición legal y ética de la personalidad.
Ya es 2008, mucho antes del reciente artículo publicado por Shahbazi, Robert P. George y Christopher Tollefsen remitían a otros estudios embriológicos en su libro Embrión. Una defensa de la vida humana. Allí razonaban así: “Nada extrínseco al desarrollo mismo del organismo actúa sobre él para producir un nuevo carácter o una nueva dirección de crecimiento”. Esta afirmación despertó críticas enseguida, como se puso de manifiesto en la reseña de William Saletan en el New York Times Sunday Book Review: “Nadie con un útero describiría así un embarazo”. Saletan insinuaba que George y Tollefsen habían manipulado los manuales de embriología para encajar la ciencia en su razonamiento. En aquel momento, muchos científicos veían el embrión en sus primeros estadios como parte de un sistema controlado por la madre, y quizá por eso había un cierto grado de incomprensión en el punto filosófico que destacaban George y Tollefsen.
Pero como George y Tollefsen y otros (como John Finnis y Patrick Lee) han explicado, la autonomía del organismo y la personalidad son términos intercambiables. George y Tollefsen destacaron que un organismo que tiene todas las capacidades para convertirse en una persona reconocible (y extra-uterina) ya es de hecho una persona, pues aunque las capacidades del organismo aún no se han desarrollado completamente, ya están presentes en el embrión temprano. La personalidad está determinada, alegaban, no por las potencialidades inmediatamente ejercitables, sino por las potencialidades radicales (de raíz). Pero un embrión humano tiene las mismas potencialidades radicales que el adulto humano totalmente desarrollado. Ambos son personas.
La respuesta de Saletan muestra la incomprensión habitual de esta distinción. Él supone que un embrión no reúne las condiciones para la personalidad. Esencialmente, no distingue entre funcionamiento biológico inmediato y personalidad. Y en consecuencia, Saletan alega que “no debemos [al embrión] el mismo respeto que nos debemos unos a otros”, llegando a esa conclusión mediante el tipo de razonamiento que encontramos en la analogía del roble y la bellota propuesta por Michael Sandel. (Brevemente: aunque todo roble fue antes una bellota, nadie pierde la cabeza cuando se pierde una bellota, aunque la bellota tenga la capacidad de convertirse en roble.)
Pero como señalan Robert George y Patrick Lee, valoramos las variedades del roble por su valor instrumental, y por tanto valoramos un roble más que una bellota, aunque ambas sean la misma entidad. Sin embargo, las variedades de la especie humana las valoramos por su valor intrínseco, y por tanto valoramos por igual todos los seres humanos en todos sus estadios de desarrollo. Los seres humanos no adquieren la personalidad en un momento de su desarrollo.
Ahora que el estudio de Shahbazi ha demostrado que, como argumentaban George y Tollefsen, el embrión temprano tiene todas las capacidades para desarrollar autónomamente su organismo, sería interesante saber si esto constituiría para Saletan una prueba suficiente para repensar su afirmación sobre la personalidad. La cuestión para todos nosotros es si empezaremos a reconocer que la autonomía biológica del embrión debería traducirse en una personalidad ética y legal.
Así que dejemos de evadirnos. Es hora de reconocer la verdad. La ciencia ya ha afirmado lo que sospechábamos desde hace tiempo: podemos llamarlos óvulos fecundados, cigotos, mórulas, blastocistos, productos de la concepción, embriones o fetos, pero eso no cambia la realidad. Y la realidad es ésta: son seres humanos autónomos desde su mismo principio.
Traducción de Carmelo López-Arias.
CIENCIA, AUTONOMÍA EMBRIONARIA Y CUÁNDO COMIENZA LA VIDA HUMANA
¿Cuándo comienza la vida? Según el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, ciertos políticos (incluido el presidente Barack Obama) y diversas otras fuentes, todavía hay mucho debate en el ámbito científico y médico como para responder a esa ardua cuestión. Una versión popular es decir algo así como “Está por encima de mis conocimientos responder eso” o “Si los científicos aún lo debaten, ¿quién soy yo para especular?”.
La verdad es que la ciencia ya ha respondido a esa cuestión, alto y claro. Realmente es muy sencillo. Coges un óvulo de una mujer y un espermatozoide de un hombre. El espermatozoide entra en el óvulo. Y ahora tienes una célula con todo el material genético necesario para cualquier cosa que un ser humano pueda querer alguna vez.
Pero incluso esto puede no ser suficiente para convencer a los escépticos. Hace unos meses, me encontraba debatiendo con algunos colegas sobre cuándo comienza la vida y la autonomía del embrión temprano. Me sorprendió escuchar que todavía se remitían al lema partidista: “Al principio es solo un conjunto de células”. En el laboratorio donde trabajo, estudiamos la división celular. Como científicos, mis colegas tienen que admitir que los embriones están hechos de células vivas, pero no aceptan que el embrión sea un organismo vivo. Si el embrión en sus primeros estadios es “sólo un conjunto de células”, entonces puedes justificar el aborto. Según esta lógica, no es un ser autónomo, y definitivamente aún no es una persona humana. Sólo son unas células creciendo en el cuerpo de la madre, por lo cual la madre puede optar por extraerse esas células si así lo desea.
Pero ¿cuándo se convierte esa nueva célula en un organismo autónomo? Si el embrión es realmente solo un conjunto de células, entonces esas células tienen que depender de una dirección externa para sobrevivir, ¿no? Si realmente es solo un conjunto de células, entonces esas células no tienen control ni autonomía. Un sencillo conjunto de células insignificantes y desorganizadas sería algo así como una colección aleatoria de células diferenciadas creciendo en un plato de plástico: pueden dividirse si tú las divides, pero carecen de estructura u organización interna.
La autonomía del embrión
Si definimos la autonomía de un organismo como la libertad respecto a un control externo, resulta que podemos identificar con precisión cuándo satisface un embrión la definición de autonomía: desde sus mismos inicios.
Un reciente estudio publicado por Marta N. Shahbazi y colaboradores en el Reino Unido demuestra que esa célula recién formada sabe qué hacer después de la concepción independientemente de si recibe o no señales del útero que lo acoge. Shahbazi y colaboradores demuestran en su estudio que un óvulo fecundado (también conocido como cigoto, “producto de la concepción”, embrión temprano o cualquier otro término descriptivo) es un ser vivo autónomo. Esta única y pequeña célula, con su contenido genético completo, puede comenzar a dividirse y crecer (y lo hace) incluso en un tubo de ensayo en una incubadora en el espacio cerrado de un laboratorio cualquiera.
Shahbazi y colaboradores descongelaron embriones donados a su grupo de investigación por una clínica de fecundación in vitro. Los embriones habían sido congelados tras la fecundación y cuando fueron descongelados se encontraban en diversos estadios del desarrollo de la primera semana (pre-implantación). Utilizando un sistema de cultivo in vitro diseñado por ellos mismos, Shahbazi y colaboradores dejaron crecer esos embriones hasta pasado el momento en el que normalmente se implantarían en el revestimiento del útero. E informaron de que esas células consiguen organizarse a sí mismas a pesar de no estar implantadas en un útero. Esto significa que, como sospechábamos, los embriones saben lo que se espera que hagan para vivir, e intentan vivir, estén en su madre o no. Como afirman los autores en el artículo, su sistema de cultivo “permite a los embriones humanos continuar la transición de pre-implantación a post-implantación in vitro, en ausencia de cualquier tejido materno”.
Programado para sobrevivir
La razón por la cual el estudio de Shahbazi es tan importante es que ellos no forzaron a esos embriones a dividirse, ni les dieron ninguna instrucción. Cuando en nuestro laboratorio trabajamos con células no embrionarias, nos referimos a ellas como “inmortalizadas”, porque han sido manipuladas de forma que continuarán dividiéndose cuando las hagamos crecer en platos de plástico en nuestras incubadoras. Pero en este experimento los embriones que crecen no fueron manipulados para obligarles a continuar. Crecieron por decisión propia.
Un embrión recientemente fecundado puede no saber si es o no “querido”, pero sí sabe que quiere vivir. De hecho, el embrión tiene dos grandes misiones desde el momento de su concepción: una es comenzar a dividirse, y la otra es viajar desde las trompas de Falopio de su madre hasta el revestimiento de su útero. El embrión necesita implantarse porque en sí mismo solo tiene recursos para un número limitado de días: necesita instalarse en el endometrio de su madre, rico en nutrientes, para conseguir más comida para el viaje. Por eso la mayor parte de los fármacos y dispositivos “anticonceptivos” actúan realmente como abortivos. Más que impedir que el esperma fecunde el óvulo, impiden que el embrión se implante correctamente. Sin los nutrientes que aporta normalmente la implantación, el embrión morirá. Pero, como han demostrado Shahbazi y colaboradores, si le aportas nutrientes al embrión, continuará luchando por la vida.
Ya sabíamos que el embrión en desarrollo se comunica con la madre mediante un intercambio de señales y nutrientes en el flujo sanguíneo, pero ahora sabemos que el embrión está programado para sobrevivir desde el primer día. Con su madre o sin ella, el embrión tiene el equipamiento necesario para dirigir su propio crecimiento. Y por eso, en ausencia de señales provenientes del útero materno, el embrión continúa por defecto su trayectoria de supervivencia, de crecimiento, pro-vida.
Es hora de revisar la investigación que destruye embriones
Las tremedas implicaciones de estos descubrimientos deberían hacernos revisar las premisas sobre las cuales permitimos que se lleven a cabo investigaciones sobre embriones humanos. Este estudio impide afirmar que el embrión en sus primeras fases no es un organismo o no es autónomo. De hecho, los autores se refieren a los “sucesos remodeladores críticos” de estos embriones como “embrio-autónomos”.
Y, sin embargo, incluso en dicho escrito chirría la yuxtaposición entre el texto del artículo y sus posicionamientos éticos. Este constraste ilustra vivamente la discrepancia entre lo que la ciencia está diciendo y lo que la gente prefiere escuchar. “La implantación es un peldaño en el desarrollo humano”, escriben los autores en la discusión de las conclusiones. “Se obtuvo el consentimiento informado de todas las parejas que donaron embriones sobrantes del tratamiento de fecundación in vitro”, reza la declaración ética. “Agradecemos a las pacientes la donación de sus embriones”, escriben los autores en los agradecimientos.
Por un lado, los datos muestran que estos embirones son seres humanos autónomos que simplemente están en un estadio temprano de desarrollo. Por otro lado, los criterios éticos y los mismos autores justifican la destrucción de esos embriones considerándolos propiedad de las parejas que los donaron. Los autores actúan como si la capacidad del embrión para el desarrollo humano, empíricamente verificada, no tuviese que traducirse en el reconomiento de la autonomía de los embriones humanos.
Ningún científico que haya estudiado células alguna vez podría decir que una célula que se divide no está viva. Y ahora, ningún científico puede alegar que un embrión en crecimiento carece de autonomía como organismo.
La siguiente cuestión es si la autonomía del organismo informa nuestra definición legal y ética de la personalidad.
Ya es 2008, mucho antes del reciente artículo publicado por Shahbazi, Robert P. George y Christopher Tollefsen remitían a otros estudios embriológicos en su libro Embrión. Una defensa de la vida humana. Allí razonaban así: “Nada extrínseco al desarrollo mismo del organismo actúa sobre él para producir un nuevo carácter o una nueva dirección de crecimiento”. Esta afirmación despertó críticas enseguida, como se puso de manifiesto en la reseña de William Saletan en el New York Times Sunday Book Review: “Nadie con un útero describiría así un embarazo”. Saletan insinuaba que George y Tollefsen habían manipulado los manuales de embriología para encajar la ciencia en su razonamiento. En aquel momento, muchos científicos veían el embrión en sus primeros estadios como parte de un sistema controlado por la madre, y quizá por eso había un cierto grado de incomprensión en el punto filosófico que destacaban George y Tollefsen.
Pero como George y Tollefsen y otros (como John Finnis y Patrick Lee) han explicado, la autonomía del organismo y la personalidad son términos intercambiables. George y Tollefsen destacaron que un organismo que tiene todas las capacidades para convertirse en una persona reconocible (y extra-uterina) ya es de hecho una persona, pues aunque las capacidades del organismo aún no se han desarrollado completamente, ya están presentes en el embrión temprano. La personalidad está determinada, alegaban, no por las potencialidades inmediatamente ejercitables, sino por las potencialidades radicales (de raíz). Pero un embrión humano tiene las mismas potencialidades radicales que el adulto humano totalmente desarrollado. Ambos son personas.
La respuesta de Saletan muestra la incomprensión habitual de esta distinción. Él supone que un embrión no reúne las condiciones para la personalidad. Esencialmente, no distingue entre funcionamiento biológico inmediato y personalidad. Y en consecuencia, Saletan alega que “no debemos [al embrión] el mismo respeto que nos debemos unos a otros”, llegando a esa conclusión mediante el tipo de razonamiento que encontramos en la analogía del roble y la bellota propuesta por Michael Sandel. (Brevemente: aunque todo roble fue antes una bellota, nadie pierde la cabeza cuando se pierde una bellota, aunque la bellota tenga la capacidad de convertirse en roble.)
Pero como señalan Robert George y Patrick Lee, valoramos las variedades del roble por su valor instrumental, y por tanto valoramos un roble más que una bellota, aunque ambas sean la misma entidad. Sin embargo, las variedades de la especie humana las valoramos por su valor intrínseco, y por tanto valoramos por igual todos los seres humanos en todos sus estadios de desarrollo. Los seres humanos no adquieren la personalidad en un momento de su desarrollo.
Ahora que el estudio de Shahbazi ha demostrado que, como argumentaban George y Tollefsen, el embrión temprano tiene todas las capacidades para desarrollar autónomamente su organismo, sería interesante saber si esto constituiría para Saletan una prueba suficiente para repensar su afirmación sobre la personalidad. La cuestión para todos nosotros es si empezaremos a reconocer que la autonomía biológica del embrión debería traducirse en una personalidad ética y legal.
Así que dejemos de evadirnos. Es hora de reconocer la verdad. La ciencia ya ha afirmado lo que sospechábamos desde hace tiempo: podemos llamarlos óvulos fecundados, cigotos, mórulas, blastocistos, productos de la concepción, embriones o fetos, pero eso no cambia la realidad. Y la realidad es ésta: son seres humanos autónomos desde su mismo principio.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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