Después de su reflexión dirigida a la comunidad multiétnica del polo industrial de la ciudad de Prato, Italia, el Papa se trasladó a Florencia en helicóptero y dirigió un discurso histórico a la Iglesia del bel paese en la catedral de Santa María de las Flores en ocasión del V Congreso eclesial nacional este martes 10 de noviembre.

El Papa Francisco, después de haber dedicado un espacio en su discurso a la humildad, el desinterés, y la beatitud como bases del verdadero humanismo cristiano, se centró en dos tentaciones de la Iglesia de nuestros días: el pelagianismo y el gnosticismo.


Exhortó a que la Iglesia sea “inquieta”, “siempre cerca de los abandonados, a los olvidados, a los imperfectos”. “Una Iglesia mamá, que comprende acompaña, acaricia”.

“Sueñen también ustedes con esta Iglesia, crean en ella, innoven con libertad”. El humanismo cristiano llama a vivir radicalmente “la dignidad de cada persona” como Hijos de Dios, recordó.

Una Iglesia que enseña a la “fraternidad”, a “comprender el trabajo”, a “habitar lo creado” como casa común -dijo el Papa- da “razones para la alegría y el humor”, también “en medio de una vida muy dura”.

El clero italiano aplaudió más de una vez el discurso del Papa sobre las tentaciones de la Iglesia. Los alertó con su conocido buen humor que no eran igual a los 15 pecados de la curia romana (diciembre 2014), causando las risas del público, sino más bien un discurso para que la “Iglesia en salida” ponga en el centro a Cristo.

La primera tentación es el pelagianismo que empuja a la Iglesia a no ser humilde, desinteresada y bienaventurada. “Y lo hace con una apariencia de un bien. El pelagianismo nos lleva a tener confianza en las estructuras, en las organizaciones, en las planificaciones perfectas porque son abstractas”.

El pelagianismo es descrito por san Tomás, inspirado en un religioso que en su época reducía la Iglesia a una estructura moralista, y la fe a una ética cristiana.

Por el contrario, el Papa llamó a la Iglesia a poner en el centro de su acción un humanismo cristiano atento a las personas.

Por ello, la tentación del pelagianismo se vuelve en “un estilo de control, de dureza, de normatividad”.

“La norma da al pelagianismo la seguridad de sentirse superiores porque encuentra la fuerza en esto, y no en la ligereza del soplo del Espíritu de Dios”, advirtió.

“Frente a los males o a los problemas de la Iglesia es inútil buscar soluciones en conservadorismo y fundamentalismo, en la restauración de conductas y de formas superadas que ni siquiera culturalmente tienen la capacidad de ser significativas”, denunció.

“La doctrina cristiana –continuó- no es un sistema cerrado, incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes, sino que es viva, sabe inquietar, animar. Tiene un rostro no rígido, tiene un cuerpo que se mueve y se desarrolla, tiene carne tierna: se llama Jesucristo”.

El Papa refirió que la Iglesia no se termina en el enésimo plan para cambiar las estructuras y de las reformas. Una Iglesia que es siempre reformada, “es ajena al pelagianismo”. Y animó a seguir a Cristo y al Espíritu para que todo sea posible con “ingenio y creatividad”.

De esta manera, “la Iglesia –prosiguió- se deje llevar por el soplo potente y por esto, a veces, inquietante”.

Francisco comparó la Iglesia a una nave que Dios lleva por “el mar abierto”, y “no se asusten de las fronteras y de las tormentas”, pidió.

El Papa prosiguió señalando que la segunda tentación es el gnosticismo. Es una tentación que “lleva a confiar en el razonamiento lógico y claro, el cual pierde la ternura de la carne del hermano”.

El encanto del gnosticismo radica en “una fe cerrada en el subjetivismo, donde interesa únicamente una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que se consideran puedan confortar e iluminar”, donde el sujeto en definitiva queda cerrado a  la inminencia de su propia razón y de sus sentimientos.

Pero el cristianismo no construye en la arena porque va más allá de “ideas”, de “intimismos” que hacen “estéril su dinamismo”.

Sean cómo el párroco rural que conoce a sus fieles

La Iglesia italiana tiene grandes santos, dijo el Papa, y nombró a san Francisco de Asís y a Felipe Neri.

El Papa incultura sus palabras en la historia de Italia, que se respira y vive en una ciudad como Florencia, “signo de tanta belleza”, además en referencia a una tierra de santos y navegadores.

El Papa usó la metáfora de don Camilo y Pepón, el clásico cuento popular italiano de un sacerdote de un pueblito inmerso en el campo, que tiene como antagonista el alcalde comunista que trama siempre contra él, pero que al final reconoce el bien que hay en ese sacerdote que trabaja por la comunidad.

“Don Camilo decía: Soy un pobre sacerdote de campo que conoce a sus parroquianos uno a uno, los ama, que sabe los dolores y las alegrías, que sufre y sabe reír con ellos”, dijo el Papa: esto es la Iglesia.

“Cercanía a la gente y oración”: Francisco aseguró que esta es la clave del humanismo cristiano popular, humilde, generoso.

En una alegoría a una tradición florentina, indicó que la Iglesia es madre y tiene la mitad de la medalla que parte en dos para donarla y acoger a los hijos cansados y heridos: “es una de vuestras virtudes”, reconoció a la Iglesia italiana.

El Papa se presentó ante los religiosos, sacerdotes italianos no para decirles cómo debe ser la Iglesia, sino para acompañarlos.

Así, les invitó a ser predicadores no de complejas doctrinas, “sino anunciadores de Cristo, muerto y resucitado entre nosotros”. Hombres y mujeres que experimentan la “alegría simple del corazón”.

A los obispos les pidió que sean pastores: sea esta vuestra alegría. “No les debo decir yo lo que deben hacer”.

Sin embargo, invitó a una sinodalidad extendida a parroquias, diócesis, comunidades, en fin, a cada rincón de la Iglesia que habla y se confronta para buscar el bien de todos. Y remarcó que los creyentes son también ciudadanos.
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