Anna Frank y Etty Hillesum. Son judías y como tal destinadas a la deportación en los campos de concentración por la ocupación alemana. Conscientes de su suerte, deciden vivir de todos modos profundamente el tiempo que se les ha concedido, más aún – si es posible – volverlo más rico, sacando fruto de los acontecimientos dramáticos que deben enfrentar junto a sus familias y amigos.
Así inicia la historia en “Diari a confronto. Anna Frank, Etty Hillesum” de Enzo Romeo (Ancora edizioni). Una historia de valentía, pero también de fe porque tanto Anna como Etty se encomiendan a un diario para depositar sus pensamientos, sensaciones, miedos y esperanzas. Y en esos diarios hay un espacio importante reservado para hablar de Dios y de Jesús, de la experiencia de la cruz, que viven en su propia piel hasta la dramática deportación.

Etty empieza a escribirlo el 9 de marzo de 1941, Anna quince meses después, el 12 de junio de 1942.

Omnipotente en su bondad

En Anna como en Etty existe la idea – pero sería más justo decir: el sentimiento – de un Dios pantocrator, completamente omnipotente en su bondad que no puede ser reducido al recipiente de una sola religión. A Yahvé no le basta el espacio del Antiguo Testamento, su amor es sobreabundante, se desborda; y se saborea en la historia de Jesús narrada por los evangelios o en las cartas apostólicas.

La reprimenda de Anna

Anna se lamenta que Peter, el chico que comparte su suerte en el departamento secreto en Amsterdam, no crea, sea desdeñoso hacia la religión y hable de manera burlona de Cristo. “No soy ortodoxa”, admite, y sin embargo, sabe que la actitud de su amigo empobrece el ánimo y no permite elevar la propia consciencia. La culpa es también de la época oscura que están atravesando. Los jóvenes sobre todo tienen dificultad en tener una opinión sólida sobre la vida y el futuro, mientras que “todo idealismo está dirigido y destrozado”, “la gente muestra su lado más feo”, y “duda de la verdad, de la justicia y de Dios”.

Un trampolín hacia el infinito

El judaísmo para Anna y Etty no es un recinto en que se pueden encerrar los pensamientos y los comportamientos, sino un trampolín de lanzamiento para saltar al infinito, cueste lo que cueste. Ambas se sumergen en su aventura interior sin miedo a las incertidumbres, sin chaleco salvavidas o paracaídas, asumiendo todos los riesgos.

“Te doy gracias por todas las cosas buenas, queridas y bellas”

A Anna le basta mirar de reojo por la ventana de la casa-prisión para reconocer a Dios en el fragmento de naturaleza que le es concedido contemplar y poder decir que es feliz. Eleva la mirada hacia el cielo límpido en un día de invierno y le parece un milagro que purifica por dentro. Esta muchacha a quien le están robando la juventud concluye cada noche sus oraciones con una frase en alemán, la lengua de sus perseguidores: “Dios mío, te doy gracias por todas las cosas buenas, queridas y bellas”.

Y cuando ya se acerca el momento de la captura puede escribir que, a pesar de todo, su vida es “mucho mejor” y que Dios no la ha dejado sola. Presintiendo el fin inminente exclama: “quiero seguir viviendo después de morir”.

“Quisiera descender melodiosa de la mano de Dios”

A Etty se le quedaron grabadas las palabras de una canción que escuchó en el concierto de la sociedad estudiantil: “el mundo desciende melodioso de la mano de Dios”. El texto es del poeta holandés Albert Verwey, que en realidad pone la expresión en negativo.

¿Tú no sufres? El mundo se ha corrompido.

Ya no desciende melodioso de la mano de Dios.

Hermosos pueblos mutan en hordas.

La locura ha llegado al intelecto humano.

Hillesum invierte la perspectiva, la llena de esperanza a pesar de lo que está sucediendo en el mundo a su alrededor, y sigue con confianza su sueño: “Yo también quisiera descender melodiosa de la mano de Dios”.

La cruz de Etty

¡Lo logrará, pero a qué precio! Deberá pasar por la experimentum crucis. La cruz se vuelve esencial en la experiencia de esta mujer judía, aunque la cuestión confesional no tenga ningún peso.

En la perspectiva de Etty, la inscripción I.N.R.I. puesta en la madera en la que fue colgado Jesús pierde el intento de provocación deseado por los romanos: el punto no es si el Nazareno es realmente el rey de los judíos, lo que cuenta es su realeza cósmica en cuando hombre de los dolores, capaz de dar la vida como inocente en expiación por todos. A este “concepto”, consciente o no, se agarra Etty hasta el epílogo extremo de Auschwitz.

El pozo

En julio de 1942, Etty subrayaba en el diario que el valor de su persona se mediría en función del comportamiento que habría tenido como deportada. “Y si no sobrevivo, – escribió – será mi muerte quien aclarará quién era”.

Gracias al hecho que frecuentaba al psicoanalista Julius Spier, Etty llega a la convicción que “bastaría un solo ‘ser humano’ digno de este nombre para creer en los hombres” y que “el amor hacia todas las personas es más bello que el amor hacia una sola persona”, porque éste último contiene en sí un componente egocéntrico.

Para llegar a cierta altura es necesario beber de una fuente divina, oculta en el propio ser como un oasis en el desierto: “Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios. A veces logro alcanzarlo. Pero a menudo está cubierto de piedras y astillas: entonces Dios queda sepultado, y es necesario desenterrarlo”.

La oración sentada en el suelo

También Anna vivió una experiencia similar. En un momento de desaliento, mientras todos los huéspedes del refugio estaban reunidos en la habitación que hacía de cocina y sala, ella corre al otro cuarto, se sienta en el suelo y reza entre lágrimas, silenciosa, para que nadie pueda oírla: “Así, en camisón, me dejé deslizar por el suelo y primero recé con mucha concentración mi larga oración, luego me puse a llorar en el suelo desnudo con la cabeza apoyada sobre los brazos y las rodillas dobladas, toda acurrucada”.
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