El arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, visitó ayer la planta de Pediatría del Hospital Clínico Universitario de Santiago, una cita tradicional en vísperas de Navidad. D. Julián mantuvo un encuentro con los niños y niñas que se hallan ingresados en el hospital, visitó el aula donde trabajan y pudo conocer de cerca el trabajo de los profesionales sanitarios y del resto del personal que atiende a los pequeños en este centro hospitalario. D. Julián también saludó en su habitación a un pequeño que no había podido asistir al encuentro en el aula.
Por otra parte, mañana miércoles está previsto que el arzobispo compostelano visite las instalaciones del centro penitenciario de Teixeiro, también cita habitual en estas fechas prenavideñas. D. Julián se reunirá y mantendrá un encuentro con los internos y conocerá el trabajo que se hace en favor de estas personas privadas de libertad desde Cáritas y desde Pastoral Penitenciaria. Hay que recordar que hace muy pocas fechas, monseñor Barrio escribió, con motivo del Año de la Misericordia, una carta pastoral a los reclusos de este centro.

En su carta pastoral, D. Julián aseguraba que el acompañamiento en la pastoral penitenciaria es fundamental, “sabiendo escuchar, teniendo conocimiento del problema penitenciario para poder dar la respuesta adecuada. Todo ello buscando la transformación de la persona”. La mejor prevención -indicaba- empieza por el cuidado de la infancia y la diligente defensa de todos sus derechos. “Tenemos aquí un grandísimo desafío, máxime teniendo en cuenta que una parte no pequeña de nuestra infancia en algún momento de su vida escolar o en su itinerario de fe tiene contacto con la Iglesia. La defensa de los derechos de la infancia es la primera prevención, como recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, escribía en otro de los apartados de la carta.

Monseñor Barrio insistía en que la Pastoral Penitenciaria no es sólo responsabilidad de la capellanía que trabaja en la cárcel. Es una auténtica responsabilidad diocesana que se fundamenta en el mismo relato del Juicio Final, en el que el Señor mismo se ha puesto en el lugar de la persona encarcelada. No se trata de si es buena o mala, de si ha hecho o no más o menos daño.

“Mis últimas palabras”, señala finalmente, “quieren ser de sincero cariño, ánimo, reconocimiento entrañable y profundo respeto hacia quienes desde el anonimato callado de cada día hacen presente el Reino de Dios en los establecimientos penitenciarios, dignifican las condiciones de las personas presas y humanizan las fábricas del llanto”.
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