En el octavario de oración para la Unidad de los Cristianos se ha puesto mucho de relieve el sentido de la unidad de las iglesias en una sola Iglesia de Cristo, venciendo las reticencias del pasado, sobre todo los oscuros periodos históricos que marcaron esta separación y orando para que el Espíritu Santo ilumine a todos los responsables de las iglesias cristianas para que encuentren el camino de la unidad, como quiso Cristo.

Esta unidad, que debe manifestarse como decía san Pablo (Cfr. Efesios 4, 6) en un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo y un solo Dios y Padre, en algunas ocasiones no se manifiesta en dentro de la Iglesia católica. El papa Francisco habla de una Iglesia “anquilosada”, de “funcionarios”, “clericalizada”. Lo dijo en una reciente entrevista en el diario “El País” (22, Enero, 2017), cuando lo que él pide es una iglesia “misionera” que vaya a las periferias, que arme “lío”, como hacían los apóstoles y los primeros cristianos.

La Iglesia católica es una unidad muy plural, con muchísimos carismas que manifiestan otros tantos modos de vivir la fe, el amor a Dios y al prójimo y de predicar el Evangelio. Estos carismas no son estancos sino vivos, que de modo permanente surgen continuamente de nuevos, obra del amor de Cristo a su Iglesia, del Espíritu Santo.

Estas distintas maneras de expresión de la fe y de vivir el Evangelio, lejos de chocar entre sí, se  ven fortalecidos por su fidelidad a Cristo y su Iglesia: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” (Mt, 28, 20)

La división de los cristianos ha sido y es consecuencia de no vivir todos esta “conversión interior” y este “amor a la verdad”  que borra todo “falso irenismo” como pide el Concilio Vaticano II (Decreto UR, n. 7 y 11). En la base de esta división está una falta de fraternidad, de lealtad y de humildad. El ecumenismo se vivirá bien cuando todos en la barca de Pedro remen hacia la misma meta, teniendo como cabeza al Papa.

El papa Francisco ha abierto puertas y ventanas en la Iglesia para que sea predicado el Evangelio hasta en las periferias, en las periferias no solo geográficas, sino a las periferias existenciales, del dolor, de la ignorancia, de la pobreza, de la enfermedad; las periferias del misterio del pecado, las de la injusticia, las de la ignorancia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.

A veces se forman grupos dentro de la Iglesia, e incluso dentro de una misma parroquia, que no dejan penetrar a nadie, que viven ensimismados, “anquilosados”, que no salen a buscar a las demás ovejas, y si las encuentran no las dejan entrar. Esto impide la expansión del Evangelio, empobrece a la Iglesia, la achica y al final la destruye.

Los carismas, si se cierran a sí mismos, serán carismas muertos que irán languideciendo con el tiempo porque no practican el “empuje misionero”, ese “dinamismo misionero” del que habla el papa Francisco para llegar a todas partes, a todos los hombres, a todas las culturas. “Si la iglesia entera asume este dinamismo misionero, llegará a todos, sin excepción”, dice el Papa en la Evengelii Gaudium (EG. 48). El mensaje debe llegar sobre todo a los pobres y a los enfermos, a los despreciados y olvidados.

El Papa ve, junto a muchísimas respuestas positivas, también algunas resistencias a este “empuje misionero” y también ve que a pesar de profesar la fe, no se profesa del mismo modo la caridad, la esperanza y la alegría del Evangelio y del amor. Se trata, dice, de sectores eclesiásticos un poco amodorrados, a los que les cuesta predicar la alegría del Evangelio, la alegría del amor, y así situar en el centro de su corazón a Cristo y con Él a la Iglesia.

Como dice el Concilio, “para practicar el ecumenismo requiere una conversión interior” (Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis Redintegratio,  7) y fidelidad a la Iglesia, lo que equivale a decir fidelidad al Papa –al actual y a los que vengan– y fidelidad a su magisterio. Ir a las periferias –aclara el papa Francisco– no es ir sin rumbo y sin sentido (EG, 46).

Por todo ello, el papa Francisco exhorta no solo abrir las puertas del corazón a los hermanos separados, sino también remover a esta iglesia “anquilosada”, amodorrada, tecnocrática y burocrática para que el mensaje del Evangelio llegue a todos sin distinción, pues de ese modo todos olerán a oveja.
Salvador Argonés
Aleteia
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