Ley mordaza
En las preparaciones para el Bautismo, con las familias, sale con frecuencia el tema: “Por que bautizades aos fillos e non esperades a que eles decidan con 18 anos?” La respuesta más divertida suele ser: “porque na casa mandamos os pais e, de momento, faise o que nós digamos”.

Desde luego, el razonamiento demuestra el celo de esos padres, su responsabilidad, pero no salva demasiado bien el respeto por la libertad de los hijos. Sabemos que el Decálogo sirve de luz para nuestra conciencia; nos muestra la llamada y los caminos de Dios y nos protege del mal. (CIC, 1926).

La ley, pura y dura, resulta muy difícil de cumplir. Un vaquero del lejano oeste se dio cuenta. Amenazó en voz alta a los del pueblo: “como no encuentre mi caballo al salir del Saloon, preparaos, tendré que tomar medidas, como hice en San Francisco”. El caballo, como tantas veces, nadie se lo había llevado. Así que se lo acercaron. “Por curiosidad: ¿qué hubiera hecho si no aparece?” “Pues como en S. Francisco: ir a pie”.

La ley prepara, enseña, guía. Pero también puede ser el escondite de los cumplidores sin entrañas. De quienes no ponen corazón, ganas y cabeza en su trato de amistad con Dios. Y eso equivale a perder el tiempo. La presencia del Espíritu Santo, desde dentro, se vuelve imprescindible para vivir la ley del Amor, el ADN que nos es común a creaturas y Creador.

Muchas veces cumplimos porque nos ven; porque compromete menos que interesarse por un prójimo; porque pongo una muesca en la hoja de servicios y me “autoconvenzo” con el lema consumista: “te lo mereces, y lo sabes”. La gracia de Dios nos hace ir a más. La ley puede estancarnos. Nadie nos obligará nunca a una entrega de amor que aumente día a día. Pero cuando nos da la gana de hacerlo ¡sienta de maravilla!

Manuel Blanco
Delegado de Medios
de Comunicación Social

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