Algún día nos tocará. La hermana muerte, con su “gadaña crabuñada” y su capuchita de “malote”, vendrá a buscarnos. De nada servirá tener un nicho con título de propiedad o mantenerse al margen de “eternidades”. Esta vida es la oportunidad.

Resulta incomprensible para los católicos y para las mentes de bien situarse en la piel de los terroristas que causaron en París el dolor amargo con el que celebraremos la Eucaristía dominical. A punto de abrir la Puerta Santa. A “un tris” de profundizar en la Misericordia de Dios que nos llena de júbilo.


La primera tentación consiste en pedir un severo juicio para los asesinos; en la tierra y en el cielo. La doctrina católica habla de un juicio particular y otro universal. El primero creo que avergüenza menos, porque Jesús lo sabe ya todo sobre cada persona que le abre el corazón. Nos pide un poco más, pero conoce nuestro barro. El segundo romperá esquemas, sacará los colores y servirá también para “troncharse” ante los pocos aciertos de nuestras opiniones terrenas: sobre la gente, la ciencia, el futuro, etc.

Jesús prefirió el dolor más íntimo y cruel a nuestra perdición definitiva. El juicio, con Él, no asusta. “Fixémoslle tantos favores e agora cruzámonos e nin bos días”; el Señor no lo reprochará, no guarda. Pero tiene corazón. No sacrificó su vida con sangre para ahorrar amor, pero da pena verle recurrir al dicho mexicano: “para sentirme vivo, necesito sentirme golpeado”. Mejor, hacerle sentir cariño.
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